Historia de Voluntariado


MI ENCUENTRO CON CRISTO

Fue en la ciudad de Bogotá, Colombia, y siendo la noche del 24 de diciembre de1988, que tuve mi encuentro personal con Cristo a través de un Nuevo Testamento de Los Gedeones Internacionales. Desde muy niña yo había leído la palabra de Dios, pero sólo hasta ese momento me fue revelada por el Espíritu Santo.

Mi vida antes de Cristo

Después de la muerte de mi padre, recuerdo que un día leyendo la Biblia que tenía mi mamá, encontré un texto que decía: “el que no aborrece a su padre y a su madre, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14: 26). En ese momento mi madre era para mí lo más importante, era en realidad mi ídolo, quien ocupaba el primer lugar en mi vida. Así que renuncié a continuar leyendo la Biblia y esta terminó en un rincón roída por las polillas.

 Ya me había involucrado en ocultismo sin saberlo, pues aprendí a consultar las cartas del naipe, el tabaco y otros medios para adivinar el futuro. No era capaz de tomar ninguna decisión sin consultar con la adivinación. El Señor me cobró muy caro toda esta idolatría y me condujo a la más profunda depresión. Me cerró todas las puertas y frustró todos mis sueños. Siempre anhelé ser profesional de la salud pero nunca lo pude lograr. Mi madre pasó de una semi parálisis por un golpe que le lesionó la columna vertebral, a quedar como un vegetal, después de una trombosis. Inicié Bacteriología pero la enfermedad de mi mamá me condujo a tal exceso de trabajo que el médico me diagnosticó hipoglucemia y me dijo que tenía que escoger entre la carrera y mi salud. Ingresé entonces a una escuela de paramédicos pero la escuela quebró. Después de ser una brillante vendedora en Seguros Bolívar, pasé un año sin hacer una sola venta. Finalmente mi madre murió, mi salud empeoró y los problemas se multiplicaron. En realidad, Dios me estaba preparando para otra misión.

El propósito divino

Una hermana que había trabajado en Venezuela llevando la contabilidad en un hotel, había regresado a Colombia y dentro de su trasteo trajo unos nuevos testamentos que había recibido  de los Gedeones Internacionales en Valencia. Ella que era profundamente católica, quiso arrojarlos a la basura porque eran protestantes, pero no sabía qué o quién se lo impidió. Así que terminó regalándolos en Colombia y una de las afortunadas fui yo. Ya hacía más de dos años que había recibido este precioso regalo pero había quedado archivado en la biblioteca. En la angustia en que me encontraba leía una oración al Espíritu Santo que había encontrado en un viejo y sucio pedazo de periódico y le hacía la novena al divino niño. Pero quince días antes de mi encuentro con el Dios vivo recuerdo que le dije a Jesucristo: “Señor, yo sé que tú no eres ese niño chiquito que la gente venera; tú creciste y estás vivo. Ayúdame a encontrar el camino porque si no me voy a volver loca”.

Así fue como en aquella noche inolvidable me encontraba sumida en la más profunda depresión, tendida en mi cama con la espalda vuelta al televisor (que había sido otro ídolo para mí y del cual ahora no quería saber nada), y en medio del carnaval que la gente del barrio acostumbraba a realizar en las fiestas de fin de año.

De pronto ocurrió algo sobrenatural: Sentí que una mano me tomaba de mi nuca y me levantaba hasta hacerme llegar a la biblioteca, correr el vidrio, tomar el Nuevo Testamento y llevarlo hasta mi cama en donde empecé a leerlo con avidez. Los detalles de lo que pasó después nunca he podido recordarlos. Sólo sé que la palabra de Dios fue penetrando hasta lo más profundo de mi ser y que yo sentía que Cristo había venido de alguna manera a mi vida.

El día más feliz fue aquel en que leí: “De manera que si alguno está en Cristo nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Corintios 5:17).

Pocos días después llamé a dos vecinos cristianos que me había tratado de compartir de Dios desde hacía mucho tiempo, sin que yo les prestara mayor atención. Les invité a que hiciéramos un grupo de oración en casa y ellos gustosos respondieron a la invitación. Durante cinco meses me dediqué a escudriñar esta palabra y a escribirle poemas al Señor. Él me empezó a hablar por medio del Nuevo Testamento. Como mis amigos me aseguraban que la adivinación no era de Dios, le pedí al Señor me mostrara si ellos tenían o no la razón. Al abrir el Nuevo Testamento, me encontré con el texto de Hechos 16 cuando Pablo reprende al espíritu de adivinación en la joven esclava. Entonces en el colmo de la terquedad le volví a pedir me confirmara si al consultar las cartas y el tabaco estaba cometiendo un pecado. Cuando fui a leer nuevamente el Nuevo Testamento me encontré con Hechos nuevamente pero esta vez en el texto donde los magos quemaron todos sus libros de magia. Entonces recogí todos los medios de adivinación que poseía y los arrojé a la basura y para la gloria de Dios nunca más volví a consultarlos.

También a través del Nuevo Testamento El Señor me empezó a inquietar con un pasaje que siempre me salía y era cuando Ananías le dijo a Pablo: “Ahora por qué te detienes, levántate y bautízate y lava tus pecados invocando su nombre” (Hechos 22:16). Por eso le pedí a Dios que me dijera a dónde tenía que ir a bautizarme y a tomar la Cena del Señor.

 Un día vi en un noticiero de televisión la entrevista que le hacían a un pastor que tenía una iglesia cristiana. Busqué en el directorio el número telefónico del noticiero y llamé para obtener información para poder ir a esa iglesia. Después de vencer un gran número de obstáculos que se me presentaron y en medio de un torrencial aguacero, logramos llegar junto con otra hermana a la predicación que tocó lo más profundo de nuestros corazones. Cuando hicieron el llamado para pasar al frente no vacilamos en ir a caer de rodillas y rendir nuestra vida al señorío de Cristo. A los ocho días fui con la hermana que me había regalado el Nuevo Testamento y un mes después nos bautizamos las tres. Seis meses después habían ya llegado a los pies de Cristo otros cuatro sobrinos nuestros.

La sanidad y el ministerio

El Señor me sanó de todas mis enfermedades, en una sola noche, estando acostada en mi cama, orando a solas con Él. Cuando al día siguiente me di cuenta que estaba completamente curada, le ofrecí mi vida para su servicio. Él me inquietó a hacer el Instituto Bíblico y muy pronto fui llamada para formar parte del ministerio de oración, primero, y luego para servir en la iglesia infantil. En 1991 Dios me permitió realizar el mayor sueño de mi vida: ser voluntaria hospitalaria. El Señor me llamó a través de un misionero inglés que llegó a  la congregación y durante la prédica dijo entre otras cosas que tocaron mi corazón: “Hay muchos enfermos en hospitales y clínicas que se están yendo al infierno por falta de quien les comparta de Cristo”. Luego hizo un llamado a las personas que se quisieran comprometerse en este ministerio y yo sentí que Dios me estaba hablando directo al corazón. Así que pasé llorando inconteniblemente y le pedí que me permitiera servirle. En los días siguientes le pedía que me mostrara cómo hacer para ingresar a los hospitales y la respuesta fue inmediata. El pastor con quien trabajaba me dijo un día sin saber lo que yo le estaba pidiendo al Señor: “¿Le gustaría ser voluntaria hospitalaria?” “Pero si eso es lo que siempre he soñado”- le contesté. “Pues mi esposa es voluntaria en el Hospital San Juan de Dios”, me dijo. Fue así como él nos puso en contacto y ella me llevó al voluntariado. Yo iba en mi día libre y ese día se convirtió en el más feliz para mí. Así transcurrieron dos años en los que le pedí al Señor que me permitiera visitar enfermos de tiempo completo. Sólo que, para hacerlo no tenía los recursos económicos pues no contaría con ningún salario. Una noche, al terminar  un ayuno, después de mucha alabanza y adoración, el Señor puso en mí, el querer y el hacer para decirle: “Señor, tu palabra dice que si buscamos tu reino y tu justicia tú nos darás todo por añadidura; así que yo decido creerte; me voy a buscar tu reino en los hospitales visitando los enfermos y tú te encargas de suplir todas mis necesidades. Al día siguiente a las seis de la mañana, me llamó el pastor con quien trabajaba y me dijo:” María Elena, sé que has estado orando por esto y Dios te ha escuchado; hay un hermano en la iglesia que quiere ayudarte con una ofrenda para que puedas estar de tiempo completo en los hospitales”. Desde 1993, me ha dado una  ofrenda mensualmente.

Dios me ha permitido visitar enfermos  en muchas instituciones de salud de Bogotá y Colombia, y entidades militares como el  Batallón de Sanidad, etc.

En 2007, el Señor me permitió crear bajo la cobertura de la Iglesia Casa Sobre la Roca, el Programa Madres Lactantes y Gestantes, donde Nuestro Padre Celestial se complace en alcanzar para su Reino, las familias de bebés hospitalizados. A partir de mayo de 2016, la Iglesia me empezó a dar un salario, con todas las prestaciones de ley, para la gloria de Dios.

Mi encuentro con los Gedeones

Fue visitando enfermos en La Clínica San Pedro Claver que conocí a un Gedeón. Yo siempre había querido conocer a los Gedeones, a quienes amaba profundamente. Así que le pedí una tarjeta y fue el comienzo de un nuevo y original ministerio: Llamar a los Gedeones cada vez que conozco de alguna necesidad de Nuevos Testamentos en batallones y entidades de salud civiles o militares. Fue así como pudimos hacer contacto con el obispo de las Fuerzas Armadas quien autorizó y recomendó la distribución del Nuevo Testamento para todo el personal bajo su cuidado espiritual. Luego a través de los capellanes católicos con quienes en su gran mayoría sostengo excelentes relaciones, hacemos un trabajo para el Reino de Dios. Cuando ellos necesitan que los Gedeones les lleven Nuevos Testamentos para sus ovejas, me llaman a mí para que les informe a los Gedeones de dicha necesidad.

Los pensamientos de Dios

No quiero terminar sin compartir algo que he analizado durante todo este tiempo, y es que, cuando este Nuevo Testamento llegó a mis manos yo no reunía ninguno de los parámetros del ministerio de los Gedeones: no era paciente en ningún hospital, ni estaba prisionera en ninguna cárcel, no era militar, ni estudiante, ni viajera en ningún hotel. No estaba en el área de los Gedeones, pero estaba en el área de Dios. Y como Él mismo dice en Isaías 55: 8-11: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.

 ¡Toda gloria, honra y alabanza sean para el que hizo que este Nuevo Testamento de los Gedeones Internacionales viajara desde Venezuela hasta Colombia y llegara a mis manos y transformara mi vida y mi entorno familiar! ¡Gracias sean dadas al Todopoderoso!



ALGUNOS TESTIMONIOS EDIFICANTES (ataduras especiales)

Bogotá, 1993

1.       Por culto a los muertos

Alex había sido herido a bala y le habían tenido que quitar un riñón, la cabeza del páncreas y parte de los intestinos. Cuando lo encontré llevaba como tres meses sin comer,  y parecía un niño de Biafra, un esqueleto. Estaba tan grave, que honestamente no pensé que sobreviviera, y dirigí mi visita a reconciliarlo con Cristo y entregárselo a Él. Cuando empezamos a orar, sentí un fuerte olor a flores y tuve la sensación de estar en una funeraria. “Va a morir muy pronto”, pensé, pero días después cuando regresé, lo encontré caminando por el pasillo y tan recuperado que no lo reconocí. “Soy Alex, el de la 513”, me dijo. Dimos la gloria a Dios, lo alabamos, y dimos por un hecho la sanidad. Pero la batalla no había terminado. Cuando estaba a punto de salir, se volvió a agravar y siguió, a partir de ese momento, en una inestabilidad que cuando orábamos mejoraba, luego volvía a empeorar, y así sucesivamente. Un día, desconcertada por esa situación, fuimos en ayuno con una hermana en Cristo a pedirle al Señor que revelara el diagnóstico espiritual y físico.

Al tercer día, lo estaba visitando cuando me pidió que le alcanzara el Nuevo Testamento que tenía en su mesita. Al abrirlo, me encontré con una novena a las “benditas almas del purgatorio”. Mientras orábamos a Cristo por su sanidad, el paciente le pedía al alma de su primo, a quien habían matado a bala, y el mismo espíritu de muerte que había acabado con el primo, quería matarlo a él. Le compartí Lev. 20:27: “y el hombre o la mujer que evocare espíritu de muertos…ha de morir”. Asimismo le leí Job 7:9-10: “como la nube se desvanece y se va, así el que desciende al seol, no subirá, no volverá más a su casa ni su lugar le conocerá más”. Con estos pasajes, Ec. 9.5 y Dt. 18:9-12, y otros, logré (orando en mi corazón) que me entregara la novena y renunciara a todo culto a los muertos  y rompiera todo pacto con ellos.

A partir de ese momento, Alex fue sano. La última vez que lo encontré me pidió que le vendiera la Biblia con concordancia que yo acababa de comprar para mí. “La que me regaló su amigo, se la di a un hermano mío, junto con el libro de Vida Abundante; se convirtió y está asistiendo a la Iglesia Cruzada Cristiana de Valledupar”, me dijo tan rozagante como si nunca hubiera estado enfermo.
¡Gloria a Dios!


2.       “Semejantes a los ídolos, son los que confían en ellos” (Sal. 115:8)

Esta palabra se hizo realidad en un joven que había sufrido un accidente en moto y había quedado en estado semiinconsciente y muy grave. Los médicos habían dicho a la mamá que si lograba sobrevivir no volvería a caminar. Ella rechazaba la Palabra de Dios, y la primera vez que le ofrecí orar por su hijo, despectivamente, me dijo: “No me gustan los evangélicos”. Yo empecé a orar por la conversión de esa familia, para que Dios fertilizara el terreno, y un día encontré a la señora, hecha un mar de lágrimas. Su hijo ardía en fiebre y los médicos no llegaban; yo empecé a orar en mi corazón: “Señor, dame las palabras para tocar el corazón de esa mujer”. De pronto, el Señor guio mis ojos hacia la cabecera de la cama del enfermo. La mamá le tenía allí una colección de imágenes: la encabezaba la virgen de las angustias de Bojacá, junto con el señor caído de Monserrate y el señor crucificado de Buga, entre otras.”Señor, habla tú en mí”, oré. El Señor me dejó asombrada con las palabras que puso en mi boca:

- “Señora, no se ha visto que en usted está reflejada esa imagen de la virgen de las angustias?”.

-“¿Por qué?”, me dijo sorprendida. 

- “Es que lo que veneramos, eso recibimos. Usted venera la imagen de una madre que llora todo el tiempo con su hijo en brazos, y eso es lo que le está pasando”, le contesté.

Yo misma estaba tan asombrada como ella, de lo que el Señor me estaba dando, pero entendí que debía seguir adelante.

–“Si le diera un consejo, ¿me lo recibiría?”, le pregunté.

¿Cuál?”, me respondió.

–“Entréguele su hijo al Señor Jesucristo vivo. Él no está muerto en los brazos de su madre. Usted ha estado atando a su hijo ofreciéndolo a imágenes de muerte y de derrota, como el señor de Monserrate; de tormento, como el señor de Buga. ¿Qué es el señor de Monserrate, sino la imagen de un hombre caído y derrotado, coronado de espinas y que nunca se levanta? Así está su hijo. ¿Quiere probar y recibir al Cristo victorioso, que venció a la muerte y a la enfermedad, y entregarle a Él su hijo?
.
– “Con tal que se mejore, yo hago lo que sea”, respondió.

Entonces se dejó guiar en la oración que el Espíritu Santo puso en mi boca:

“Señor Jesucristo, yo creo que tú estás vivo; que resucitaste de entre los muertos, venciendo a la muerte, al pecado y a la enfermedad. Te abro la puerta de mi corazón y la puerta de mi casa y te recibo como mi único Señor y Salvador. Te entrego a mi hijo para que tú lo levantes en victoria. Rompo todos los pactos de idolatría con que yo lo até e invalido toda palabra con que lo haya atado a la enfermedad y a la muerte, al entregarlo a esas imágenes”.
El Señor respaldó su palabra y a partir de ese momento empezó a mejorar, hasta el punto de salir caminando apoyado en una muleta. Poco tiempo después, cundo lo visité en su casa, ya caminaba sin muletas, y un hermano Gedeón que me acompañaba , les regaló al paciente y a su hermano, Nuevos Testamentos de la versión Inglés Español, pues los dos son profesores de Inglés. De rodillas, en la sala de su casa, renovó la entrega de su vida a Cristo, y empezó a leer su Palabra. La última vez que lo visité, poco antes de viajar a París, para visitar a su hijo, el Señor me inquietó para conseguirle una Biblia con concordancia. “Le prometo que la leeré” me dijo al despedirnos. Su hermano, quien también recibió al Señor junto con muchos miembros de la  familia, empezó a congregarse en una iglesia cristiana.

¡Toda la gloria es para mi Señor!

Bogotá, 1995

3.       Por culpabilidad

En el siguiente caso, el Señor me enseñó que no debemos juzgar ni condenar a ninguno que rechace la palabra de Dios, sino sembrar en su corazón mensajes como “Cristo lo ama y quiere morar en su corazón. No importa cuál haya sido su pasado, Cristo lo puede limpiar con su sangre”, etc.
Era un soldado siquiátrico, de nombre Luis, a quien conocí en el Batallón de Sanidad. Parecía un robot, y siempre que se encontraba conmigo, se volvía bruscamente, evadiéndome con temor. De cualquier otro siquiátrico podía esperar recuperación, menos de este. Era el más grave de todos.
Por el mismo tiempo visitaba a algunos soldados que me habían llamado de la Clínica de la Paz y en una de estas ocasiones encontré allí a Luis. Como siempre, me evadió, y yo, en comunión con mi sobrina Alicia Castro, discípula mía y quien me acompañaba en el ministerio de los enfermos, oramos para que el Señor restaurara a Luis. Lo único que el Señor ponía en mi corazón era decirle: “Cristo lo ama y quiere morar en su corazón”.
Finalmente, un día consintió en departir con otros enfermos y con nosotras en la cafetería de la Clínica. Después de un rato de estar con ellos les pregunté si querían recibir a Cristo, y Luis fue el único que no quiso orar.  Al despedirme, le dije: “Cristo lo ama. Voy a orar esta semana para que Él le demuestre su amor”. A los ocho días lo encontré más abierto al diálogo. “¿Sintió el amor de Cristo esta semana?”, le pregunté. Trató de sonreír y asintió levemente con la cabeza.”Entonces, ¿hoy sí quiere recibir a Cristo en su corazón?”, pregunté, y, para mi asombro, asintió con la cabeza, y tímidamente repitió la oración. Su rostro cambió notablemente.  Indudablemente, el Señor, de alguna manera le había manifestado su presencia y su amor, y ahora empezaba a mejorar.

Fue remitido al Batallón de Sanidad, pero faltaba mucho para que volviera a ser una persona normal. En una ocasión lo invité a charlar y le dije:   “Siento que todavía no estás consciente del  perdón que Dios te ha dado. Él ya te perdonó, pero tú no te has perdonado”. Le indiqué que leyera el título del libro “Nada nos podrá separar del amor de Dios”. –No sé leer”, me dijo bruscamente. –“¿Qué pasó? ¿Nunca te pusieron en la escuela? “Sí, pero se me olvidó”. – “¡Con el trauma?”. Asintió con la cabeza. – “¿Pero te vas a perdonar y a perdonar a todos los que te han hecho daño y le vas a entregar esos recuerdos a Cristo?”. Se dejó guiar en la oración que el Señor puso en ese momento en mí: “Señor Jesucristo, te entrego mi pasado. Cada recuerdo que me ha traumatizado: el temor, la ira, el sentimiento de culpa, todo lo que me ha quitado la paz. Te entrego todo hoy, todos mis pecados y recibo tu perdón, y ahora que tú me has perdonado, yo también me perdono y perdono a todos os que me han hecho daño”.

Continuamos orando según nos guiaba el Espíritu Santo y luego de un rato le dije: “Ahora trata de leer” Le empecé a deletrear y ¡Gloria a Dios! terminó de leer: “Nada nos podrá separar del amor de Dios”.
Finalmente me contó su terrible historia:
Había tenido que acompañar a un suboficial a realizar una requisa en la casa de la familia de un guerrillero. Encontraron al padre del guerrillero durmiendo. El suboficial que había abierto la puerta violentamente, disparó bruscamente sobre la cara y el cuerpo del hombre. Los ojos se le brotaron, el cuerpo se le desfiguró, los intestinos se le reventaron y la sangre fluía a chorros. Aquel grotesco espectáculo traumatizó a Luis, quien, aunque no había participado en el hecho, se sentía tan culpable , que creyó que ya nunca tendría el perdón de Dios.
Cuando terminó de contarme su historia, le leí algunos textos bíblicos que hablan del perdón de Dios: Mi. 7:18-19; Is. 43:18 y 25; 2ª Co. 5:17; 1ª  Jn. 1:8-9.
La restauración fue extraordinaria y progresiva. Finalmente, dados los antecedentes de su historia clínica, fue pensionado e indemnizado. El día que salía del Batallón Dios permitió que nos encontráramos (Él siempre nos muestra el fruto de nuestro trabajo); estaba radiante, con la mamá a quien me presentó. Ella me abrazó y me dijo: “Mi hijo me contó cómo usted oró por él. ¡Dios la bendiga! Yo también soy creyente, y le he estado clamando a mi Señor todo este tiempo por la salud de mi muchacho, y en la iglesia también han estado orando por él”.

¡Gracias, Señor, por tu fidelidad!



Año 2002 (Aproximadamente)

4.       Por consagración al “Divino niño”

4.1.Hacia el año 2002, un funcionario del Hospital Militar me recomendó una familia que tenía su paciente  desahuciado  en una habitación del piso 11, a donde me dirigí con dos compañeras  más, a realizar la visita. El paciente se encontraba con un pastor que estaba orando ya por él, y la familia estaba dialogando en el mirador  del piso. Cuando empecé a hablar con la esposa, ella se mostró muy enojada con Dios, porque, decía que él le había prometido a través de un sacerdote ecuatoriano que le daba el poder del “Divino niño”  para que le impusiera las manos a su marido y lo sanara, y que ahora en lugar de mejorar, estaba cada vez peor. Yo la invité a calmarse y le pedí que se sentara en medio de mis dos compañeras, quienes empezaron a orar en voz baja. De pronto se produjo  en esta mujer algo que yo jamás había visto ni oído: Se paró retorciéndose los dedos haciendo con ellos figuras como las de las manos del ídolo del 20 de julio, y con una voz  infantil pero  diabólica y horripilante decía: “Yo soy el divino niño, yo te he lalo de mi  poder”, etc.  Yo le pedía al Señor que por ningún motivo fueran a parecer ni  médicos  ni enfermeras,  porque nos iban a mandar a todos para Sibaté. También le pedí que me dirigiera en la oración correcta para que esta mujer fuera libre. Acto seguido empecé a romper hechizos y sortilegios y a anular la consagración a ese demonio que se hace pasar por el “Divino niño”.  La mujer se fue calmando y finalmente aceptó orar con nosotras para recibir al verdadero Hijo de Dios y reconocerlo como su único Señor y Salvador y renunciar ella misma a todo lo que estuviera ligando su vida. El paciente finalmente fue sano y toda la familia se fue en victoria para Ibagué de donde procedían.


¡Gloria a nuestro Padre Celestial!

Después de esta experiencia aprendí lo que trae la consagración a este ídolo: Rebeldía contra Dios, blasfemias contra él, enanismo espiritual, etc.

Más consagraciones al “Divino niño”

4.2.  Una auxiliar de Enfermería me pidió que orara por su hijo mayor porque era muy rebelde y la maltrataba con palabras muy ofensivas, era desobediente y altanero y como ella se encontraba embarazada, el comportamiento del niño la estaba haciendo sentir contracciones y amenaza de parto prematuro. Mientras orábamos, el Espíritu Santo me hizo preguntarle si había consagrado su hijo al “Divino niño”. Ella me contestó que su marido lo había llevado al 20 de julio. Le expliqué con el Salmo 115:8 y Romanos 1:25, 28-31, las consecuencias de consagrar los hijos a los ídolos creados por manos humanas,  y no al Creador.  Le dije que con mucho gusto le podía guiar una oración para anular las consagraciones con que hubiera sido atado el niño y  para consagrárselo al Dios vivo y Todopoderoso. Ella me pidió que  por favor la guiara en la oración,  y ocho días después nos volvimos a encontrar. Me abrazó feliz y me dijo que su niño había cambiado completamente, que ahora era tierno y obediente completamente diferente.

4.3. Fui a visitar a una mamita a su casa para llevarle una ropa para sus niños que le había mandado el MAS. Cuando llegué vi que el bebé recién nacido tenía la carita con moratones. La mamá me contó que su  niña (como de tres años) lo había golpeado con el teléfono. Seguimos hablando y la niña quería llamar la atención de la mamá hablándole a gritos. Ella la regañó y le dijo que la dejara escuchar lo que yo le estaba hablando. Entonces la niña se lanzó contra mí con violencia y me agarró de la garganta clavándome las uñas. Esta reacción me tomó por sorpresa y sin darme cuenta la sacudí para librarme de ella. La niña entonces se paró con ojos enfurecidos y se me abalanzó nuevamente. La mamá la gritó y la agarró para impedir que me agrediera nuevamente.  Entonces le pregunté si había consagrado a su hija al “Divino niño y me dijo que ella no pero el papá sí. Después de explicarle la palabra de Dios, oramos igual que en el caso anterior y el cambio en la niña fue inmediato. Su mirada cambió y se volvió tierna y cuando me despedía me abrazó y me dio un beso.

Consagración al “Sagrado corazón

Una mamita que tenía su bebita enferma en Hospital del Guavio  y que ya había asistido a iglesias cristianas pero a pesar de haber querido perdonar al primo que la había abusado durante seis años desde cuando ella tenía cinco, no era libre del odio que sentía por él. Cuando le hablé de la necesidad del perdón empezó a llorar con un dolor y unos gemidos que yo nunca había escuchado. Orábamos y orábamos para que el Señor sanara su corazón; la guie para que confesara  perdón por el primo, por su mamá por haberla dejado con la tía y que perdonara a la tía por dejarla con el hijo de quince años y que perdonara todo lo habido y por haber,  y se perdonara ella misma por no haber tenido el valor de contarle a su mamá lo que estaba pasando; pero ella seguía llorando y llorando de manera irreal. Después de clamar al Señor con todo mi corazón que revelara la forma correcta de orar con ella, el Señor me mostró que había sido consagrada al mal llamado "corazón de Jesús", Le pregunté si cuando niña la habían consagrado a ese ídolo y me dijo entre profundos gemidos que sí. Cuando invalidé esa consagración y la guie para que ella misma renunciara, y oramos rompiendo el hechizo y el sortilegio fue inmediatamente libre. Porqué digo que es un hechizo y un sortilegio: Porque si miramos bien, esa imagen es un corazón estacado con una cruz, cercado y herido con una corona de espinas, atravesado con un puñal, algunos, o con dos dagas, otros, y ardiendo en llamas. Y como dice la palabra de Dios (Salmo 115:8) "semejantes a los ídolos son los que confían en ellos". Así estaba el corazón de esa mamita, que después quedó en una alegría indescriptible dando gracias a Dios por su liberación y sanidad.  ¡Gloria a Dios!


Bogotá mayo de 2003

  1. Por palabras que atan y hieren
El siguiente caso nos ilustra cómo una mamá puede llegar a dañar a un hijo por medio de las palabras que le dice. Con razón la palabra de Dios afirma que “La vida y la muerte están en poder de la lengua” (Proverbios 18:21). Y el mismo Señor Jesucristo dijo que “en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado” (Mateo 12:36-37).
En el Hospital La Samaritana encontré a una joven con una extraña enfermedad llamada “Pénfigo Vulgaris” y que los médicos no podían  curar. Presentaba unos síntomas escalofriantes que me causaron un profundo dolor. Su piel se caía dejando al descubierto la carne dando la sensación de haber sufrido quemaduras generalizadas en todo su cuerpo. Se encontraba aislada y tuve que compartirle desde la puerta. Ella aceptó orar inmediatamente y las dos lloramos pidiendo un milagro. El Espíritu Santo me llevó a guiarle a invalidar palabras que la hubieran atado y herido, a perdonar, y a perdonarse ella misma por todo lo que no se hubiera podido perdonar, y continuamos orando y renunciando a todo lo que estuviera produciendo la enfermedad. Oramos y oramos con dolor y fervor y ella le rindió su vida a Cristo con todo su corazón.
Cuando volví al hospital como a los quince días, la encontré en otra habitación con su piel completamente cicatrizada y en condiciones de plena restauración. Entonces oramos dando gracias a Dios y ya pude visitarla normalmente pues ya no tenía aislamiento. Le pregunté entonces qué creía que le había enfermado según la forma  como le había guiado la oración. En otras palabras qué era lo que había tenido que perdonar a otros y perdonarse a ella misma. Entonces me contó que ella estaba asistiendo a un grupo de oración y que se había propuesto cambiar y ser una buena hija pero nunca lo había conseguido pues sentía mucha ira y rebeldía contra su mamá y esto la hacía sentir muy culpable.
Continuamos hablando y terminó contándome que su mamá le decía palabras muy ofensivas y malas, que la herían profundamente y la tenían como encadenada. Mientras más quería obedecerla, menos lo podía hacer porque su mamá le decía a todo momento que nunca cambiaría, que era una desobediente, una rebelde, una altanera, etc. Pero cuando oramos anulando toda palabra que la estuviera atando, ella fue libre y pudo perdonar a su mamá y perdonarse ella misma por ser como era, y entonces vino la sanidad total. Ahora sentía que ya no le tenía rabia a la mamita, y que la podía amar como una buena hija. Tampoco ya se sentía culpable, porque había aceptado y entendido el perdón de Cristo.
Le pude conseguir una biblia a través de un amigo y se marchó feliz para el pueblo de donde había venido.
¡Toda la gloria es del Dios Todopoderoso creador del Cielo y de la tierra!



HAZ TU PARTE QUE DIOS SE ENCARGA DE EL RESTO

Bogotá, 1° semestre de 1995  ------Soldado con traumas de guerra:
En una clínica psiquiátrica encontré un soldado que se encontraba bajo fuerte depresión, después de participar en combates que le habían dejado traumas de ira, temor, culpa, etc., y sin tener ninguna comunicación con su familia pues no tenía más allegados que un tío en un municipio de Córdoba y no contaba con dinero para hacer una llamada de larga distancia. Su estado era realmente lamentable. Le compartí del amor de Cristo y él aceptó de buena gana que le dirigiera una oración para recibir a Jesucristo en su corazón, perdonar a todos los que le habían ocasionado tal daño psicológico y entregarle al Señor todas estas cargas. La mejoría fue realmente extraordinaria y muy pronto fue remitido al batallón de recuperados. Yo le había pedido  el número telefónico de su tío para informarle de su estado y cuando me pude comunicar con él, me dio una excelente noticia: El paciente ignoraba que tenía en Bogotá, una media hermana, hija de su padre. El tío tenía el número telefónico de ella pero no se atrevía a llamarla y a informarle, por temor a que ella rechazara a su hermano. – No se preocupe por eso – le dije. Si me da el número, yo la llamo personalmente y me encargo de hablarle del caso.

Efectivamente, la llamé y al darle la noticia no sólo no manifestó ningún rechazo, sino que la noticia la alegró de tal manera que me pidió que nos encontráramos para ir a buscarlo. El jueves santo era día de visitas en el batallón y a primera hora nos encontramos con ella en la puerta. Era muy joven pero iba acompañada de un hijo ya adolescente. La reacción del paciente fue de indescriptible alegría pues no tenía ni idea de la existencia de su hermana y de su sobrino. Para celebrar el encuentro y dar gracias a Dios, me pidió que lo llevara a la iglesia. Todos tres estaban tan agradecidos con el Señor, que no vacilaron en hacerlo ese mismo día y aprovechando la celebración de la Cena del Señor partimos para el templo. La última noticia que tuve de él es que lo habían reintegrado a su trabajo, lo que demuestra la sanidad total que recibió del Señor pues para que envíen a un militar al área de combate es necesario que su mente esté en óptimas condiciones.
Toda la gloria es para el que lo sanó, esto es, Jesucristo.

Bogotá, enero de 1999---- Niña damnificada por temblor:

Durante el temblor que hubo en el Quindío no solamente la ciudad de Armenia fue la afectada por el terremoto. Entre las zonas circunvecinas, La Tebaida fue una población duramente azotada. Entre los miles de pacientes que llegaron de toda la zona cafetera, encontré en el Hospital Militar un joven procedente de la Tebaida que me pidió que le informara por teléfono a su familia allí. Cuando pude hacerlo, le dije a la familiar del paciente que si sabía de alguien que necesitara encontrar en Bogotá, a algún familiar herido, no vacilara en darle mi número telefónico.
Al tercer día recibí la llamada de una mujer que se encontraba muy angustiada pues su niña de cuatro años había sido enviada hacia una ciudad desconocida y para la angustiada madre le era imposible movilizarse para buscar a su hija, pues no contaba con ningún recurso económico, dado que su única fuente de ingresos era cuidar carros en un parqueadero. Le pedí los datos personales de la niña y le dije que trataría de hacer lo que estuviera a mi alcance. Después de orar pidiendo la guía del Señor, llamé a una hermana de la iglesia y le pregunté si tenía el periódico de los días siguientes al temblor donde figuraba la lista de los heridos y su respectiva ubicación en los diferentes hospitales de Bogotá. Ella me dijo que iba a buscar y que luego me llamaría si encontraba algo. No había pasado media hora cuando recibí su llamada. Había un dato de una niña con una edad aproximada y un nombre parecido al de la pacientica que estábamos buscando. Se encontraba hospitalizada en la Clínica Colsubsidio. Busqué en el directorio el número telefónico de la clínica y llamé para verificar si dicha niña tenía familia o nó. Me informaron que la niña estaba sola pero que no podían suministrar más información por razones de seguridad. Oré nuevamente para preguntarle a Dios qué tenía que hacer. Como la hermana que me había dado el dato del periódico, me había dicho que la lista que aparecía en el diario era suministrada por el Ministerio de Salud; decidí salir para allí y preguntar por la persona que estaba coordinando el traslado de familiares de la zona del desastre hacia Bogotá. La doctora encargada se mostró muy interesada en el caso, e inmediatamente llamó a la Tebaida para que los encargados del servicio allí, verificaran con la señora que me había llamado, si los datos eran dignos de tener en cuenta. Efectivamente, todo parecía indicar que la niña era la que estábamos buscando. Así que la señora fue trasladada a Bogotá en un avión destinado para tales fines y al ser llevada a la Clínica para que identificara a la niña, ésta reconoció inmediatamente a su mamá. Muy pronto la paciente se recuperó y regresó con su progenitora a su lugar de origen.

Toda la gloria le pertenece a Dios.

Bogotá, Finales de 2001---Muchos años sin familia:

Me habían recomendado un paciente de Villavicencio para que lo visitara en el Hospital de La Samaritana y un día después de visitarlo, le pedí a Dios que me guiara hacia algún paciente que estuviera solo y necesitara ayuda. Andando por un corredor, divisé a un hombre mayor, que se veía muy mal. Estaba con oxígeno y lucía muy fatigado. ¿No lo han venido a visitar? - le pregunté. Me contestó negativamente con la cabeza y al preguntarle que si yo lo podía hacer, dijo que sí, y me dio las gracias. Después de un rato, aceptó que orara por él y le guiara en la oración para recibir a Cristo y reconciliarse con Él. Más tarde me contó que se encontraba perdido de su familia desde hacía muchos años y que en el número telefónico que tenía del almacén donde trabajaba su hijo hacía diez años, no le habían contestado. Le pedí el número y le dije que haría un último intento. Me fui orando para que pudiera encontrar noticias concretas y después de marcar varias veces, me contestó un hombre quien me dijo que el almacén a donde yo estaba llamando se había trasladado hacía mucho tiempo y que él no sabía nada de su nueva ubicación. Regresé entonces a comentarle al paciente lo que me habían dicho y volvimos a orar para que Dios nos diera alguna luz. El paciente me dijo que en el gremio de las ventas todos se conocían. Y como su hijo trabajaba en un almacén de repuestos para vehículos automotores, era factible que en el sector alguien supiera qué había pasado con dicho almacén. Así que decidí trasladarme al lugar en donde estaba situado el antiguo almacén. Al pasar por frente a un almacén que quedaba muy cerca al hospital, sentí que debía entrar pero me puse a razonar que estaba muy lejos del sector indicado por el paciente y continué caminando hasta llegar a la zona donde había más almacenes. Alguien me ayudó a buscar en el directorio telefónico el nombre del almacén, pero al contestar en el número que figuraba, me dijeron que el almacén en cuestión había desaparecido hacía mucho tiempo. Después de aproximadamente dos horas, nadie me había dado ninguna información concreta, aunque en mi interior yo sentía que me encontraba muy cerca del hijo del paciente. Fue entonces cuando me paré en una esquina para hacer una oración salida de lo más profundo de mi corazón: “Señor, permíteme regresar a ese hombre acompañada de su hijo”. La respuesta fue inmediata. Allí mismo estaba parado un señor a quien me dirigí, le di el nombre del almacén y le pregunté si él sabía algo al respecto. Me contestó que él era muy nuevo en aquella zona, pero que ese señor que estaba hablando por teléfono era la persona más indicada para darme la información, pues era muy antiguo en el lugar y conocía toda la historia del sector. Esperé que terminara de hablar por teléfono y lo abordé de inmediato. Efectivamente, me dio la información exacta: me dijo que el dueño del almacén había quebrado y que ahora era un empleado en un almacén que quedaba al respaldo de la manzana donde nos encontrábamos. Me dio el nombre de dicho señor y el del almacén donde trabajaba y acto seguido me dirigí hacia allí. El caballero en cuestión me dijo que efectivamente él era la persona que yo estaba buscando y que su antiguo empleado trabajaba ahora en la Caracas con primera en un almacén que se llamaba Garrimoto.  Era justamente donde yo había sentido que debía entrar cuando inicié la búsqueda. Cuánto tiempo hubiera yo ahorrado si me hubiera dejado guiar por el Espíritu Santo. Finalmente me dirigí al sitio indicado y pregunté por el personaje. Me dijeron que efectivamente trabajaba allí y lo llamaron. Era relativamente joven y cuando le mencioné el nombre del paciente se alarmó pensando lo peor. Lo tranquilicé diciéndole que se encontraba hospitalizado pero fuera de peligro. Me preguntó qué tenía que hacer para llegar hasta él y le contesté que estábamos sobre el tiempo pues las visitas terminaban a las cuatro y ya eran las tres pasadas. Así que pidió permiso a su jefe para salir, se quitó la blusa, se bañó las manos y acto seguido nos pusimos en camino. Yo iba orando, porque el paciente sufría serias fallas cardiacas y una sorpresa como esa podría complicar su salud. Puse al corriente al hijo de mis inquietudes y le dije que yo iba a hablar con la jefe de enfermeras para que preparara al enfermo y alertara al médico al respecto. Cuando llegamos a la central de enfermería, el pacienta había bajado a la cafetería lo que permitió que pudiera poner al corriente de todo a la jefe y ésta al médico. Luego enviaron a una enfermera a que bajara a recoger al paciente. El hijo se ubicó junto a una silla para que al llegar el papá, se pudiera sentar de inmediato. El paciente no lo reconoció a la primera vista. Cuando el joven le preguntó si no lo reconocía, el anciano se le quedó mirando y sus ojos se llenaron de lágrimas – Pero si es Toño- le dijo de repente, y los dos se abrazaron llorando. Muy pronto se regó la noticia entre los familiares, y la trabajadora social que pensaba regresar al paciente a los llanos de donde había venido, tuvo que cancelar el viaje pues ahora el paciente podía escoger entre sus allegados, en dónde continuaría su recuperación. 
¡Gracias, Señor!

Bogotá, julio de 2002--------Anciana desorientada:

En el Hospital Centro Oriente de Bogotá Sede “El Guavio” encontré una anciana que había llegado con múltiples traumas, totalmente desorientada y sin que ningún familiar se hiciera presente para visitarla. Como estaba descalza, Dios puso en mi corazón que fuera a la zapatería más cercana y preguntara al zapatero si no tenía algunos zapatos que hubieran mandado arreglar y no hubieran reclamado. Para mi asombro, el zapatero sacó de un rincón unos tenis en buen estado. ¿A quién se le hubiera podido ocurrir encontrar en una zapatería unos tenis? Pues con esos tenis la paciente pudo cubrir sus pies del frío durante un mes. Era lo que llevaba hospitalizada aquella mañana que la encontré presentando algo de coordinación en sus ideas. Estaba con mucho frío por carecer de ropa suficiente y la tenían muy ocupada tratando de hacerla reaccionar. Pensé que debía dejarla para la próxima semana para tratar de reconciliarla con Dios. Sin embargo, al abandonar el hospital recordé que había oído decir que la iban a llevar a un ancianato, pues ya tenía salida, y mientras bajaba calle abajo sentí dolor por aquella anciana que tal vez no volvería a ver. ¿Qué quieres que haga por ella? le pregunté a Dios. La respuesta que creí recibir fue: “Vuelve mañana y consíguele ropa”. Así que le ubiqué una sudadera, un buzo y unas medias y al día siguiente vine a cumplir con lo que Dios había puesto en mi corazón. Llegué en el momento preciso en que la estaban secando después del baño. Luego que la acabaran de arreglar me senté a su lado y le empecé a preguntar de su vida.  Recordaba su nombre y me dijo que era de Ubaté, que vivía con una madrina en una finca junto a la laguna de Fúquene, junto a otra finca que se llamaba El Roble. Que vivían de la pesca y salían a mercar a Ubaté los viernes. En realidad los datos no eran muchos pero decidí ir a tratar de encontrar a la madrina de quien me había hablado. Me aconsejaron que llegara a la personería de Ubaté y expusiera el caso allí. Cuando salía para el Terminal, caí en cuenta que hubiera podido obtener muchos más datos con la jefe de enfermeras como por ejemplo, la fecha exacta de ingreso y quién la había llevado al hospital y de dónde procedía. Pensé en ese momento ir al hospital y preguntar esos datos y dejar el viaje para otro día pero sentí que el Señor me decía: “Mientras menos datos lleves, mejor se podrá manifestar mi gloria”. –Listo, Señor- le contesté y sin más preámbulos, me dirigí a tomar el bus.  Pero al llegar a Ubaté y preguntar en dónde quedaba la personería me encontré con que estaba cerrada, así como la alcaldía y demás oficinas municipales. Entonces muy oronda le dije a Dios: “Bueno, Señor empieza a manifestar tu gloria”. Sentí que debía ir a la plaza de mercado, así que pregunté en dónde quedaba y me dirigí allí observando todo a mi alrededor. De pronto vi una pancarta que decía “Crecer FM. Stéreo”. Me dirigí allí pero era sólo un aviso. Así que le pregunté a un vendedor en dónde quedaba la emisora del pueblo. –En ese edificio de cuatro pisos, en el último piso- me contestó. En realidad el edificio no tenía ningún aviso y la pancarta que yo había visto, correspondía a algún evento realizado en otro lugar de la plaza de mercado. Me dirigí a la emisora y me atendió una joven muy amable que me dijo que los datos dados por la paciente eran correctos y que si quería, ellos pasaban el servicio social. Yo le contesté que si los datos eran correctos, valía la pena que yo fuera personalmente hasta el lugar donde la paciente me había dicho que vivía. Le di las gracias y le dije que si no conseguía los familiares de la viejita, entonces volvería o llamaría para pedirles que pasaran el servicio social. En la puerta de la emisora, una pareja muy amable me informó en dónde podría coger la buseta que me dejara en “El Roble”. Así que me dirigí hacia allí y el conductor guiado por un pasajero que conocía la familia, acordó que me dejaría en el sitio correcto. – No la vaya a dejar en la curva, porque es muy peligrosa, sino en el primer restaurante llegando a la laguna- le decía el pasajero al conductor. -Allí en el restaurante le dicen cómo llegar a la finca de los Castiblanco- me dijo a mí. Definitivamente era uno de los tantos ángeles que el Señor iba poniendo en mi camino. Cuando me bajé y pregunté a la persona que estaba en la puerta del restaurante, cómo llegar a dónde los Castiblanco y ella me informó que debía tomar la curva y empecé a caminar por ésta, me di cuenta de lo peligroso que hubiera sido que el conductor me hubiera dejado antes del restaurante. Al alzar mis ojos buscando alguna entrada para la finca me acordé que la viejita me había dicho que tendría que subir por una loma muy pendiente. Era en realidad un peñasco. Después de pasar la peligrosa doble vía, empecé a subir por el peñasco y por un momento estuve a punto de rodar. “Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”- recité automáticamente- tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4). La trocha me llevó a una casita muy pobre donde latían unos perros y sonaba una emisora muy duro. Por un momento pensé que era la casa de la viejita y que tal vez ella había dejado la radio prendida desde hacía un mes. Pero finalmente apareció por otro caminito un niño y una mujer joven. Cuando le pregunté si conocía a tal señora me contestó que era su madrina y que vivía en Bogotá. Que hacía como 16 años que no venía a Ubaté y que la última noticia que tenía de ella era que había salido hacía un mes de la casa donde vivía con su madrina (con la madrina de matrimonio de la paciente) y que no se sabía qué había pasado con ella. Cuando le informé que estaba hospitalizada en el “Hospital El Guavio” de Bogotá, empezó a llamar al papá, que era cuñado y compadre de la paciente y a otra hija de éste y en un momento toda la familia estaba al corriente de todo. Les invité a que le diéramos gracias a Dios por el milagro del reencuentro y los tres repitieron la oración de recibir a Cristo y consagrarle sus vidas. También pude entregarles algunos Nuevos Testamentos que llevaba conmigo. Luego me dieron el número telefónico de un familiar en Bogotá, a quien llamé al llegar a esta ciudad y quien se encargó de ubicar a la madrina de la paciente. Al tercer día volví al hospital en donde pude conocer a la madrina quien no dejaba de darme las gracias. En realidad la anciana en su demencia senil, había estado recordando épocas de su juventud que la llevaron a recordar un sitio en donde hacía cerca de cincuenta años que había vivido. Pero gracias a Dios los datos sirvieron para que su familia la volviera a encontrar.

Toda la gloria es para el Todopoderoso, quien lo programó todo y lo proveyó todo.

Paciente con tres hijos:
A mediados de 2002 llegó al hospital de La Samaritana de Bogotá, una paciente procedente de Puerto Salgar, Cundinamarca, con problemas respiratorios e insuficiencia renal crónica que la condujo a dependencia de diálisis. Su historia era realmente dramática: Ella había sido separada de la mamá desde muy niña y se crió con sus abuelitos a quienes unos malvados mataron en presencia de ella. Entonces empezó a vivir de casa en casa pues algunos familiares terminaron despojándola de la herencia que le quedó de sus abuelos. Nunca aprendió a leer ni a escribir. Muy joven se fue a vivir con el papá de sus dos primeros hijos de quien tuvo que sufrir múltiples agresiones físicas y verbales. Este hombre le causó tanto daño que ella no lo pudo soportar más y tuvo que separarse de él. El papá de su tercer niño, a quien amaba a pesar del maltrato que recibía de él, terminó dejándola por otra mujer, lo que la condujo a una profunda depresión. A todo esto se añadió una dieta incorrecta con excesivas grasas, y según decía ella, llegó a consumir sal por cucharadas. Esto deterioró sus riñones hasta que dejaron de funcionar por completo. Ahora se encontraba sin familia en Bogotá y al ser dada de alta no tenía un hogar en dónde vivir y era pertinente que se radicara en esta ciudad pues en el hospital de Puerto Salgar no hay unidad de diálisis. Tampoco contaba con ningún recurso económico para cancelar los $12.000 de la cuota de la diálisis pues el carné del Sisbén era de nivel 1 y por tanto no le cubría el valor total de los servicios de salud.
Ella había aceptado a Cristo como su Señor y Salvador y le había consagrado al Señor sus hijos; empezamos a orar por todas sus necesidades; entre ellas su mayor anhelo era volver a estar con sus tres niños de 6, 5, y año y medio de edad, que había tenido que dejar bajo la custodia de Bienestar Familiar de La Dorada, Caldas, cuando su enfermedad le impidió seguir trabajando para sostenerlos.
Después de mucha oración, y contra todos los trámites regulares, el secretario de Salud de Cundinamarca coordinó con el alcalde de Puerto Salgar para que se le clasificara con nivel 0, y recibiera todos los servicios que requería la paciente sin tener que cancelar un solo centavo.
 Por otra parte, la directora del hogar de niños de la Iglesia  Casa Sobre la Roca en Chía, le ofreció el cupo para los tres niños y gracias al ministerio de Misericordia, Amor y Servicio de esta iglesia, y la ayuda de otra hermana en la fe, pudimos viajar junto con la paciente a traer los niños desde La Dorada.
Luego se le envió al gobernador de Cundinamarca la solicitud de un hogar para la paciente. De la oficina de la gobernación, la carta pasó a trámite a través de la trabajadora social de la Beneficencia de Cundinamarca a quien Dios tocó poderosamente para que contra todas las normas de la institución le diera cupo en el hogar para ancianos ubicado en la Caracas con primera. Desde allí era trasladada al hospital de La Samaritana tres veces por semana para asistir a la diálisis, hasta que el 8 de enero de 2003 su corazón dejó de latir.

Como lo dice en su Palabra, Dios había preparado de antemano todas estas buenas obras para cubrir las necesidades de esta mujer.  Gracias a Él por su infinita fidelidad.

Febrero 6 de 2004-----Invidente de veinte años:
Fue la culminación de la búsqueda de la familia de un paciente que había llegado apuñalado el dos de enero de 2003 al Hospital de Santa Clara y que había quedado en sillas de ruedas e inexplicablemente ciego. Lo conocí en marzo del 2003. En realidad nadie me lo recomendó. Simplemente, una paciente indigente me llamó para pedirme que la visitara allí pues la habían trasladado del Hospital El Guavio donde yo la había conocido y le había dado mi número telefónico. Yo nunca dejo mi número telefónico a este tipo de personas para no correr riesgos, pero en este caso sentí que debía hacerlo. Cuando fui a visitar a la paciente para responder a su llamado, me encontré con un paciente que se encontraba muy mal y no tenía quien lo visitara. Así que empecé a visitarlo a él y después de unos días lo trasladaron a otro cuarto en donde se encontraba el paciente que había quedado ciego y que sería el protagonista de nuestra historia. Era un joven de veinte años, con hermosos ojos azules que no delataban su invidencia y en un estado de soledad e indefensión que hacía doler hasta el corazón más insensible. La pasaba todo el día gritando y no recordaba ninguna dirección ni número telefónico a donde se pudiera informar a la familia. Sólo se acordaba que su mamá vivía en el barrio Montebello, arriba del barrio 20 de julio y que su hermanita estudiaba en el Colegio Montebello. Busqué de casa en casa de acuerdo a las señales que me dio el paciente sin encontrar la menor pista. Fui a hablar con el presidente de la junta de Acción Comunal de dicho barrio. Él colaboró en lo que pudo pero fue imposible obtener alguna información. En el colegio tampoco se logró ubicar a la niña ni el colegio en donde el paciente afirmó haber estudiado él mismo. Un día cuando fui a visitarlo al hospital, me informaron que lo habían enviado para un hogar en el norte de Bogotá. Así que pedí la dirección y empecé a visitarlo allí. Recuerdo que la enfermera pensó que yo era la mamá y le dijo al paciente: - Llegó su mamá a visitarlo. Él se echó a llorar pensando también que yo era su mamá. Me pidió que no lo dejara de visitar y siempre me daba las gracias por seguir visitándolo. La trabajadora social del hogar solicitó por escrito información al colegio donde el paciente dijo que su hermanita estudiaba, pero no figuraba en la lista de alumnas. Luego, lo trasladaron a un hogar en Sibaté donde continué visitándolo junto con otras hermanas en Cristo. Todo parecía indicar que ya nada quedaba por hacer. Sólo orábamos y orábamos que Dios le permitiera al joven encontrar a su familia. Un día me contó que se acordaba que él se había criado con sus abuelos en Tocaima y que en su registro civil figuraba en realidad como hijo de sus abuelos. Me contó que su abuelo era pensionado en una empresa de cemento, que salía a la plaza principal de Tocaima y se sentaba a charlar con sus compañeros y conocidos y me dio supuestamente el nombre del anciano. Con estos datos me dispuse a viajar después de haber orado mucho al  Señor para pedirle que me permitiera encontrar a esta familia. Solicité apoyo económico al hermano que me patrocina el ministerio de los enfermos, y partí dos horas más tarde de la hora que yo había pensado salir de Bogotá, pues el reloj no cayó en la hora programada.  Cuando llegué a Tocaima me dirigí al parque y empecé a preguntar según el nombre que me había dado el chico y la empresa que lo había pensionado, a los ancianos que me encontraba. Nadie lo conocía. Entonces me dirigí a la personería y allí tampoco me dieron información, pero me enviaron a la oficina del Sisbén pues en la encuesta de dicha entidad figuraban todos los nombres de los habitantes del municipio. Era la última opción que me quedaba. Y tampoco figuraba el nombre que el paciente me había dicho.  Pero, gracias a Dios por su infinita misericordia y su fidelidad sin límites. En la oficina del Sisbén se encontraba un ángel del Señor en figura de un hombre que había llegado justo antes que yo. Era una de esas personas que conocen a todo el mundo y están al tanto de todo. – Yo si sé quién puede darle la información – me dijo muy amablemente. Es un pensionado de esa empresa que conoce a todos los pensionados de por acá. Venga le digo cómo llegar a su casa. Y me dio las señales correctas. Cuando llegué a la casa del pensionado, le pregunté por el nombre que me había dado el paciente y le conté la historia; se quedó pensando y me dijo que conocía a un pensionado que tenía ese apellido pero era de otro nombre. – Sin embargo – me dijo- si tiene el mismo apellido y es pensionado en la misma empresa, debe acordarse de la persona que usted busca. Suba por favor a mi carro y la llevo hasta la casa de él. Como no estaba en casa, me llevó por todo el pueblo buscándolo en los sitios que probablemente se podía ubicar, pero no lo encontramos. Le dije entonces, que me dejara en la casa de quien estábamos buscando y que yo lo esperaría hasta que llegara. No habían pasado diez minutos de espera, cuando llegó el anciano acompañado de su esposa. Al principio se mostró desconfiado, pero cuando le dije el nombre del paciente y el estado en que se encontraba, lanzó una exclamación de dolor al identificar a su nieto. Porque era en realidad su nieto.  Sólo que en su estado semi-amnésico el muchacho no recordaba ni siquiera el nombre verdadero de su abuelo, a pesar de haberse criado con él. Finalmente los ancianos y un hijo de ellos, me dieron los números telefónicos de sus familiares en Bogotá, entre ellos el de la verdadera mamá del paciente quien ya hacía algún tiempo no vivía en Montebello sino en Patio Bonito. Por eso, la hermana del muchacho no estudiaba ya en el colegio en que la habíamos buscado. En la tarde, al regresar a Bogotá, marqué el número telefónico de la mamá y me contestó la hermanita quien quería que ya la fuera a llevar a donde se encontraba su hermano. Como ya no era hora de visitas, hablé con la trabajadora social del hogar para que le permitiera al paciente comunicarse con su familia, cosa que sucedió esa misma noche y al día siguiente se produjo el encuentro del grupo familiar.

Toda la gloria es para el Todopoderoso que aún no permitió que el reloj cayera dos horas antes como yo quería, para que el señor que llegó a la oficina del Sisbén y yo, estuviéramos a la misma hora y él me pudiera dar la información correcta.


Marzo 14 de 2006-- Un soldado perdido de la mamá:
Fue en el Batallón de Sanidad donde hacía casi un año que lo encontré en estado de depresión y con deseos de morir. Había huido de su casa del lado de la mamá, siendo un niño; había vivido un tiempo con el papá, pero a éste lo mataron y ahora quería encontrar a su mamá. Él había ido a buscar la casa en el barrio San Jorge donde había vivido con su progenitora pero ella ya no vivía allí. Cuando le compartí de Cristo aceptó de buena gana la oración y le consagró su vida al Señor. Después de orar por sanidad interior su mejoría sicológica fue notable. Físicamente había recibido heridas en el abdomen, así que permaneció durante un tiempo en tratamiento quirúrgico y de recuperación. Muchas veces oramos pidiéndole a Dios que pudiera encontrar a la mamá y a una hermanita que recordaba mucho. Yo había buscado en el directorio telefónico y había encontrado repetido muchas veces el nombre de la mamá pero sólo eran homónimos pues al llamar a los números correspondientes los resultados fueron negativos. También había llamado a RCN  y el encargado de estos casos había quedado de ir a visitar al joven, cosa que nunca sucedió. Pasaba el tiempo y no sucedía nada. Llegué a sentirme culpable de no poder hacer más y entonces le pedía al Señor que por favor dispusiera el momento en que se pudieran encontrar madre e hijo. El trece de marzo me lo encontré y me dijo que  había logrado hacer contacto con la “Fundación Para El Reencuentro”  pero que le pedían el registro civil y a él se le había perdido  y que no se acordaba del número de la notaría ni de la dirección; sabía sí, que quedaba en Chapinero y él podría llegar caminando. Aprovechamos que al día siguiente tenía cita en el Hospital Militar a donde lo fui a esperar y una vez cumplida la cita nos fuimos caminando hasta la notaría donde efectivamente le expidieron inmediatamente el registro civil. Me dijo entonces que sacara una fotocopia para mí, para que le ayudara buscar alguna noticia de su mamá. “Quisiera saber si está muerta o si está viva, pero saber de ella algo”, me decía. Lo dejé cerca al batallón y me fui orando para que Dios me mostrara qué hacer con la información de aquel registro civil (nombres, apellidos y número de cédula).

Esa tarde Dios había dispuesto el milagro pero yo no lo sabía. Solamente le pedía: “Señor, qué hago, qué hago con estos datos, muéstrame por favor”. Esa tarde fui a visitar enfermos en  un hospital del sur y al pasar por la oficina de citas médicas, Dios me puso en el corazón que hablara con la persona encargada de dicha sección y quien conoce del trabajo que yo realizo. Le conté el caso y le pregunté si en la base de datos del Sisbén no aparecería el nombre de esta mujer. “Su hijo quiere saber si está viva o si está muerta”, le conté. “Permítame el registro”, me dijo, y digitó el número de la cédula, y ¡oh!, efectivamente aparecieron los nombres y apellidos completos que figuraban en el registro civil. Aparecía  asegurada a una ARS, cuyo nombre me dio. Con el corazón acelerado fui a otra oficina donde me prestaron un directorio telefónico y una vez obtenido el dato marqué el número. “Sí, ella figura afiliada, pero esa información es confidencial. Debe comunicarse con la Secretaría de Salud y presentar su caso allí”, me contestaron. Me dieron el número correspondiente, pero fue imposible comunicarme con la Secretaría. Entonces oré nuevamente pidiendo dirección al Señor y volvía a llamar a la ARS. Esta vez me contestó otra persona quien me dijo que me dirigiera a la oficina principal de la ARS, y me dio el número a donde marqué. La respuesta fue: “Señora, ese dato no se lo podemos dar porque es información privada; es necesario que el interesado venga personalmente y traiga un certificado de que lo que usted está diciendo es verdad”. Así que regresé a casa pensando ir al día siguiente a hablar con el comandante de batallón o con la trabajadora social. Pero Dios tenía fijado ese día y hacia las seis  y media de la tarde me puso en el corazón llamar de nuevo. Me contestó una voz diferente, muy dulce y amable, que después de escucharme la historia me preguntó: “Y, ¿Cómo qué dato le serviría?” “Un número telefónico para intentar comunicarme con ella”, le respondí. “Anote este número”, me dijo, y a continuación  me lo dictó. “Y, ¿como a qué dirección corresponde ese número?” le pregunté descaradamente. “Eso si no se lo puedo decir”, me contestó. Yo le dije que entendía perfectamente su actitud y le di las gracias con todo mi corazón. Colgué con el corazón acelerado y marqué el número indicado. Cuando me contestaron y pregunté por la señora, me dijeron “Sí, un momento por favor”. Cuando ella pasó y me confirmó su nombre le dije: “¿Cómo está usted de salud?”. “Muy bien, gracias a Dios” me contestó. “Usted no me conoce, le dije, soy voluntaria hospitalaria; por favor siéntese y póngase cómoda porque le voy a dar una excelente noticia” Cuando me contestó que ya estaba lista, le pregunté si ella tenía un hijo de tal nombre y que andaba perdido. Me dijo que sí. “Acaba de encontrarlo” le dije. Estaba tan emocionada que me pasó a una hija, la que el soldado recordaba. La joven al escuchar la noticia, me dio la sensación de que estaba riendo a carcajadas pero en realidad estaba llorando a gritos. Cuando se calmó le conté los detalles. Ella me contó que su mamá cumplía años al día siguiente. Definitivamente Dios quería darle su regalo de cumpleaños. Le di el número del celular del muchacho y aquella misma noche  la hermana lo llamó y acordaron encontrarse los dos en el batallón, pues la mamá no podía ir porque estaba trabajando.
El encuentro sucedió en medio de un tremendo suspenso: Era la hora del almuerzo, cuando de pronto él pasó y me dio un beso y me dijo: ¡Muchas gracias! ¡Ya llegaron y están en la guardia! Yo me fui entonces para allá y pregunté por el nombre de la hermana. “Yo”, contestó una joven. Luego aclaró que ella era otra hermana pero que la chica con quien yo había hablado la noche anterior estaba por llegar. Esta era la hermana mayor y de quien el soldado no se acordaba. Estaba acompañada de un anciano que era el abuelo de los tres. Como no era hora de visitas, Dios permitió que llegara, justo en ese momento un oficial amigo,  que los hizo entrar sin problemas y nos dirigimos al parque a esperar al muchacho. Pero este no aparecía por ninguna parte. Nos habíamos cruzado sin darnos cuenta y él estaba en la guardia buscando a su hermana a quien no conocía. Pasaron los minutos y entonces lo llamamos al celular varias veces pero se iba a correo de voz. Llegamos a pensar que él se había arrepentido de encontrarse con su familia o que se había enfermado o ya no sabíamos qué pensar. Finalmente volví a insistir al celular y él me contestó: “Estoy en la guardia”. “Espéreme que ya voy” le dije y acto seguido fui a recogerlo y al regresar con él interpelé al grupo familiar diciéndoles: “Hola, les presento un amigo” Los dejé solos un rato y cuando terminaron de abrazarse y de llorar les sugerí: “¿Por qué no hablamos con la trabajadora social para que lo dejen salir hoy con ustedes y él pueda darle el abrazo de cumpleaños a la mamita?” Estuvieron de acuerdo en esto y tal cual sucedió. La trabajadora social tuvo que admitir que era un verdadero milagro pues él, siendo un paciente que estaba siendo tratado por psiquiatría, necesitaba con urgencia un pariente para realizar la junta médica y ser entregado a su familia pues ya había terminado el tratamiento. Dios en su infinita misericordia tenía todo bajo su control y ordenado perfectamente. Y Como él chico tenía mucha angustia por no poder llevarle a la mamá un regalo de cumpleaños, el Señor también le suplió un Nuevo Testamento que fue recibido por la mamá para la gloria de Dios.
¡Cuán grande es tu fidelidad, Señor! ¡Te adoramos, Padre de la gloria!


Marzo  20  de 2015

Fue la respuesta a la oración hecha por muchas personas que pedíamos poder hallarle la familia a un paciente del Hospital de Kennedy,  quien llegó procedente de San José del Guaviare, después de sufrir una caída de un caballo que le dejó como resultado, lesión de columna lumbar  con incapacidad para andar. Se encontraba sólo pues hacía cerca de 21 años se había marchado de su tierra en el municipio de Pueblo Rico, Risaralda por circunstancias que no vienen al caso. Parte de su familia quedó en Pueblo Rico y otros familiares, entre ellos sus hijos quedaron en Santa Cecilia, Risaralda.
Yo había llamado a la emisora Nuevo Continente, para preguntar si tenían en su lista de iglesias cristianas, alguna que existiera en Pueblo Rico, para tratar de comunicarme con  cristianos que conocieran algún miembro de esa familia. Allí me contestaron que no tenían en su lista ningún dato de alguna iglesia cristiana, pero sí tenían el número telefónico de la alcaldía de Pueblo Rico.  Y, ¿por qué tenían este número? No tengo la menor idea. Son las cosas de Dios.  Como el pastor José Moreno quien era presidente de la asociación de Capellanes Evangélicos de Colombia cuenta con tantos contactos en iglesias cristianas, lo llamé para preguntarle si tenía alguno  en Pueblo Rico  y él me dijo que iba a tratar de ubicar a alguien conocido allí, pero que él quería ayudarme a buscar la información, que le diera el número de la alcaldía. Como no fue posible contactar alguna iglesia cristiana, él decidió llamar directamente a la alcaldía de Pueblo Rico. No había pasado mucho tiempo cuando me llamó y me dijo que se había podido comunicar con un funcionario de la alcaldía y le habían dicho que en Pueblo Rico no tenían información  pero que le daban el número de la alcaldía de Santa Cecilia donde posiblemente se la darían.  Que efectivamente le habían dado un número telefónico de un sobrino del paciente, y a continuación me lo dictó. Llamé y el sobrino me contestó y me dijo que él vivía en Santa Cecilia, Risaralda y que allí se encontraban también los hijos del paciente, y que él les iba a informar  de lo sucedido.  Asimismo me dio  el número del celular de la mamá que era una hermana del paciente.  
Mientras tanto, el paciente ya había salido del hospital pero la trabajadora social me informó que había ido a un  hogar de paso, y me dio los datos del hogar. Cuando llamé,  la  encargada  del  albergue  me dijo que había sido remitido para un hogar  en San José del Guaviare.  A los pocos días me llamó otro hermano del paciente para preguntar por él y quedamos en que me llamara el 12 de abril cuando el paciente debía regresar a una cita médica que tenía programada en Bogotá. Le dejé a  la directora  del hogar en Bogotá  los números de los celulares de los hermanos del paciente para que se los diera si él llamaba  o cuando viniera a la cita médica. Finalmente no vino a la cita médica pero la trabajadora social del Hospital De Kennedy me dio el número telefónico de un albergue de Miraflores, Guaviare, donde el paciente había estado algún tiempo. Después de insistir mucho pude comunicarme con la encargada de albergue quien me dijo que ella me iba a dar el número de otro albergue en San José de Guaviare donde posiblemente se encontraba el paciente. Efectivamente después de llamar  a este último celular, la encargada del hogar me confirmó que ese nombre correspondía a un paciente que se encontraba allí. Le di  los números de los familiares del enfermo a quienes asimismo llamé para darles el número de la encargada del hogar. Fue así como el 17 de abril  el paciente por fin pudo recibir la llamada del hermano que había estado más pendiente del reencuentro. ¡Bendito es el Señor!

Marzo 26 a abril 25 de 2015

Otro paciente del Hospital de Kennedy había llegado también procedente de San José de Guaviare, víctima de una mina que le había producido heridas en la cabeza,  e igual que el anterior estaba incapacitado para andar. Él estaba  perdido de su familia desde hacía 30 años aproximadamente después de salir del municipio de Maní en Casanare. Como en Paz de Ariporo  se encontraba Claudia Delgado, voluntaria de Programa Madres Lactantes, la llamé para pedirle que me ayudara a ubicar  el número de la alcaldía en  Maní. Ella no sólo me consiguió el número sino que llamó a la emisora regional e hizo publicar la información y el número del celular del paciente. Pasaron unos días y como no se produjo ninguna llamada, decidí llamar a la alcaldía pero nadie me contestó. Entonces clamé al Señor con todo mi corazón para que me indicara qué hacer. Como Él me ponía en el corazón que la información estaba en la alcaldía, entré a Internet y solicité “Alcaldía de Maní, Casanare”. Apareció la página Web de la alcaldía, muy bien editada. Había mucha información sobre el municipio así como un buzón de sugerencias que aproveché para enviar la información del paciente y su necesidad de encontrar a su familia. Recibí respuesta inmediata donde me decían que habían recibido mi mensaje y que me estarían informando cualquier novedad. Pocos minutos después recibí la llamada de un caballero quien dijo que era hijo de la señora que yo mencionaba en el mensaje como madre de los hijos del paciente. Él era funcionario relacionado con la administración del municipio  y le habían reenviado el mensaje que yo había mandado. Me dijo que él sabía que un  señor que tenía ese nombre (el del paciente)  estaba muerto, y  que el nombre de la hija del paciente que yo había escrito en el mensaje, era el de su hermana, que se iba a comunicar con ella para ponerla al conocimiento de lo ocurrido. Como en el mensaje yo había escrito el número del celular del paciente,  él quedó de llamarlo. Pero al día siguiente cuando lo visité me contó que su propia hija lo había llamado y le contó que ella estaba organizada y con hijos. Poco a poco lo fueron llamando más hermanos y sobrinos que siguieron apareciendo. Un sobrino lo invitó a irse para su casa en Maní y una hermana con quien no se hablaba desde hacía 18 años, le dijo que se fuera para Granada, Meta  donde ella vive, invitación que él aceptó de buena gana. Esta hermana vino a llevárselo justamente cuando ya tenía salida y me contó cómo ella sufrió la ausencia de su hermano, pues fue la última familiar con quien estuvo el paciente. Ella iba al paradero donde llegaban los buses para ver si de pronto aparecía su hermano. Una vez le pidió a Dios con todo su corazón que le devolviera a su hermano así fuera levantado por una mina, mutilado o como fuera que ella lo iba a cuidar. Por eso cuando supo que su hermano había aparecido le suplicó que se fuera a vivir donde ella. La Cruz Roja que lo trajo de San José del Guaviare hasta el hospital, le donó una silla de ruedas y el dinero para viajar a Granada, Meta, en compañía de su hermana.

El 25 de abril me llamó el paciente, para contarme que ya empezó a caminar.

¡Gracias, Señor por tu inmensa fidelidad. Sólo a ti te corresponde la gloria, la honra y la alabanza!


2 comentarios:

  1. Elenita, ¡¡la gloria sea para Dios!! Que instrumento precioso eres en sus manos, gracias por tu ejemplo.

    ResponderBorrar
  2. La honra, la gloria y la alabanza le pertenecen exclusivamente a Nuestro Padre Celestial.

    ResponderBorrar