viernes, 24 de julio de 2015

GANANDO A OTROS PARA CRISTO


LECCIÓN 15

“Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28: 19).

 

OBJETIVOS


 

Que el discípulo de Cristo se entrene de una manera sencilla para alcanzar a otros para el reino de Dios

 

 

15. 1. El primer paso es orar

 

Cuando Jesucristo vio la multitud como ovejas sin pastor, sintió compasión y dijo a sus discípulos: “A la verdad la mies es mucha mas los obreros pocos. Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt. 9: 35-38; Lc. 10: 2).

 

Sin oración no hay bendición ni victoria en ningún trabajo que emprendamos. Ahora bien, en el trabajo de llevar las personas a la reconciliación con Cristo (ministerio de evangelismo), nuestra oración por los inconversos debe incluir la oferta de Isaías 6: 8: “Heme aquí, envíame a mí”. No hay oración que agrade más a Dios que aquella en la que oramos por la salvación de otros y nos ofrecemos como instrumentos para que el Señor nos utilice para compartir su mensaje de salvación. Podemos estar seguros que la respuesta a esta oración, siempre será afirmativa pues estaremos orando en su voluntad (1 Ti. 2: 1-4; 1ª Jn. 5: 14-15). Y si antes de orar pedimos al Padre que nos llene con el Espíritu Santo y nos guíe en la oración que a Él más el agrada, el Señor no nos dejará terminar el devocional sin que le hayamos pedido por la conversión de alguien o de algún grupo específico (narcotraficantes, drogadictos, prostitutas, enfermos, presos, secuestrados, secuestradores, indigentes, por aquellos que empuñan las armas de los hombres, por todo el país y por el mundo entero.). Por eso nuestra oración por los inconversos debe ser constante e incluir peticiones concretas y acordes con la palabra de Dios, tales como: Bendito Padre Celestial, te pido en el nombre de tu Hijo Jesucristo que toques el corazón de esas personas; mete tu arado en toda tierra árida, hazlos tierra fértil y  envíales tu palabra a tiempo (Mr. 4: 2-20). envíales tu Santo Espíritu a convencerlos de sus pecados (Jn.  16: 8). tu palabra penetre en ellos como espada de dos filos (He. 4: 12), como fuego consumidor y como martillo que quebrante la piedra (Jer. 23: 9), y eche raíces profundas que nadie pueda arrancar y dé fruto del ciento por uno (Mt. 13: 32). quita toda ceguera espiritual  (2ª Co. 4: 4). golpea fuerte a sus puertas (Ap.  3: 20); haz que oigan tu voz y llévalas a tu redil (Jn. 10: 16). arrebátalas de las garras del enemigo y de toda doctrina mentirosa, y tómalas para tu reino y para tu servicio. derríbalas de todo lo que les esté impidiendo rendir sus vidas a ti (Hch.  9:1-15). sácalas de las tinieblas y llévalas a tu luz admirable (1ª P. 2: 9). En el nombre de Jesucristo yo rompo toda ligadura de impiedad que les esté impidiendo buscar de ti y las dejo ir libres a los pies de Cristo (Is. 58: 6). Derribo todo gigante que quiera oponerse a tu voluntad en esas vidas (1° S. 17: 45-51). Padre, llama más y más obreros a tu servicio; prepárales y enséñales que si buscamos tu reino y tu justicia, tú nos añades todo lo que necesitamos (Mt. 6: 33) y suples todas nuestras necesidades (Fil. 4: 19). Y si es tu voluntad que yo vaya a compartirles, ponlo en mi corazón con certeza, o envía a quien tú quieras pero ve tú delante de nosotros enderezando todo lo torcido, quebrantando puertas y rompiendo cerrojos y entregándonos los tesoros escondidos y los secretos muy guardados (Is. 45: 1-3), enseñándonos esas cosas grandes y ocultas que no conocemos (Jer. 33: 3). Pon tus palabras en las bocas de tus siervos y llénanos de tu poder y de tu autoridad (Jer. 1: 7-10), pero sobre todo de tu amor (1ª Co. 16: 14) y de la compasión que tú sientes por las almas perdidas (Mr. 6: 34). Respalda este ministerio y confírmalo con resultados de acuerdo a tus promesas (Jos. 1: 5; Is. 41: 9-20; Jer. 15: 19-21; Mi. 4: 13; Lc. 5: 5-6; Jn. 21: 6; Ap. 3: 8; etc.). Selecciona la cosecha de cada día aparejándolo todo en tu divina voluntad, controlándolo todo hasta el más pequeño detalle, supliendo para toda necesidad, y tomando toda la gloria y la honra para ti. En el nombre de tu Hijo Jesucristo, amén y amén.

 

Si oramos de esta manera, guiados por la palabra de Dios y de acuerdo a lo que el Espíritu Santo nos ponga en el corazón (Ro. 8: 26-27), nunca pasará un día sin que hayamos ganado nuevas almas para Cristo y veremos su gloria y podremos sentir el gozo de trabajar con Él y para Él.

 

NOTA: Nuevamente aclaramos que las oraciones escritas en este manual no son para repetir como loros, como lo hacíamos antes de aprender a orar de acuerdo a la palabra de Dios. Son solamente ejemplos para que los nuevos discípulos se entrenen en la forma de orar con base en las promesas divinas. Es obvio que nuestra oración diaria debe estar guiada estrictamente por el Espíritu Santo y de acuerdo a las circunstancias y necesidades de cada uno. Tampoco necesitamos orar con palabras rebuscadas y elocuentes para que nuestra oración llegue a Dios. El Señor se agrada con una oración hecha con palabras sinceras y sencillas salidas de un corazón contrito y humillado (Sal. 51: 17).

 

 

15. 2. Evangelizando

 

En Is. 6: 8, encontramos la preocupación más grande de Dios: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” ¡Qué impactante es este pasaje! Dios, rodeado de su gloria, desde su altura, está preocupado por el pecador. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Jn. 3: 16). Pero como dijera el apóstol Pablo en Ro. 10: 14, “¿Cómo pues invocarán a Aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?

 

Hay una novela francesa, en donde la protagonista vende su dentadura y sus cabellos para enviar algún dinero a la familia que cuida de su hija, creyendo que la niña está enferma. Cuánto más habría sufrido si se hubiera enterado que su sacrificio ha sido inútil, porque los que cuidan de su hija son unos miserables que las están explotando a las dos.

 

¡Cuánto dolor debe sentir el Señor Jesucristo por aquellos que no saben de su sacrificio en la cruz por el pecador, o que no han entendido que nuestra salvación es por nuestra fe en Él, y cuyas almas se pierden haciendo inútil la obra redentora de su sangre derramada en la cruz por nuestros pecados!  Y sin embargo, todos los días, en el mundo entero, se pierden miles y miles de almas.

 

Nosotros que hemos tenido el privilegio de conocer de Cristo y de recibir la salvación por nuestra fe en Él, somos los llamados a compartir a otros, el regalo de la salvación.  “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1ª P. 2: 9-10).

 

No es tan difícil como parece si tenemos en cuenta que la obra la hace el Espíritu Santo (Mt. 10: 20; Jn. 16: 8-14; Tit. 3: 5) y que el Señor es el que pone las palabras en nuestra boca (Ex. 4: 12, 15; Jer. 1: 9; Sal. 81: 10).

 

Lo primero que tenemos que tener muy claro es que no vamos a invitar a la gente a cambiar de religión.

 

En Hch. 10: 42-43, el apóstol Pedro especifica qué es lo que Jesucristo mandó que predicásemos: “...que Él (Jesucristo) es el que Dios ha puesto por juez de vivos y muerto s ... que todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre”.

 

Es a Jesucristo y no a una religión ni a una denominación de quien tenemos que testificar.

 

Es importante aprender de memoria pasajes claves como Jn. 1: 12 y 3: 16-17, Hch. 4: 12 y 16: 31; Ro. 3: 23-24; 6: 23; 10: 9-10, Mr. 11: 24-25; Lc. 23: 39-43; 1ª Jn. 1: 8-9; Ap. 3: 20, etc.

 

Recordemos que por nuestra oración el Señor ya tiene preparado el terreno y que Él será el que ponga las palabras en nuestra boca (Ex. 4: 11-15; Sal. 81: 10; Jer. 1: 9).

 

Si bien, a veces, todo parece indicar que perdimos el tiempo, nunca será así. ”Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá sino que riega la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada para aquello que la envié” (Is. 55: 10-13). Porque el reino de Dios es “como cuando un hombre echa semilla en la tierra, y duerme y se levanta de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo” (Mr. 4: 26-27). Como decía el apóstol Pablo “Yo planté, Apolos regó, pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1ª Co. 3: 6).

 

Tampoco debemos juzgar ni condenar a quien nos rechaza la palabra de Dios. A veces son los sentimientos de culpa y el desconocimiento de la misericordia de Dios, los que hacen que la persona se sienta indigna de recibir a Cristo en su corazón y creer que nunca podrá ser perdonada. Por eso es necesario recalcarles que no hay pecado que Cristo no pueda limpiar con su sangre redentora, y que es por pura gracia que somos salvos (Ef. 2: 4-8). Siempre debemos sembrar en su corazón mensajes como “Cristo lo ama y quiere morar en su corazón y limpiarlo de todos sus pecados”. “No hay pecado que su bendita sangre no pueda limpiar”. Cuando la persona abiertamente nos dice “yo no puedo recibir a Cristo porque soy muy pecador”, le podemos compartir Mt. 11: 9-13: “Los sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos...no he venido a llamar justos sino a pecadores al arrepentimiento”, etc. Algunos dirán “Hasta que no cambie y me vuelva bueno, yo no me entrego a Cristo”. Les podemos compartir Jn. 15: 4-5: “...separados de mí, nada podéis hacer”. Debemos explicarles que Cristo es la vid, o sea la planta, y nosotros somos los pámpanos, o sea las ramas. Sólo cuando la rama está unida al árbol, puede dar fruto. Por tanto, si queremos dar fruto de arrepentimiento, tenemos que unirnos a Cristo recibiéndolo en nuestro corazón, y Él nos dará la savia del Espíritu Santo, que nos hará nacer de nuevo como hijos obedientes a la palabra de Dios (Tit. 3: 3-7). Es pues, necesario que entiendan que sin recibir a Cristo en el corazón nunca podrán cambiar.

 

También nos encontraremos con el otro extremo, o sea los que dicen “yo soy muy bueno; no le hago mal a nadie, no mato, no robo, hago muy buenas obras...”. A ellos les podemos compartir Mt. 5: 21-22 y luego preguntarles: “¿Nunca se ha enojado contra nadie? Aquí dice que cualquiera que se enoje contra su hermano es culpable de juicio”. También podemos compartirles otros pasajes como Lc. 18: 9-14, Hch. 10, Ro. 3: 23, Ef. 2: 8-9, 1ª Jn. 1: 8, etc.

 

A aquellos que nos responden “tal vez en otra ocasión, aún no estoy preparado” les podemos animar  diciéndoles que lo que lo afirma el Señor es que “hoy es el día de la salvación” (2ª Co. 6: 2). ¿Quién nos puede garantizar que exista otra oportunidad?

 

En la lección correspondiente a “La Salvación” podrá encontrar abundante material, de gran utilidad para llevar a otros a la reconciliación con Cristo. Así como usted fue ilustrado y conducido a la aceptación de Cristo en su corazón a través de dicha lección y oración, igualmente podrá ilustrar y conducir a otros para que acepten a Cristo. Asimismo con el presente “Manual para el discípulo de Cristo” podrá iniciarlos en el conocimiento de la palabra de Dios. Cada caso será diferente, y será el Espíritu Santo el que guíe cada momento y cada circunstancia (Mt. 10: 20). Es vital que escudriñemos todos los días las Sagradas Escrituras para poder estar preparados para responder todas las inquietudes de los nuevos creyentes y de aquellos que sin haber aceptado a Cristo, nos demanden la razón de nuestra esperanza en Él (1ª P. 3: 15). Lo más importante es que en la medida que nosotros permitamos que Cristo cambie nuestra manera de ser y nos perfeccione cada día, otros serán tocados por nuestro testimonio, cuando les podamos decir: “Es Cristo quien lo ha hecho en mí”. Asimismo cualquier consejo que nos pidan, debemos contestarles ciñéndonos estrictamente a la palabra de Dios y dejando que sean ellos los que tomen la decisión. Solamente debemos conducirlos al texto que tiene la respuesta a sus inquietudes. Si no encontramos un pasaje que directamente les muestre lo que deben hacer, entonces será el Espíritu Santo en oración, el que les muestre, a ellos personalmente y no a nosotros lo que deben hacer.

 

También es una buena estrategia compartir con la biblia que sea de su confianza. Por ejemplo, a los católicos, con la biblia católica y a los testigos de Jehová, con la de los testigos de Jehová. Para esto es muy importante saber las diferencias que presentan estas biblias y el por qué de estas diferencias.

 

Por ejemplo, en el Antiguo Testamento de la biblia católica encontramos siete libros más que en las cristianas. Es importante que el nuevo creyente sepa diferenciar un libro inspirado por el Espíritu Santo de uno que no lo es.  Ejemplos:

 

Si analizamos el libro de Tobías, capítulo 6, entonces podrá discernir inmediatamente que este libro no pudo ser inspirado por el Espíritu Santo porque enseña algo tan absurdo y ridículo, como que los espíritus malos se pueden sacar quemando el corazón y el hígado de un pez,  y que una persona con nubes en los ojos puede sanar  al untarle la hiel del pez y soplarle (Tobit 6: 8-9, 8: 1-13;  11:10-13).  Además  los personajes de dicho libro incluyendo el supuesto ángel de Dios, Rafael, no son mencionados por los libros inspirados por el Espíritu Santo. Este libro es altamente contaminante, pues transmite superstición y falsa doctrina.

 

Si vamos a Eclesiástico 3: 14-15, podremos comprobar que el autor no podía estar inspirado por el Espíritu Santo al afirmar que al buen hijo se le perdonan los pecados, cosa que está en contra de las Sagradas Escrituras. No podemos ser ladrones, adúlteros, fornicarios, etc., esperando que nuestros pecados sean borrados por ser un buen hijo.  Esta doctrina también  es contaminante pues no es bíblico que seamos salvos por obras sino por la fe en Cristo, pero la fe va acompañada de arrepentimiento. Recodemos que Jesucristo dijo que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3: 3).

 

En el libro de Judit, encontramos la exaltación al engaño, la mentira y la traición que utilizó esta mujer, para poder destruir a Holofernes (Judit capítulos 12 y 13). Recordemos que el padre de la mentira es satanás  (Juan 8:44). Qué diferencia, cuando David venció a Goliat, lo hizo de frente, confiando en el respaldo y en el poder de Dios y no en el engaño. Luego, el libro de Judit también es contaminante.

 

En cuanto al 1º y 2º libros de Macabeos, la despedida del autor de los libros, nos revela inmediatamente que no fue el Espíritu Santo quien lo inspiró porque dice textualmente: “Y yo termino aquí mi narración. Si está bien escrita y ordenada, esto fue lo que me propuse. Si es mediocre y sin valor,  sólo eso fue lo que pude hacer” (2º Macabeos15: 37-38).

 

En Sabiduría 16: 2 afirma que el pueblo de Israel no fue castigado contradiciendo lo dicho en Números 11: 33-34 y Salmos 78: 30-33; Sabiduría 18: 20-25, contradice lo escrito en Números 14: 13-23 donde encontramos que quien intercedió por el pueblo de Israel fue Moisés y no Aarón; Sabiduría 19: 15 dice que los de Sodoma  fueron castigados por recibir a los extranjeros  como enemigos, cuando sabemos que su destrucción fue por su perversión sexual (Carta de San Judas,  verso 7).

 

Además, los personajes y hechos de los Deuterocanónigos, no son mencionados ni por Jesucristo, ni por los apóstoles, ni por los libros inspirados por el espíritu Santo, lo que significa que no hacen parte de la unidad espiritual de los libros canónicos. Tampoco cumplen los requisitos de la palabra profética divina (1ª Corintios 14: 3).

 

 

Respecto de las biblias de los testigos de Jehová, podemos comparar el Evangelio de San Juan capítulo 1, verso 1 en donde aparecen mencionando a Jesucristo como un “dios” con minúscula o sea un dios falso. Y en alguna biblias de ellos no aparece en el texto de Isaías 9:6 “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de paz”. Aparece en su lugar el texto corrido. En cambio en otras biblias de los mismos testigos sí aparece dicho  texto. Cuando compartimos con ellos la divinidad de Jesucristo el pasaje de Juan 20: 28, en la biblia de ellos dice que Tomás le respondió a Jesús  “tú eres mi Señor y mi Dios”.  Y Jesús no lo contradice sino que le responde: “Porque me viste, creíste; bienaventurados los que sin ver, creyeron”. Cuando ellos analizan este texto quedan realmente impactados.

 

 

15.3. No al engaño del enemigo

 

Cuando Dios nos llama a su servicio, satanás siempre trata de oponerse y busca demorar e impedir que cumplamos la misión que el Señor nos ha encomendado, y empieza a lanzarnos dardos (Ef. 6: 16) de duda, temor, complejos de inferioridad, desconfianza y de toda clase de pretextos (Ex. 4: 10; Jue. 6: 15; Is. 6: 5-7; Jer. 1: 6; Jonás. 1: 3;  Lc. 5: 8-9; etc.). Es entonces cuando no debemos caer en sus artimañas, sino pedir la llenura del Espíritu Santo que nos permita predicar con denuedo la palabra de Dios (Hch. 4: 31): Es vital que nos capacitemos para la obra del Señor, escudriñando su palabra (Ezq. 2: 8-10; 3: 1-4; 1ª P. 3: 15; etc.), y en ningún momento debemos permitir que el enemigo nos impida realizar la gran comisión (Mt. 28: 19-20; Mr. 16: 15) bombardeando nuestra mente con temores (Is. 41: 10-20; Jer. 1: 8, 17-19; 15: 19-21; Ezq. 2: 6-7; Lc. 5: 10; Hch. 1: 8; 2ª Ti. 2: 1-10; etc.).Si permitimos que el Señor nos llene de su amor por las almas perdidas, el perfecto amor de Dios, echará fuera el temor (1ª Jn. 4: 18) y podremos afirmar como dijera el apóstol Pablo“... cuando predico el evangelio, no tengo de qué enorgullecerme, ya que estoy bajo la obligación de hacerlo. ¡Ay de mí si no predico el evangelio! En efecto, si lo hiciera por mi propia voluntad, tendría recompensa; pero si lo hago por obligación, no hago más que cumplir la tarea que se me ha encomendado. ¿Cuál es, entonces, mi recompensa? Pues que al predicar el evangelio pueda presentarlo gratuitamente, sin hacer valer mi derecho. Aunque soy libre respecto a todos, de todos me he hecho esclavo para ganar a tantos como sea posible. Entre los judíos me volví judío, a fin de ganarlos a ellos. Entre los que viven bajo la ley me volví como los que están sometidos a ella (aunque yo mismo no vivo bajo la ley), con el fin de ganar a estos. Entre los que no tienen la ley me volví como los que están sin ley (aunque no estoy libre de la ley sino comprometido con la ley de Cristo), con el fin de ganar a los que están sin ley. Entre los débiles me hice débil, con el fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, con el fin de salvar a algunos por todos los medios posibles” ( 1ª Co. 9: 16-22, N. V. I. ). “ Porque no avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree “ (Ro. 1: 16). “ Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía , sino de poder, de amor y de dominio propio “  (2 ª Ti. 1: 7).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EVALUACIÓN


 

 

Completar:

 

1.    El primer paso que debemos dar para ganar a otros para Cristo es _______________de acuerdo a la

 

2.    De acuerdo a Is. 6: 8, la preocupación más grande de Dios es _______________________________________________________________________

 

3.    No debemos sentir temor de testificar de Cristo porque no somos nosotros quienes hacemos la obra sino el

 

 

4.    Lo que debemos invitar a los inconversos no es a cambiar de religión sino a 

 

 

5.    La consejería que nos pidan debe estar estrictamente ceñida a

 

 

6.    Analice Ezq. 3: 17- 21. ¿Qué le sucederá al atalaya que no cumple con su deber?

 

 

 

7.    Lea Gn. 12: 1-9; Ex. 3: 1 al 4:31; Jos. 1: 1-9; Jue. 6 :1-40; 1ª S. 16: 6-13; Esd. 3:1 al 6: 22; Is. 45: 1-5; Jer. 1:1-19; Ezq. 2: 1 al 3:21; Jon. 1: 1-17; Mt. 9: 9; Lc. 5:1-11; Hch. 9:1-22.

 

 

8. Haga un resumen del llamado que Dios hizo a los personajes mencionados en los anteriores textos. Explique qué aprendió en este estudio.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario