miércoles, 29 de julio de 2015

Jesucristo, el ungido del Padre

Isaías 61:1-2 es una profecía acerca del ministerio de Jesús cuyo cumplimiento hallamos en Lucas 4:16-21. Cuando Jesús entra al templo, le entregan el libro de Isaías y entonces Él lee: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a para proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor”. Finalizada la lectura, Jesús agregó: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes” (Lucas 4:21).

Y para su descendencia que somos los creyentes encontramos en este capítulo  61 de Isaías preciosas promesas. Por ejemplo:

 Nosotros somos "robles de justicia,   plantío del Señor, para mostrar su gloria" (Isaías 61:3).

Pero como a los robles, Él nos diseñó  para resistir tormentas. A través de esas tormentas el plantío es podado, cuando sus ramas secas, sus hojas marchitas y sus frutos dañados son desgajados para que no se roben la sabia que produce la cosecha.

Entonces, cuando cesa la tormenta, el plantío reverdece, florece y produce fruto.

Ahora bien, para que podamos ser ese plantío  productivo, en Juan 12:24 el Divino Maestro nos revela varios secretos: “Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda  solo (sin producir fruto). Pero si muere, produce mucho fruto”.

Morir a nuestro propio yo es la clave primera. Pero vale la pena aclarar que el que muere ya no reacciona ni ante las ofensas ni ante los elogios. ¿Quién ha podido decir que un muerto se levantó a protestar contra quien lo agredió, lo golpeó, lo pisoteó, lo dañó de alguna manera? O, ¿qué difunto se envaneció ante el éxito y los honores?

 La segunda clave está en Juan 15: 1-2, 5: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto, la poda, para que dé más fruto todavía…Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada”.

Luego de ser podados y estar unidos a Cristo permanentemente, entonces podemos llegar a ser portadores de su gloria y Jesús nos envía como el Padre lo envió a Él (Juan 20:21): “No me escogieron ustedes a mí, sino que yo los escogí a ustedes  y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure” (Juan 15:16).

Sólo entonces podremos recibir sus promesas: “En mi fidelidad los recompensaré y haré con ellos un pacto eterno. Sus descendientes serán conocidos entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Quienes los vean reconocerán que ellos son descendencia bendecida del Señor" (Isaías 61:9).

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