miércoles, 17 de septiembre de 2014

LA SALVACIÓN

LECCIÓN 3

“Y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).
OBJETIVOS:

Saber su significado y conocer la fuente de nuestra salvación.

3. 1. Qué es
Es poder ingresar en la presencia del Padre por la sangre de Cristo (Jn. 14: 6; Ef. 2: 4-6;  He. 10: 19-20) y tener acceso a su conocimiento (Jn. 17: 3). Es la vida eterna que no es otra cosa que permanecer en la presencia de Dios (Ef. 2: 1 y 6).

3. 2. Es sólo por la fe en Cristo

Jesucristo dijo: ”Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn l4:6).

Solamente por Jesucristo podemos llegar al Padre, porque sólo Jesucristo nos pudo redimir con el precio de su sangre derramada en la cruz (Ap. 1: 5 y 5: 9).

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3: 16).

Ni siquiera el Padre nos podía salvar porque el pecado había separado al hombre de Dios ( Is. 59: 2); por eso Él nos envió a su Hijo quien fue el único hombre que pudo vencer al pecado porque, aunque fue tentado en todo, nunca pecó, (Mt. 4: 1-11; 2ª Co. 5: 21; He. 4: 15).

El Espíritu Santo tampoco nos puede limpiar de nuestros pecados. Solamente nos da su fruto (Gá. 5: 22-23) y sus dones (Ro. 12: 6-8; 1ª Co. 12: 7-11) a través de los cuales nos brinda su poder (Hch. 1: 8) su guianza y su revelación (Jn. 16: 13; Ro. 8: 14, 26-27).

El perdón de pecados es única y exclusivamente por nuestra fe en Cristo (Hch. 26: 15-18; Ef. 2: 8-9). Esto es necesario tenerlo muy claro. Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, Él los lanzó de su presencia (Gn. 3) y desde entonces, el pecado hizo separación entre Dios y el hombre (Is. 59: 2). Solamente hasta que Cristo viene a hacerse hombre y a morir por nosotros, el hombre puede regresar al “Lugar santísimo”, esto es, a la presencia de Dios, por la sangre de Jesucristo (Mt. 27: 50-51; He. 9: 11-15; 10: l9-20), que nos limpia de todo pecado (Ef. 1: 7; Ap. 1: 5). Cristo  cuando resucitó, nos dio la victoria sobre la muerte física, la muerte espiritual y la muerte eterna: “ Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11: 25). “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6: 23); “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1ª Co. 15: 55-57); “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados...pero Dios que es rico en misericordia por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2: 1-6). “...Dios quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2ª Ti. 1: 8-10). “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte...(Ap .21: 4)

Antes del sacrificio de Cristo, Dios no se había manifestado abiertamente en bendición plena, pues el hombre por haber pecado, no tenía libertad para entrar en su presencia. En el Antiguo Testamento Dios había ordenado que un velo aislara el lugar santísimo donde él moraba, y el hombre que entrara en ese lugar, moría por ser pecador (Ex. 26: 31-33; Lv. 16: 2;  2ª Cr. 3: 1 y 14). Cuando Cristo murió, el velo del templo se rasgó de arriba abajo (Mt. 27: 51; Mc. 15: 37-38) quitando la separación que el pecado había hecho entre Dios y el hombre, y permitiendo que la plena gracia de Dios pudiera venir a nosotros (Heb. 6: 17-20;  9: 8-15;  10: 19-20) cuando reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador (Jn. 1: 17; Ro. 10: 9; 2ª Co. 3: 14-16).

En términos matemáticos podríamos ilustrar que entre un conjunto llamado “hombre” y un conjunto llamado “Dios” la intersección perfecta la hace un conjunto llamado “Jesucristo” pues sólo Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre (Ver la lección “Conociendo más a nuestro Dios”).

Ahora sí podemos entender por qué Jesucristo afirma tan contundentemente “...nadie viene al Padre, sino por mí”. Por eso el apóstol Pedro hablando de Jesucristo nos confirma que en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4: 12) y el apóstol Pablo complementa diciendo que “hay un sólo Dios y un sólo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre“  (1ª Ti. 2: 5)

Y Jesucristo nos da una promesa: ”He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”  (Ap. 3: 20). Es la cena de su presencia en nuestros corazones (Ef. 3: 17), controlando nuestra vida; es el perdón de pecados (Col. 1: 12-14); es el Espíritu Santo que viene con Cristo; es una nueva vida, la vida eterna (Jn. 10: 27-28) y abundante (Jn. 10: 10) que Él nos promete; es la potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn. 1: 12-13). Él nos hace nuevas criaturas (2ª Co. 5: 17) y su promesa de salvación se extiende a toda nuestra casa (Hch. 16: 31) pues por medio del Espíritu Santo conduce a nuestros familiares a la reconciliación con Dios, para que también ellos sean salvos (Jn. 16: 8).

Y junto con nuestros pecados, Cristo también llevó nuestras enfermedades y nuestros dolores (Is. 54: 4-6; 1ª P.2: 24) y anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, esto es, las maldiciones producto de nuestros pecados, crucificándola en la cruz (Gá. 3: 13; Col. 2: 13-15).

Sólo que para alcanzar todas sus bendiciones debemos aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Analicemos Lucas 23: 41-43. El malhechor que fue salvo, sólo tuvo que hacer dos cosas:

1.      Confesó  sus pecados cuando dijo: “Nosotros a la verdad justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lc. 23: 41). En 1ª  Jn. 1: 9 dice queSi confesamos nuestros pecados, Él (Jesucristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”.

2.    Reconoció que aquel hombre que estaba muriendo en la cruz era el Hijo de Dios que lo podía salvar. porque le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.

Y recibió la más extraordinaria de las respuestas: “De cierto te digo que HOY estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23: 43).

Trasladémonos ahora al libro de los Hechos, capítulo 10, y analicemos un poco la historia de Cornelio, el centurión. Era un “bienhechor” de obras, “piadoso y temeroso de Dios...que hacía muchas limosnas y oraba a Dios siempre” (Hch. 10: l-2). Pero a pesar de todo esto no era salvo. ¿Qué le faltaba? Reconocer a Cristo como su Salvador (Hch. 10: 36-43; Ro. 1: 17). Entonces vemos que tanto el bienhechor de obras como el malhechor, necesitan por igual reconocer a Cristo como Señor y Salvador para ser salvos. ¿Por qué?. ”¿Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3: 23-24). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2: 8-9) “Porque...todos nosotros somos como suciedad y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia” (Is. 64: 6). y porque “cualquiera que guardare la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable” (Stgo 2: 10). Porque aún cualquiera que le diga fatuo (a su hermano) quedará expuesto al infierno de fuego (Mt 5: 22). Como ya lo habíamos visto, no existe pecado chico ni grande sino que toda desobediencia a Dios, nos separa de su presencia y nos lleva a condenación, y somos justificados sólo por nuestra fe en Cristo (Gá. 2: 16).

Ahora bien, somos salvos con sólo confesar nuestros pecados, creyendo que Jesucristo es el Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos, reconociéndolo como nuestro Señor (Ro. 10: 9), pidiendo su clemencia como lo hizo el malhechor, antes de morir. Pero si dicho malhechor hubiera seguido vivo, habría tenido que “nacer de nuevo” (Jn 3: 3), o sea, rendir su vida en obediencia a Cristo, para permanecer en su presencia (Jn 15: 4-6) y el obedecer a Cristo incluye hacer buenas obras (Jn. l4: 12; Ef. 2: 9-10). Luego, las buenas  obras sin creer en Cristo no nos pueden salvar, pero la fe en Cristo sin hacer buenas obras, es muerta (Mt. 25: 34-46; Hch. 10: 4 y 11:14; Ro. 2: 6-8; Stgo. 2: l4-26); porque  las buenas obras son el fruto de nuestro amor por Cristo y de nuestro arrepentimiento; porque la fe obra por el amor y Jesucristo dijo “El que cree en mí las obras que yo hago él las hará también” (Jn. 14: 12), y “...en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25: 4).

Y antes de escribir una oración guía para dar el primer paso hacia la salvación (reconocer a Cristo como Señor y Salvador), leamos: “Por tanto  os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está que está en los cielos, os perdone a vosotros vuestras ofensas”. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará  también a vosotros vuestro Padre Celestial (Mr. 11:24-25); “Mas si no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Mt 6: 15).

Creer y perdonar. He aquí los requisitos que nos manda el Señor Jesús para que nuestra oración sea recibida. Ahora sí una oración guía para invitar a Jesucristo al corazón y reconocerlo como Señor y Salvador:

Señor Jesucristo, yo creo que tú eres el Hijo de Dios; que te hiciste hombre por mí, moriste en una cruz por mis pecados, pero resucitaste de entre los muertos por el poder de Dios Padre, para darme la vida eterna. Te abro la puerta de mi corazón y la puerta de mi casa. Entra Señor y toma control de mi vida. Lávame con tu sangre, inúndame con el Espíritu Santo y haz de mí lo que tú quieras. Yo te reconozco como mi Señor y mi Salvador; como mi sanador y mi restaurador. Dame tu amor y ayúdame a perdonar. Ahora yo decido perdonar a todos los que me han hecho daño. Los perdono de corazón y reconozco que he pecado de muchas maneras, pero confieso y creo que tu preciosa sangre me limpia completamente de todos mis pecados. Yo acepto tu sacrificio, Señor. Te entrego mi mente y recibo tu mente; te entrego mi voluntad para que sea tu voluntad la gobierne mi vida. Te consagro mi vida para que me hagas agradable a ti, Señor, desde ahora y para siempre. En tu nombre santo, Señor Jesucristo,  amén y amén.

Si hiciste esta oración, de corazón, sentirás que Cristo ha entrado en tu vida. ¡Felicitaciones! Dios te ha adoptado como su hijo:”Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su hijo, el cual clama ¡Abba Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Jesucristo” (Gá. 4: 4-7). Ahora has pasado a ser una nueva persona: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Co. 5: 17). Cristo ha borrado todos tus pecados con su sangre redentora (Ap. 1: 5), el Padre Celestial los ha sepultado en lo profundo del mar (Mi. 7: 18-19) y nunca más se acordará de ellos (Is. 38: 17; 43: 25). ìGracias, Señor, por tu misericordia y tu gracia, amén y amén!


3. 3. Nuestra identidad como creyentes en Cristo.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1: 3)

Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador y decidimos rendirle nuestra vida, salimos inmediatamente del reino de tinieblas y entramos en el reino de la luz (Jn. 8: 12; Col. 1: 12-13; 1ª P. 2: 9) y automáticamente pasamos de muerte a vida (Ef .2: 1, 5;  Col. 2: 13).

Esto implica que hemos pasado a ser:

v  Linaje de Abraham por nuestra fe en Cristo y, por tanto, herederos de las promesas que dio Dios a Abraham y a su descendencia: “Bendeciré a los que te bendijeren y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12: 3; 28: 14; Gá. 3: 8-9).  “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gá. 3 : 29).
v  Bendecidos por Dios  (Is. 64: 4; 1ª Co. 2: 9) y bendición de Dios para otros (Gn. 12: 2; 39: 5).
v  Especial tesoro para el Señor (Ex. 19: 5).
v  De gran estima a los ojos de Dios (Is. 43: 4).
v  La niña de los ojos de Dios (Zac. 2: 8).
v  Amados de Dios (Jn. 3: 16; 15: 13;  1ª Jn. 3: 1).
v  Voceros de Dios (Jer. 1: 9; 15: 19).
v  Nuevas criaturas (2ª Co. 5: 17) o sea, niños sujetos a crianza (1ª P. 2: 2).
v  Hijos de Dios (Jn. 1: 12; Gá. 3: 26 y 4: 5-7).
v  Reconciliados con Dios (Col. 1: 19-23).
v  Linaje (familia) de Dios (Hch. 17: 29; Ef. 2: 19).
v  Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (Ex. 19: 5-6; Dt. 7: 6; Ro. 9: 25-26; Tito 2: 14; 1 ª P. 2: 9-10; Ap. 5: 10).
v  Elegidos de Jesucristo (Jn. 15: 16; 1ª Co. 1: 26-30).
v  Justificados por el sacrificio de Jesucristo que borró nuestros pecados (Ro. 3: 24; 4: 24-25;  1ª Co. 1: 30; 2ª Co. 5: 21, Tito 3: 7; 1ª P. 2: 24).
v  Redimidos (rescatados, comprados) por la sangre de Cristo (Gá. 4: 4-5; Col. 1: 14; Tit. 2: 14; Ap. 5: 9).
v  Santificados (purificados) por Jesucristo (He.10: 10-14; Tito 3: 3-6) y llamados a ser santos (1ª Co. 1: 2;  Ef. 1: 4; 1ª P. 1: 2 y 15-16).
v  Herederos de la salvación, servidos por los ángeles (He. 1: 14).
v  Ovejas del buen pastor que dio su vida por nosotros (Jn. 10: 11, 14) para darnos vida eterna y de cuyas manos nadie nos podrá arrebatar (Jn. 10: 27-28).
v  La buena semilla (Mt. 13: 38).
v  El cuerpo de Cristo (1ª Co. 10: 17; 12: 27; Ef. 1:22-23; 5: 23, 30; Col. 1:18).
v  Discípulos de Cristo (Jn. 13: 35).
v  Soldados de Jesucristo (Sal. 18: 34 y 144: 1; 2ª Ti. 2: 3).
v  Llamados para ser enviados por Jesucristo (Mt. 28: 19-20; Mr. 16: 15).
v  Guiados por el Espíritu de Dios (Ro. 8: 14).
v  Guardados por Jesucristo (1ª Jn. 5: 18).
v  Amigos de Jesucristo (Jn. 15: 14-15).
v  Hermanos de Jesucristo (Mr. 3: 35).
v  Ungidos (llenos del Espíritu Santo) por Jesucristo (1ª Jn. 2: 27).
v  Escogidos de Dios (Ro. 8: 33; Ef. 1: 4).
v  Ciudadanos del cielo (Lc. 10: 20; Fil. 3: 20).
v  El templo del Dios viviente (1ª  Co. 3:16; 2ª Co. 6: 16; Ef. 2: 21-22) y por tanto el lugar santísimo donde Cristo ha de permanecer para siempre (Mt. 28: 20).
v  La esposa del Cordero (Ap. 19: 7; 21: 9) y el Cordero es Jesucristo (Jn. 1: 29).
v  Piedras vivas de la casa espiritual, cuya piedra principal  es Jesucristo (Hch. 4: 11; Ef. 2: 20; 1ª. P. 2: 5-6).
v  La iglesia de Jesucristo (Ef. 5: 22-30).
v  Santos, en el sentido de ser apartados, consagrados, elegidos, separados para Dios (Lv. 20: 26; 1ª P. 1: 2).
v  Muertos al pecado pero vivos para Dios (Ro. 6:11; Col. 3:3).
v  Labranza de Dios (1ª Co. 3:9) y nuestro labrador es el Padre Celestial (Jn. 15:1).
v  Edificio de Dios (1ª Co. 3: 9).
v  Colaboradores de Dios (1ª Co. 3: 9).
v  Servidores de Dios y administradores de sus misterios (Ro. 6: 22; 1ª Co. 4:1).
v  Pacificadores (Mt. 5: 9).
v  Creados para buenas obras (Ef. 2:10).
v  Hacedores de la palabra de Dios (Stg. 1:22).
v  Cartas leídas (2ª Co. 3: 2-3).
v  La sal de la tierra (Mt. 5: 13), llamados a dar sabor a la insipidez de los que no tienen a Cristo (Col. 4: 6) y a destruir la contaminación de su amargura (Mr. 9: 50;  He. 12: 15) y a producir sed de Cristo con nuestro testimonio (Jn. 4: 39-40; 1ª P. 2: 11-12)).
v  La luz del mundo (Mt. 5: 14) que debe borrar las tinieblas de los que no conocen a Dios (Mt. 5: 16; Hch. 13: 47; Fil. 2: 15).
v  Modificadores del mundo (Hch. 17: 10).
v  Espectáculo al mundo, a los ángeles  y a los hombres (1ª Co. 4: 9)
v  Dadores alegres (2ª Co. 9: 7).
v  Llamados a ser guerreros de oración (Ef. 6: 18; Fil. 4: 6; 1ª Tes. 5:17).
v  Olor grato para Dios (2ª Co. 2: 15; Ap. 5: 8).
v  Como el viento que va de un lugar a otro (Jn. 3: 8) esparciendo la semilla de la palabra de Dios (Mc. 4: 26-27; Lc. 8: 11).
v  Plantío del Señor (1ª Co. 3: 6-7), ramas cuyo tronco es Jesús (Jn. 15:5) quien nos diseñó para resistir tormentas (Mt 7:24-25).
v  Más que vencedores (Ro. 8: 37; 2ª Co. 2: 14).
v  Etc.



 EVALUACIÓN


Complete las siguientes oraciones:
1.      El perdón de pecados es única y exclusivamente por: _________________________ ______________________________________________________________________

2. Los dos requisitos que cumplió el malhechor para ser salvo, fueron:

 a___________________________________________________________________
b___________________________________________________________________

2.      Las ____________buenas solas no nos pueden salvar si no creemos en Cristo, pero la ____sin obras es muerta.

3.      De acuerdo a Mr. 11:24-26, los dos requisitos que debemos llenar para que nuestra oración sea efectiva, son: a:_______________;  b:_________________________.


4.      Utilice su concordancia para investigar qué dice la Biblia acerca de la salvación:


6. Coloree y trate de memorizar los textos escudriñados en el presente tema.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario