Era un día de mucha
lluvia y no había llevado nada con qué protegerme. Alguien me prestó una vieja
sombrilla que más parecía haber sido sacada de la caneca de la basura. Sentí
vergüenza de tener que usarla pero no tenía nada más a la mano. Me paré en una
esquina a esperar que pasara la buseta. Pasaba y pasaba el tiempo y la lluvia
arreciaba. Me sentía muy mal por tener en mis manos esa sombrilla, pero no
contaba con otro recurso. La sombrilla tenía muchas manchas, muchos agujeros,
las varillas fuera de lugar lo que hacía que luciera arrugada, y la gente
pasaba y me miraba y…uf, qué vergüenza. Pero no tenía nada más disponible para
protegerme de la tempestad. Pasó el tiempo y no pasaba ningún medio de
transporte. Así que, a pesar de la vergüenza, continué utilizando aquella
sombrilla.
De pronto empecé a
pensar que a Dios le debe pasar con nosotros lo que me pasaba a mí con esta
sombrilla. “La mies es mucha y los obreros pocos”, dijo un día Jesús. Y cuántas veces Él habrá tenido que usar sus
obreros en condiciones tan deplorables como el estado de esta sombrilla. No sé
si fue Él quien me dio esta revelación. Dejo al lector sacar sus propias
conclusiones. Estas eran las similitudes con que mis pensamientos relacionaron
a algunos siervos del reino de Dios con esta sombrilla: Las manchas de la
sombrilla son nuestros pecados: orgullo, vanagloria, envidia, celos
contenciosos, juicios, chismes, crítica, etc.; los agujeros, son las heridas
por no perdonar; las arrugas, me hicieron recordar una fruta de maracuyá cuando
se está secando; representan un corazón seco cuando no perdonamos y dejamos
escapar el Espíritu Santo; entonces perdemos la paz y el gozo; el amor se
convierte en resentimiento; el fruto del Espíritu Santo no se puede manifestar
en nosotros. Las varillas fuera de lugar representan cuando no estamos en el
sitio donde Dios quiere que estemos; es cuando actuamos por nuestra propia
cuenta y no nos dejamos guiar por Él. Mis pensamientos me compungieron y empecé
a llorar: “Señor, yo no quiero ser como esta sombrilla en tus manos. No quiero
que te avergüences de mí: Ayúdame a ser una sombrilla sin mancha y sin arruga,
sin agujeros de resentimiento y con las varillas en su lugar porque siempre esté
donde tú quieres que yo esté”.
Y durante mucho
tiempo las sombrillas han seguido ilustrándome el tema del servicio:
En otra ocasión, me
prestaron una sombrilla en buen estado pero pesaba de una manera que me hizo
sentir muy cansada. Entonces pensé: Así debemos hacer sentir al Señor con
nuestras quejas. Nos convertimos en una carga dentro del ministerio. No nos
tiene contentos con nada. Queremos condicionarlo con nuestros caprichos y
someterlo a nuestra voluntad en lugar de ser nosotros los que nos sometamos a
la voluntad de Él.
En cambio un día al
salir de una clínica muy elegante a las siete de la noche, llovía
torrencialmente, y yo no tenía sombrilla.
Y qué curioso. Pasaban muchas personas con unas sombrillas tan
impecables, tan hermosas, pero…no había ninguna disponible para mí. Como muchos
hijos del Reino, limpios y rectos, que han sido preparados por el Señor pero no
tienen tiempo para Él. Nunca están disponibles para su servicio, mientras la
tempestad arrecia entre los que no conocen a Dios.
Un día me sucedió
que la sombrilla que llevaba se cayó de mis manos y terminó hecha un desastre.
Inmediatamente me agaché, la rescaté del lodo, la lavé, la desarrugué y
continué con ella. Así lo hace Jesús con nosotros cuando vamos arrepentidos y
humillados a reconocer ante Él, nuestras embarradas. Sólo que hay siervos que
no entienden que Dios es misericordioso para perdonarnos, y abandonan el
ministerio cuando se llenan de culpabilidad por sus errores. Otros en cambio
son desechados por sus líderes que se consideran perfectos y no entienden que
todos nos equivocamos y que necesitamos ser perdonados y restaurados.
En otra ocasión, la
sombrilla que acababa de comprar me salió defectuosa: cada rato la base que la
sostenía abierta, se hundía y entonces la sombrilla se cerraba sobre mi cabeza.
La única manera de que permaneciera abierta era que yo la sostuviera
manualmente. Entonces pensé que a veces el señor tiene que corrernos la base de
nuestra autosuficiencia para que nos acerquemos más a Él y permitamos que nos
sostenga con sus poderosas manos para que no andemos en nuestras propias
fuerzas.
Y nunca olvidaré
cuando al llegar un domingo al templo, una hermana me saludó con un fuerte
abrazo y me dijo: “Eres una bendición, cómo te usa el Señor”. En esa semana, un
día, después de un torrencial aguacero llegué
a casa y al descansar la sobrilla de turno que aunque muy defectuosa me había
sido de gran utilidad, le dije: “sombrilla, eres una bendición. ¡Cómo te usa
María Elena¡”.
Recuerdo también, que
una vez al pretender abrir la sombrilla que llevaba, esta se cerró bruscamente
y me hirió una mano con un alambre que se había soltado de las varillas. Le
pregunté al Señor qué me quería enseñar con esta situación y cómo podía yo
herir sus manos como esta sombrilla había herido la mía. Una tarde, después de mucho trabajo, me sentía
muy cansada, cuando vi pasar a una mujer en una silla de ruedas y me preguntó
dónde quedaba cierto supermercado. Me limité a indicarle a cuántas cuadras
quedaba y cómo podía llegar, pero a pesar de que ella estaba muy limitada para
manejar la silla de ruedas, no me tomé la molestia de empujársela hasta el supermercado. Unos minutos más tarde
sentí que el Señor me contestaba la pregunta que le había hecho. Él me había
dado la oportunidad para bendecirme por
ayudar a aquella mujer, pero yo herí sus manos al centrarme en mi cansancio, y
preferí dejarla ir haciendo un esfuerzo muy grande para movilizarse, y no
permití que el Señor me usara para su gloria y para manifestarle su amor a la
paciente.
En otra oportunidad
la sombrilla que llevaba no soportó el viento tan fuerte que soplaba, se volvió
al revés y finalmente quedó hecha un desastre prácticamente inservible.
Entonces pensé que así pasa con el siervo
que frente a las tormentas de la vida, al primer ventarrón se desploma y abandona el ministerio.
Continuará…
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