viernes, 24 de julio de 2015

ALGUNAS PEQUEÑAS GIGANTES ZORRAS


 LECCIÓN 16


“Cazadnos las zorras; las zorras pequeñas que echan a perder las viñas“ (Cnt. 2: 15).

OBJETIVOS

 

Discernir algunos errores graves pero inadvertidos que roban frecuentemente al creyente muchas bendiciones de Dios.

 

16. 1. Definición

 

La expresión “pequeñas gigantes zorras”, se refiere a aquellas fallas aparentemente insignificantes en que caemos con mucha frecuencia los creyentes, pero que en realidad nos causan mucho daño y nos impiden recibir las bendiciones de Dios. Una característica de las zorras pequeñas es que como no alcanzan a las ramas de los árboles para comerlas, entonces empiezan a roer la raíz y terminan destruyendo todo el plantío.

 

Analizaremos solamente unas pocas:

 

 

16. 2. La lengua.

 

En Marcos 11: 23 el Señor Jesucristo nos dice que todo lo que digamos creyendo, lo recibiremos.  Por eso, el estar diciendo palabras ociosas o negativas es una de las “zorras pequeñas” más gigantescas, que echan a perder las bendiciones de Dios.  Cuando el pueblo de Israel viajó a través del desierto, buscando la tierra que Dios le había prometido, cayeron en murmuraciones contra Dios y contra sus siervos, y Dios les dice a través de Moisés y Aarón: “Según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros” (Nm. 14: 28).

 

Por eso el mismo Señor Jesucristo también nos dice en Mateo 12: 36-37 que de “toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio, porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado”.

 

Recordemos que por la palabra, Dios creó todas las cosas: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Gn. 1: 3); “Luego dijo Dios...” (Gn. 1: 6); ”Dijo también Dios...” (Gn. 1: 9; “Después dijo Dios...“ (Gn. 1: 11); “Dijo luego Dios...” (Gn. 1: 14); ”Dijo Dios...“ (Gn. 1: 20). También con la palabra, Jesús maldijo la higuera, y la higuera se secó (Mr. 11: 14-20). Y por la palabra, Jesucristo y sus discípulos hicieron milagros, sanaron enfermos, resucitaron muertos, calmaron tempestades, etc. (Mt. 8: 16; 9: 1-7; Mr. 1: 25-26; 4: 39; 7: 34-35; 9: 25-27; Jn. 5: 8-9; 11: 43-44; Hch. 3: 6; 14: 10; 16: 18; etc.).

 

En el Libro de los Proverbios encontramos frases muy elocuentes sobre el poder de la palabra: “Te has enlazado con las palabras de tu boca y has quedado preso en los dichos de tus labios”. (Pr. 6: 2).  “Del fruto de la boca del hombre se llenará su vientre; se saciará del producto de sus labios.  La muerte y la vida están en poder la lengua, y el que la ama, comerá de sus frutos” (Pr. 18: 20-21). “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina” (Pr. 12: 18). “La lengua apacible es árbol de vida; mas la perversa, quebranta el espíritu” (Pr. 15: 4).

 

Con la palabra podemos edificar y podemos destruir; pero también, gracias a Dios, con la palabra podemos restaurar (Jer. 1: 9-10; Ezq. 37: 9-10). Y de todo lo que hagamos con la palabra tenemos que responder ante Dios, porque a veces con las palabras podemos causar más heridas que las que causan los criminales con balas o puñales.  Por eso, Jesucristo decía que “cualquiera que le diga ‘necio’ a su hermano, será culpable” y que “cualquiera que le diga ‘fatuo’, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mt. 5: 22).   Esto significa que el agredir con palabras es tan pecado como matar. Y sin embargo,  los padres han atado con palabras a sus hijos con frases como ‘eres un inútil’, ‘estúpido, no sirves para nada’, ‘cómo eres de bruto’, ‘nunca serás nada en la vida’, etc.  Y como los niños repiten todo, y de los que recibimos damos, los hermanos mayores han dicho lo mismo a los menores, y así sucesivamente.  De igual manera, los profesores han atado a los alumnos, los jefes a los empleados, el pueblo a sus gobernantes, las autoridades a sus subordinados, los esposos a sus esposas y ellas a ellos; los unos a los otros, en una batalla oculta en la que la maldición (maldecir es decir mal) ha ido corriendo de generación en generación, como zorra agazapada, causando estragos entre las viñas del Señor. Es por eso tan importante, anular toda palabra negativa o maldiciente con que hayamos sido atados por otros o por nosotros mismos y convertir toda maldición, que haya caído sobre nuestras vidas, en bendición, especialmente si quien ha proferido esas palabras contra nosotros es nuestra autoridad. Esto lo podemos hacer con una oración como esta:

 

Amado Padre Celestial, en el nombre de tu hijo Jesucristo, yo anulo toda palabra ociosa o maldiciente, que esté atando mi vida, y todas estas palabras quedan ahora sin poder;  rompo esas ataduras y convierto toda maldición en bendición, y desato todas las bendiciones que tú tienes para mí y que, por maldiciones, han sido retenidas. tu palabra dice que todo lo que atare en la tierra será atado en los cielos y lo que desatare en la tierra será desatado en los cielos (Mt 16: 19); yo ato todas las fuerzas del mal que estén dañando mi vida, y desato y recibo tus bendiciones, en el nombre del señor Jesucristo, amén y amén.

 

Señor, también te pido perdón por cada palabra mal dicha con que yo haya atado a otras personas y ahora anulo esas palabras y las convierto en bendición para sus vidas; rompo toda atadura con que yo haya dañado a otros y desato sus vidas y las declaro en total victoria; en el nombre de Jesucristo, amén y amén.

 

 

16. 3.  El juicio entre hermanos y entre denominaciones (Mt. 7: 1-2; Lc. 6:37)

 

Jesucristo dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros (Jn. 13: 35). “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el  mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17: 21).

 

Pero tal parece que Jesucristo hubiera dicho: “en estos conocerán todos que sois mis discípulos: si os juzgareis los unos a los otros y contendiereis los unos con los otros”.

 

El juicio y la rivalidad entre denominaciones y entre hermanos, ha sido otra pequeña zorra bien grande, que ha levantado contiendas y grandes brechas, causando estragos entre el pueblo de Dios. Los creyentes todos somos el cuerpo de Cristo (Ro. 12: 5), pero es el único cuerpo en el que las manos han peleado contra los pies; la nariz ha contendido contra la oreja, y la boca ha hablado mal de los ojos; y todos han criticado lo que manda la cabeza. Además, el pie derecho ha querido marchar en sentido contrario al izquierdo y la mano izquierda ha borrado lo que escribió la derecha, y cada miembro ha tirado para su lado, tratando de descuartizar el cuerpo de Cristo, en una batalla de orgullo espiritual en la que todos y cada uno ha pretendido tener la razón.

 

El juicio es originado por falta de perdón, por complejos de culpa, por envidia o sencillamente por falta de amor.

 

Jesucristo decía que el que está pendiente de la paja en el ojo ajeno es el que tiene una tremenda viga en el propio ojo (Mt. 7: 3-5).  Luego, toda persona que anda buscando los errores de los demás para señalarlos, debe mirar primero cómo está su corazón y debe limpiarlo con la sangre del Señor y un arrepentimiento genuino.

 

La falta de perdón es otra raíz de juicio porque, cuando no hemos perdonado, le estamos dando ventaja a satanás (2ª Co. 2: 10-11; Ef. 4: 26-27) y él, inmediatamente, nos presta sus acusadores ojos que sólo nos permiten ver los errores en nuestro prójimo y no sus bondades (Job 1: 9-11; 2: 4-5), trayendo a nuestras vidas ceguera espiritual (1ª Jn. 2: 11).

 

Pero cuando perdonamos sinceramente, entonces Dios nos llena de su amor y nos presta sus ojos de misericordia para que podamos ver a sus hijos como Él nos ve: “¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1: 8; ): “Como el lirio entre los espinos” (Cnt. 2: 2); “De voz dulce y hermoso aspecto” (Cnt. 2: 14 y 4: 1); “La hija consentida  de su madre: la favorita de quien le dio la vida” (Cnt. 6:9. NVI).

 

El rechazo injustificado hacia otras denominaciones no fue del agrado de Jesucristo.  Cuando el apóstol Juan le dijo una vez Hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios y se lo prohibimos porque no nos seguía”, Jesucristo le contestó:  “No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre que luego pueda decir mal de mí” Mr. 9: 38-39).

 

El apóstol Pablo decía que en lo que juzgamos a otro nos condenamos a nosotros mismos, pues al juzgar estamos pecando tanto como el otro (Ro. 2: 1).  Santiago, por su parte, agrega que “Uno es el dador de la ley que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?” (Stg. 4: 12).

 

Además la ley de la reciprocidad que nos enseñó Jesús en la Regla de Oro (Mt. 7 :12) nos muestra cómo cuando juzgamos a alguien, también seremos juzgados. Así que si no queremos que nos critiquen es mejor no criticar. Sólo cuando el juicio es pertinente no debemos juzgar por las apariencias, sino juzgar con justo juicio (Zac. 7: 9; 8: 16; Jn. 7: 24)

 

 

16.  4. Los extremos.

 

Así como suena: los extremos.  En la iglesia de Dios se pasa de un extremo a otro con una facilidad impresionante. Por ejemplo:

 

v  Los demonios:

 

Mientras unos culpan de todo a los demonios, otros en cambio niegan completamente que su poder pueda alcanzar al creyente.  Pero, ¿qué dice la Palabra al respecto?  En 1ª Jn. 5: 18 encontramos que “el que ha nacido de nuevo no practica el pecado porque la simiente de Dios (o sea Jesucristo) le guarda y el maligno no le toca”.  Santiago, por su parte, dice: “Someteos pues a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros” (Stg. 4: 7).  El apóstol Pedro, por su parte, aconseja: “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo como león rugiente anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1ª P. 5: 8-9). Si pasamos a 1ª Tes. 2: 18, hallamos que Pablo ha querido ir a Tesalónica, pero satanás lo ha estorbado, y en Ap. 2: 10 dice que “el diablo echará a algunos en la cárcel para que seáis probados”; y más adelante encontramos que Antipas, testigo fiel de Jesucristo, fue muerto en el trono de satanás (Ap. 2: 13). En conclusión, Jesucristo nos guarda para que el maligno no nos toque, pero en su soberanía también permite que satanás nos haga daño, para probarnos o para que estemos más aferrados a Él, resistiendo al diablo y velando en todo tiempo y estando preparados si es necesario, para morir por Cristo, como sucedió con el fiel Antipas. Pero en ningún momento debemos bajar la guardia ni ignorar las maquinaciones del enemigo (2ª Co. 2: 11). Es más, el mismo Dios nos puede enviar un mensajero de satanás como le sucedió a Pablo cuando parece que se le subieron los humos por las revelaciones divinas (2ª Co. 12: 7-9). Lo que no debemos es confundir las obras de la carne (Gá. 5: 19-21) con las obras de satanás (Jn. 10:10), si bien es cierto que las primeras le abren las puertas al segundo (Ef. 4: 26-27).

 

v  La Salvación:

 

Mientras algunos afirman que con recibir en oración a Cristo ya son salvos aunque sigan en su vieja vida de pecado en cambio otros andan muertos de miedo pensando que van a perder la salvación cada vez que le fallan al Señor. Pero lo que dice el apóstol Juan es que “Si decimos que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él (Jesucristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1ª Jn. 1: 8-9) y “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios (esto es, Jesucristo) permanece en él, y no puede pecar porque es nacido de Dios” (1ª Jn. 3: 9). Parece una contradicción pero no lo es; simplemente, uno es el que peca ocasionalmente, sin querer, y otro es el pecador empedernido que no tiene temor de Dios y permanece deliberadamente en el pecado. A los primeros, Jesucristo ofrece una promesa espectacular: “Mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco y me siguen, y yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10: 27-28). Para los segundos, entre muchos otros pasajes, los siguientes, ilustran muy bien su final: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1ª  Co. 6: 9-10). “ Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas, no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5: 19-21).

 

En realidad cuando hacemos la oración de fe para recibir a Cristo como nuestro Señor y Salvador, somos adoptados por el Padre como sus hijos, pero hay que tener en cuenta que si un hijo provoca la ira de su padre éste lo puede desheredar (Ap. 2: 5). Recordemos que el hijo pródigo era hijo de su papá, pero era un hijo muerto y perdido por el pecado (Lc. 15: 24).

 

 

v  El ayuno

 

Mientras en algunas congregaciones se ha convertido el ayuno en un simple acto de religiosidad, en un legalismo casi obligado, en otras, se niega la efectividad del ayuno. Pero cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús por qué los discípulos del Señor no ayunan", Jesucristo les contesta: "Vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán” (Mt. 9: 14-15). Y en Hechos 13: 1-3 encontramos que los profetas que envían a Saulo y a Bernabé, lo hacen durante un ayuno. Luego, lo que tenemos que hacer es dejarnos guiar por el Espíritu Santo, en el tiempo y el momento en que tenemos que ayunar y vivir practicando la misericordia, para que nuestro ayuno agrade a Dios (Is. 58: 6-12). Recordemos que el mismo Señor Jesucristo ayunó cuarenta días y cuarenta noches antes de comenzar la misión que el Padre le había encomendado (Mt. 4: 1-2).

 

 

v  El afán o la pereza

 

Son dos zorras extremistas que abundan en las viñas del Señor: Mientras que a veces esperamos que Dios lo haga todo y no movemos un dedo para hacer lo que debemos, otras en cambio, pretendemos hacerlo todo y a marchas forzadas, más allá de nuestras fuerzas. Como no lo conseguimos, nos creamos sentimientos de culpa que sólo nos conducen a estados de ansiedad y angustia, que terminan bajando nuestras defensas y alterando nuestro sistema nervioso. Pero, ¿qué dice la Palabra al respecto?

 

Para cuando la pereza nos invade, Proverbios 6: 1-11, nos cae muy bien: “Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar un poco las manos para reposo, así vendrá tu necesidad como caminante y tu pobreza como hombre armado”. Y el apóstol Pablo complementa: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2ª Tes.3: 10).

 

Para cuando nos invade el afán y la ansiedad, recordemos que el mismo Señor Todopoderoso, trabajó seis días creando todo lo que existe y descansó el día séptimo (Gn. 2: 2-3). Asimismo, Jesucristo nos dio ejemplo de descanso cuando dormía profundamente en medio de la tempestad (Mc. 4: 38).

 

El equilibrio es el estado ideal, y el Señor nos lo enseñó junto a la tumba de Lázaro, cuando da la orden: “Quiten la piedra” y “Desátenle y déjenle ir (Jn. 11: 39 y 44). Nótese que Jesucristo con el mismo poder con que resucitó a Lázaro, hubiera podido quitar la piedra y desatar al recién levantado. Pero Él nos quería enseñar que debemos esforzarnos (Jos. 1: 9) y hacer lo que esté a nuestro alcance, dejándole a Dios sólo lo que no podemos hacer (Ec. 9: 10). Ahí está el perfecto equilibrio: En trabajar en equipo con el Señor, entregándole cada instante de nuestro tiempo para que Él nos guíe y nos controle y haga en su perfecta voluntad lo que en nuestra limitación humana no podemos alcanzar.

 

 

v  La riqueza o la pobreza

 

Mientras unos sostienen que con hacernos cristianos se acabaron los problemas y que nos llueve dinero a montones, y menosprecian al que no posee bienes materiales, otros en cambio dicen que el creyente debe hacer votos de pobreza para ser santo.

 

Pero lo que Jesucristo dice es “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas esta cosas os serán añadidas” (Mt. 6: 33); “De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo venidero, la vida eterna” (Mc .10: 29-30); “Dad y se os dará...porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lc. 6: 38); Y el apóstol Pablo les dice a los creyentes de Filipos. que por cuanto le han enviado para su sustento, Dios les suplirá todo lo que a los filipenses les falte (Fil. 4: 14-19).

 

Y, de igual manera, los extremos se dan en el creyente en muchas áreas. Pero lo ideal es que mantengamos el equilibrio perfecto en todo, escudriñando la Palabra en su totalidad, para no caer en errores extremos, y pedir ser llenos del Espíritu Santo para que nos controle y nos guíe. (Jn. 16: 13-14; Ef. 5: 18).

 

 

16.  5.  Los legalismos.

 

Han sido, a lo largo de la historia del cristianismo, unas verdaderas zorras destructoras y dañinas en grado sumo, y los encontramos desde los tiempos de los fariseos y escribas que atacaban a Jesús por sanar en día de reposo (Lc. 13: 14), por permitir que sus discípulos arrancaran espigas en día de reposo (Lc. 6: 1-2), o comieran con las manos sin lavar (Mr. 7: 5).  Y Jesucristo aborrecía esa manera de pensar y les increpaba diciéndoles “fariseos hipócritas” “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados” etc. (Mt. 23: 27-28, 33).

 

Desgraciadamente son muchas las iglesias cristianas que están más pendientes de la parte externa, antes que del corazón.  Por eso, en donde se está más pendiente del vestido, del peinado, del largo cabello o de la falda, de la apariencia externa en general, es donde hay más problemas de carácter moral y espiritual.  La razón ya la vimos en el tema del juicio entre hermanos: El que tiene la viga en el propio ojo, siempre está pendiente del ojo ajeno, buscándole aun la pajita más pequeña. Y todos esos legalismos sólo han logrado alejar a las personas de Dios, pues se sienten rechazadas por cosas sin importancia, mientras se está descuidando lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia y la fe” (Mt. 23: 23).

 

Miraremos algunos ejemplos:

 

v  Sobre la Cena del Señor

 

Dicen que no se debe tomar vino sino jugos de frutas, cosa que no aparece por ninguna parte en la Biblia. El tomar el pan y el vino ya lo encontramos en Gn. 14: 18 cuando Melquisedec los dio a Abraham. Y el apóstol Pablo en 1ª Co. 11: 21, hablando de los abusos en la Cena del Señor, dice que “cada uno se adelanta a tomar su propia cena y uno tiene hambre y otro se embriaga”.  ¿Y cómo se podrían embriagar con jugo de uvas?  Necesariamente no tomaban jugo sino vino.  Lo malo estaba en tomar en exceso, no en tomar vino, en sí. Si tomar vino fuera realmente un pecado, Jesucristo no hubiera convertido el agua en vino en las bodas de Caná (Jn. 2: 7-11), ni en Ec. 9: 7 el rey Salomón dijera “Anda come tu pan con gozo y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios”. Tampoco Pablo mandara a Timoteo que usara vino por causa de su enfermedad (1ª Ti. 5: 23).

 

Pero uno de los legalismos más vergonzosos es el de juzgar qué miembros de la congregación pueden o no tomar la Cena del Señor, cuando ni siquiera Jesucristo le negó la cena a Judas, aún sabiendo que era el traidor que lo había vendido. Por eso, Pablo dice que cada uno debe probarse a sí mismo antes de tomar la Cena (1ª Co. 11: 28) y no que son los líderes quienes juzguen por la conciencia del otro (1a Co. 10: 29). Porque “donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad” (2ª Co. 3: 17).

 

 

v  El arreglo y el vestido

 

Hay tanta ceguera espiritual en esto que toman pasajes como 1ª Co. 11: 5-15 y leen solamente parte de la idea pero no analizan el resto.  En realidad, Pablo le está hablando allí a la mujeres orientales a quienes no le está permitido salir de casa sin llevar un velo sobre su cabeza y parte de la cara (1ª Co. 11: 5). Era una costumbre propia del lugar y la época. Pero de ninguna manera una ley universal. Pablo, además aclara que las iglesias de Dios no contienden por estas cosas (1ª Co. 11: 16).  Si realmente fuera para nuestro tiempo, la mujer que no se corta el cabello tendría que cubrirse la cabeza, porque Pablo aclara que “si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello, que se cubra” (1ª Co. 11: 6).

 

De igual manera, toman Dt. 22: 5 en el sentido que la mujer no debe usar pantalón porque es una prenda, según ellos, de uso privativo del hombre. Pero si analizamos la época bíblica y la forma judía de vestir, allí no había pantalones ni faldas como en nuestro tiempo, sino túnicas para hombre y túnicas para mujer. Así mismo, en la época actual y en nuestra cultura occidental, existen los pantalones para hombre y los pantalones para mujer. Por tanto, no es incorrecto que la mujer use pantalones femeninos. Y si no, el hombre tendría que seguir usando túnica, porque Jesucristo y sus discípulos usaban túnicas, y no pantalones. Si es inmoralidad que la mujer use pantalones, también es inmoralidad que el hombre los use. Porque si vamos a los países orientales, allí todavía usan túnicas tanto hombres como mujeres.

 

 

v  La comida, días de fiesta o de reposo

 

La palabra de Dios habla por sí sola: “¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar porque no entra en su corazón sino en el vientre y sale a la letrina? Esto decía (Jesucristo) haciendo limpios todos los alimentos”. (Mc. 7: 18-19). “Nadie os juzgue en comida o en bebida, días de fiesta o días de reposo” (Col. 2: 16)  “Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno de la pesebrera y lo lleva a beber?” (Lc. 13: 15). “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo” (Mc. 2: 27).. “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad. Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado” (1ª Ti. 4: 1-5). Recordemos que el Señor dio una visión a Pedro en donde le dice que no llame inmundo lo que Él ya purificó (Hch. 10: 9-15).

 

v  La vida militar

 

Algunas corrientes religiosas afirman que ser militar está fuera de la palabra de Dios y que las Fuerzas Armadas no pueden tener acceso al reino de los cielos, por cuanto están expuestas a matar en cualquier momento. Pero, ¿hay algún hombre o mujer que no está expuesto a caer en pecado en cualquier momento? Porque lo que el apóstol Pablo dice en 1ª Co. 10: 12, es: “el que piensa estar firme, mire que no caiga”. Acaso, ¿no es el mismo señor Jesucristo el que nos aclara que el que le dice “necio” a su hermano o el que le dice “fatuo” es decir cualquiera que lo ofende sólo con palabras, es tan culpable como el que lo mata? (Mt. 5: 21-22). Y el apóstol Santiago ¿no afirma que todos ofendemos de palabra? (Stgo. 3:1-9). Pensemos que el rey David, siendo un hombre “conforme al corazón de Dios” (Hch. 13: 22) tuvo que participar en cruentas batallas como muchos reyes del pueblo de Dios. Y Dios ya había ordenando en los diez mandamientos “No matarás”. Es verdad que cuando David quiso edificar casa al Señor, Dios no se lo permitió por haber derramado mucha sangre en las batallas (1°Cr. 22: 7-8). Pero cuando el Todopoderoso hace pacto con Salomón, le dice: “Si tú anduviereis delante de mí como anduvo David, tu padre, e hiciereis todas las cosas que yo te he mandado y guardares mis estatutos y mis decretos, yo confirmaré el trono de tu reino, como pacté con David tu padre, diciendo: No te faltará varón que gobierne a Israel” (2°Cr. 7: 17-18). ¿Cómo es que Dios pone como ejemplo la conducta de David? Es diferente cuando David hace que Urías caiga en la trampa y sea muerto para cubrir el adulterio que el rey había tenido con Betsabé. Allí si la ira de Dios se enciende contra David y viene la maldición por el pecado(2 S. 12: 1-14). Pero nunca el Señor se enojó contra David por haber matado al gigante Goliat ni cuando el pueblo cantaba “Saúl mató a mil y David a diez mil” (1º S. 18: 7). Algunos pensarán “eso era en el Antiguo Testamento”. Pero cuando Juan, el Bautista, predicaba el arrepentimiento y las gentes le preguntaban ¿qué haremos? (para ser salvos), vinieron con la misma inquietud unos soldados asalariados, y Juan les contestó: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario” (Lc. 3: 14). Nótese que Juan no les dice “tienen que dejar de ser soldados para entrar en el reino de los cielos”. Solamente les dijo que fueran honestos. Otros dirán: "pero es que Juan era el último profeta del Antiguo Testamento”. Pero, ¿qué actitud asumió Jesucristo, cuando el centurión (oficial del ejército romano que tenía bajo su mando a cien soldados) viene a pedirle que sane a su criado? Jesús le dijo: “Yo iré y le sanaré”. Cuando el centurión le pide a Jesús que sólo dé la orden y su criado será sano, Jesucristo se maravilla ante la fe de aquel hombre (Mt. 8: 5-10) pero en ningún momento le dijo que debía dejar de ser un  militar. Nótese que a la mujer adúltera, Jesús le dice. “Vete y no peques más” (Jn. 8: 11); al paralítico a quien sanó en Betesda le dice: “No peques más para que no te venga alguna cosa peor” (Jn. 5: 14); pero al centurión lo pone como ejemplo de fe y agrega que “los hijos del reino serán echados a las tinieblas por su falta de fe” (Mt. 8: 12). Pero además en Ro. 13: 1-4 el apóstol Pablo afirma que no hay autoridad sino de parte de Dios y las que hay, por Dios han sido establecidas...porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo”.

 

¿Alguien podría imaginarse a la Colombia actual sin Fuerzas Armadas?

 

Es muy diferente cuando por venganza o intereses personales se quita la vida a alguien. Allí si “el que a hiero mata a hierro muere” (Mateo 26:51-52). Pero si esto se cumpliera en la guerra, ¿Cómo es que el rey David habiendo matado a “miles”, murió en su lecho ya muy anciano y nadie le pudo quitar la vida porque Dios lo guardó siempre?

 

Oremos mejor todos los días para que las fuerzas del orden no tengan que derramar más sangre, y compartámosles el “método Josafat (2° Cr. 20). Pero no pretendamos ser más cristianos que Jesucristo.

 

v  Los nombres de Dios y sus traducciones

 

Se ha formado una controversia sobre el nombre de Jehová dado a nuestro Padre Celestial por algunas traducciones bíblicas tales como la versión Reina Valera. La razón es que en el tetra-gramatón YHVH del Hebreo en que estaba escrito el original, al buscarle una traducción que se pudiera pronunciar, le cambiaron la Y por la J y le agregaron las vocales e, o a, y quedó la forma Jehová, así como en otras traducciones le agregaron las vocales a, e, para darle la forma Yahveh.

 

Pero si analizamos nuestra identidad de hijos de Dios, ¿a qué padre le incomoda que uno de sus hijos le diga “papi”, mientras que otro le dice “papito”, otro “papá”, otro “padrecito”, otro quizás “viejo”, etc.? ¿Acaso el padre no mira es el amor con que sus hijos lo llaman? A cada uno de ellos le responderá de acuerdo a su comportamiento y a la sinceridad de su corazón. Es como el caso de cierto niño cuyo nombre escrito en su registro civil era Eduardo, pero después de un tiempo sus compañeritos a quienes les costaba trabajo pronunciar el nombre Eduardo, lo empezaron a llamar cariñosamente “Lalo”. Aunque “Lalo” no estaba registrado en su documento de identidad, Eduardo atendía complacido el llamado de sus amigos ya sea que lo llamaran Eduardo o “Lalo” o “Lalito”.

 

Observemos que el Señor no dijo “En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si fuereis unos doctos traductores de la Ley” sino “Si tuviereis amor los unos por los otros”

 

¿Cómo podremos compartirles con amor a los Testigos de Jehová? ¿Diciéndoles que se quedaron sin Dios por llamarlo Jehová?  ¿Le agradará esto a Dios? ¿No será esto mas bien un legalismo más?

 

 

Que el Señor nos llene de su amor y de su sabiduría para que en lugar de despreciar y herir, seamos instrumentos de sanidad y paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 EVALUACIÓN


 

Contestar:

 

1.      ¿A qué se refiere la expresión “Pequeñas gigantes zorras?”

 

 

 

 

 

2.      ¿Por qué el uso de la lengua puede causar tanto daño?

 

 

 

3.      ¿Qué diferencia hay entre el pecador que cae ocasionalmente pero se arrepiente y deja de hacerlo, y el pecador empedernido? ¿Cuál de los dos heredará la vida eterna?

 

 

 

 

4. ¿Con qué comparaba Jesucristo a los fariseos legalistas?

 

 

 

5. ¿Cuál es el texto y la referencia que menciona lo más importante de la ley?

 

 

 

6. ¿Qué otras zorras cree usted que puedan estar dañando las viñas del Señor?

 

 

 

 

7. “El que venciere será vestido de vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida” (Ap. 3: 5). Analice el anterior pasaje bíblico y Ex. 32: 33; concluya qué le puede pasar al que es vencido en la batalla contra el pecado. ¿Nuestros nombres pueden ser borrados del libro de la vida?.

 




 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario