lunes, 22 de septiembre de 2014

APRENDIENDO A ORAR

LECCIÓN 5

“Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jer. 33: 3).
OBJETIVOS:

Que el creyente aprenda a orar conforme a los principios bíblicos.

5. 1. Qué es orar

Orar es hablar con Dios con palabras sinceras, de acuerdo a las circunstancias que vivimos diariamente.

5. 2. Quién nos enseña a orar

El Espíritu Santo, que debemos pedir al Padre, arrepentidos de nuestros pecados:
“Pues si vosotros siendo malos sabéis dar buenas dádivas (regalos) a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc. 11: 13). “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch. 2: 38). “Y de igual manera el Espíritu (Santo) nos ayuda en nuestra debilidad; pues, qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros, con gemidos indecibles...” (Ro. 8: 26-27).

5. 3. Cómo debemos pedir

A veces pedimos pero no recibimos, por que pedimos mal (Stg. 4: 3). Es necesario pedir de acuerdo a la voluntad de Dios: “Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye” (1ª Jn. 5: 14). Debemos buscar primero su reino y su justicia, esto es, orar por lo que a Dios le agrada (por la expansión del reino de Dios, por la salvación de otros, etc.) y todo lo demás vendrá añadido (Mt. 6: 33). “Recomiendo, ante todo, que se hagan pleglarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, especialmente por los gobernantes y por todas las autoridades, para que tengamos paz y tranquilidad, y llevemos una vida piadosa. Esto es bueno y agradable a Dios nuestro Salvador, pues Él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad (1ª Ti. 2: 1-4. N. V. I.).

5. 4. Resultados de la oración:

Mueve el corazón de Dios (Ex. 2: 23-25; 3: 7-10; 32: 9-14; 1ª S. 1: 1-20; 1ª R. 3: 5-13; 2ª R. 19: 15-20 y 20:1-7; Neh. 1: 1 al 2: 9; Jer. 29: 11-13; Daniel 9: 1-23; Jonás 3; Lc. 1: 5-13; Hch. 4: 24-31; 12: 1-11; Stgo. 5: 13-16; Ap. 5: 8 y 8: 3; etc.
5. 5. Requisitos para que nuestra oración obtenga respuesta favorable:

5. 5. 1. Perdonar y pedir perdón (Mt. 5: 23-24; 6: 12, 14-15; 18: 23-35; Mr. 11: 25-26; 1ª Jn. 1: 8-9).
5. 5. 2. Dar gracias por todo (Fil. 4 : 6; Col. 3: 17; 1ª Tes.  5: 18).
5. 5. 3. Hacer peticiones claras y precisas. Si bien es cierto que nuestro Padre Celestial sabe de qué tenemos necesidad (Mt. 6: 8) y si nos deleitamos en Él, obedeciendo sus mandamientos,  Él concede las peticiones de nuestro corazón (Sal. 37: 4; 112:1), en Lc. l8: 35-43, encontramos un ciego que clamaba y clamaba a Jesucristo, pero no le decía que quería ver. Cuando Jesús le preguntó: ”¿ Qué quieres que te haga?” y el ciego le dijo: “Señor, que reciba la vista”, Jesucristo le contestó: ”Recíbela”. Así, a veces oramos y oramos palabras sin sentido y es obvio que no vamos obtener respuesta. Jesucristo nos dice en Mt. 6: 7: Y orando, no uséis vana repeticiones como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”.
5. 5. 4. Pedir todo en el nombre de Jesucristo (Lc. 10: 17;  Jn. 14: 6;  14: 13-14; 15: 16;  l6: 23-24;  Hch. 4: 12; 16: 18;  Col. 3: 17; 1ª Ti. 2: 5; Fil. 2: 9-10).
5. 5. 5. Creer, pedir con fe que es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (He. 11: 1). Leer también Mt. 21: 21-22; Mr. 11: 22-24; 16:17-18; Jn. 11:40; Hch. 14: 8-10; Ro. 4: 17; 2ª Co. 4: 18;  5: 7; He. 10: 35; 11: 6;  Stg. 1: 6; etc., porque la fe viene por el oír la palabra de Dios (Ro. 10: 17).
5. 5. 6. Humillarnos ante la presencia de Dios (2ª Cr. 7: 14; Mt. 23: 12;  Stg. 4: 10;  1ª P. 5: 6), y someternos incondicionalmente a su voluntad (Is. 55: 8-9; Mt. 6: 10; Ro. 12: 2; 1ª Ti. 2: 1-4; 1ª Jn. 5: 14-15; 1ª P. 2: 15). Dios nos va a prosperar en la medida que prospera nuestra alma (3ª Jn. 1: 2) y Él utiliza nuestra  necesidad para que nosotros nos acerquemos más a Él. (Job 42: 5; Jn. 9: 38). Asimismo si el Señor tiene un propósito en la situación que estamos viviendo, no vamos a recibir la respuesta hasta que dicho propósito se cumpla (Sal. 135: 6; 138: 8; Lm. 3: 37). Es pues necesario esperar el tiempo del Señor (Ec. 3: 1; Sal. 5: 3;  40: 1).

5. 5. 7. Confesar como recibidas las promesas de Dios, si estamos cumpliendo las condiciones que acompañan a cada una de ellas: “Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (He. 10: 36). A fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia, heredan las promesas” (He. 6:12). Ejemplos: Gn. 12: 2-3; Gá. 3: 29; Ex. 15: 26; 19: 5-6; Dt. 11: 13-15; 20: 3-4; Jos. 1: 9; Job 8: 5-7; Sal. 37 y 91; Pr. 3: 1-10; 11: 25; 18: 10; Is. 41: 9-20; Jer. 1: 7-10, 17-19; 15: l9-21; 17: 7-8; Mal. 3: 10-12. Jn. 10: 27-29; 15: 7; 2ª  P.1:3-4, etc..

5. 5. 8. Ser fiel (Sal. 66: 18; 81: 13-16; Jn. 5:14; 15: 7; Stg. 5: 16).

5. 5. 9. Ser constantes en la oración (Sal.  55: 17; Mt. 15: 22-28; Lc. 18: 1-7; Ro. 12: 12; Ef. 6: 18; 1ª Ts. 5: 17; Ap. 5: 8).

5. 5. 10. Alabar y adorar a Dios en toda circunstancia (2ª Cr. 20; Sal. 33: 1-3; 34: 1-3; 47: 1;  48: 1;  66: 1-4;  95: 6;  96: 1-4;  98: 1-6;  100: 1-5;  103: 1-22; 105: 1-6;  107: 1;  136: 1-26;  147, 148, 149, 150;  Hab. 3: 17-19; Hch. 16: 25-26; Col. 3: 16;  He. 13: 15;  Ap. 5: 13;  15: 3-4, etc.).

5. 5. 11. No murmurar contra Dios, ni rebelarse contra Él para no provocar su ira (Nm. 14: 11-12; 27-29; Dt. 11:16-17; Sal. 78: 1-64;  106: 6-43).

5. 5. 12. Confesar lo que anhelamos dando gracias a nuestro Padre Celestial como si ya lo hubiésemos recibido (Jer. 1: 9-10; Mc. 11: 23; Fil. 4: 6).


5. 5. 13. No dudar, porque si dudamos echaremos a perder los milagros que Dios quiere hacer en nuestras vidas (Nm. 14: 11; Mt. 14: 29-31; Stg. 1: 6-7).


El Señor nos dejó en Mateo 6: 9-13, un patrón de oración, no para que lo repitamos como loros, sino para que oremos en esa forma: dirigiendo nuestra oración al Padre y santificando su nombre (Mt. 6: 9; Is. 6:3; Ap. 4:8); pidiendo su guianza y sometiéndonos a su voluntad (Mt. 6: 10); pidiendo su provisión (Mt. 6: 11); perdonando y pidiendo perdón (Mt. 6: 12); solicitando su ayuda y protección alabándolo y reconociendo su gloria (Mt. 6: 13; 1ª Cr. 29: 10-13).


El devocional diario consiste en establecer nuestra comunicación con Dios, a través de la lectura de su palabra y la oración sincera que salga de nuestro corazón, habiendo pedido al Padre que nos guíe con el Espíritu Santo. El diálogo se establece así: Dios nos habla a través de su palabra y nosotros le hablamos a través de la oración. Ahora bien, si solamente oramos pero no leemos su palabra, estamos hablándole pero no lo escuchamos. Si en cambio leemos solamente su palabra pero no oramos, lo estamos escuchando pero no le hablamos. Es necesario por tanto hacer las dos cosas, analizando además el texto leído, para poderlo llevar a la práctica.


NOTA: Las oraciones que se encuentran en las diferentes lecciones de este manual, no son para aprenderlas de memoria, ni volverlas vanas repeticiones (Mt. 6: 7) sino para que los nuevos creyentes en Cristo, aprendan a apropiarse de las promesas divinas y a orar con base en la palabra de Dios.




EVALUACIÓN

1.    Defina qué es orar:


2.    Explique qué es fe:


3.    Enumere las pautas que hacen eficaz nuestra oración:








4. ¿Cuáles beneficios cree usted que recibimos a través del devocional?




















5. Con base en la concordancia diga cuántas formas de orar enseñó Jesucristo y ubique las diferentes oraciones que Él hizo.

sábado, 20 de septiembre de 2014

EL NUEVO NACIMIENTO

LECCIÓN 4

 

“Yo que hago dar a luz, ¿no haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento? dice tu Dios”(Is.66: 9).

OBJETIVOS:

Poder discernir y entender el significado de “nacer de nuevo”

4. 1. Qué es el nuevo nacimiento

“El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn.3: 3).

Esta afirmación significa que como creyentes en Cristo, debemos morir al pecado (Ro. 6:11) y nacer a una vida de obediencia a la palabra de Dios (Jn. 14: 12, 23; 15: 14, 1ª Jn. 2: 3-6; etc.). Cuando recibimos a Cristo, recibimos la potestad de  “ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1: 12), esto es, recibimos la potestad para “nacer de nuevo”. ¿Y cómo podemos nacer de nuevo? Cuando morimos al pecado y a nuestro propio “yo” y rendimos nuestras vidas al señorío de Cristo, en oración sincera y tomando la firme decisión de cambiar los patrones de conducta que regían nuestra vida, pero que nos estaban separando de Dios. “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí” (Gá. 2: 20). “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3: 1-3). Si lo hemos proclamado como nuestro Señor, debemos tener muy claro que “Señor” es el que manda, el que da las órdenes, y por tanto, debemos vivir para obedecerlo, permitiendo que Él gobierne nuestra vida a través de su palabra (Sal. 119: 9, l05; Jn. 14: 15 y 15: 3) y del Espíritu Santo (Ro. 8: 14), que recibimos cuando se lo pedimos, arrepentidos de nuestros pecados (Lc. 11: 13; Hch. 2: 38).

Arrepentirse, es sencillamente, dejar de hacer aquello que no le agrada a Dios y que nos está prohibido en su palabra:”En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo, porque somos miembros los unos de otros. Airaos pero no pequéis, no se ponga el sol sobre vuestro enojo ni deis lugar al diablo. El que hurtaba no hurte más, sino trabaje haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los creyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Pero fornicación y toda inmundicia o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien, acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz. Porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad, comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien rependedlas; porque vergonzoso es aún hablar de lo que ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate tú que duermes, levántate de entre los muertos y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo porque los días son malos. Por tanto no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos del Espíritu Santo, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. (Ef. 4: 22 - 5: 20). “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con Él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte ya no se enseñoreará más de Él... así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios, en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias, ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia...¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para la justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia. Hablo como humano por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia. Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia. ¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte. Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva (regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Ro. 6: 6-23). Leer también: Gá. 5: 13-26; 6: 1-10; Ef. 5: 21 - 6: 18; Col. 3: 5 - 4: 6; 1ª P. 1: 13-25; 2: 1-25; 3: 1-22;  4: 1-19; 5: 1-11; 2ª P. 1: 3-11, etc.

Es necesario que entreguemos en oración al Señor todas las áreas de nuestra vida, especialmente aquellas en que más estamos fallando, para que Cristo nos ayude a cambiar, porque sin Él “nada podemos hacer” (Jn. 15: 5). En 1ª Jn. 5: 18, dice el apóstol Juan que “todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios (esto es, Jesucristo) le guarda y el maligno no le toca”. Si rendimos nuestra voluntad a Cristo, y dependemos de Él en todo, Él nos guarda para que no vivamos en la práctica del pecado en que antes vivíamos y nos da ese “nuevo nacimiento” por el poder del Espíritu Santo: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tit. 3: 3-7). Esa regeneración incluirá un proceso de refinamiento, como la caña de azúcar tiene que pasar por el trapiche y por el fuego hirviente para poder llegar ser el delicioso y apetecido arequipe, o como el grano de café debe ser pasado por las diferentes máquinas que le van quitando las capas que cubren la pulpa y luego debe ser lavado, seleccionado, trillado, y tostado por el fuego, y finalmente molido, pasado por el agua hirviente y colado, para llegar a ser esa deliciosa bebida apetecida mundialmente, esto es, el famoso café tipo exportación.. Y sólo si vamos limpiando lo precioso y desechando lo vil que hay en nuestras vidas, podremos obtener las promesas que el Señor nos da en su palabra (Jer. 15: 19-21). Para poder ser portadores de la gloria de Dios debemos permitir que Él nos procese haciéndonos morir a nuestro propio yo, para luego experimentar ese delicioso nuevo nacimiento. Cuando llegamos a Cristo traemos nuestras vestiduras rotas y sucias, malolientes y asquerosas. Por eso el apóstol Pablo nos dice que nos despojemos del viejo hombre y nos vistamos del nuevo (Ef. 4: 22-24). El nacer de nuevo significa despojarnos de todo lo que desagrada a Dios y empezar a ceñirnos a lo que Él nos enseña en su palabra. Así como no se nos ocurriría buscar en la caneca de la basura para volvernos a poner aquella ropa vieja, rota y sucia que nos quitamos y desechamos por ser ya inservible, así tampoco debemos retroceder para seguir en la vieja vida de vicio y de pecado en que andábamos antes de reconocer a Cristo como nuestro Señor. Es pues, necesario permitir que Él nos moldee como el alfarero le da forma a la vasija que está haciendo (Is. 45: 9-12; 64: 8; Jer. 18. 1-6; Ro. 9: 20).

Y es importante saber esperar el proceso de acabado que Dios ha de hacer en nosotros; cuando se comienza a trabajar en un tejido, todo parece un manojo de hilos enredados; pero cuando el tejido queda terminado, entonces podemos ver una obra maestra, propia de un artista. Asimismo habrá momentos en que no entendamos nada de lo que está ocurriendo en nuestra vida y nos sentiremos atrapados en un callejón sin salida. Pero Dios sabe perfectamente lo que está haciendo en nosotros, si le hemos entregado cada circunstancia de nuestra vida y siempre veremos su gloria, nueva cada día: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a sus propósitos son llamados” (Ro. 8: 28). Según el ministerio (misión) que el Señor nos tenga, tendremos que ser capacitados para servirle en el área que Él nos vaya a utilizar.

Desde luego que como humanos, todos los días fallaremos y tendremos que pedirle perdón al Señor para mantenernos limpios de todo pecado (Mt. 6: 12; Lc. 18: 9-14) “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él (Jesucristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1ª Jn. 1: 8-9). El mismo apóstol Pablo siendo un hombre lleno del Espíritu Santo, confesaba algo que nos ilustra la batalla que tiene que librar el creyente: “Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago...” (Ro. 7: 15-25). Es un proceso de esfuerzo en el que tendremos que clamar al Señor cada día para que perfeccione su obra en nosotros: “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1: 6). “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4: 15-16). “Pues en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados(He. 2: 18). Por eso es que el mismo Jesucristo nos enseñó a orar pidiendo al Padre Celestial, que no nos deje caer en tentación (Mt. 6: 13). Él no dará nuestro pie al resbaladero ni se dormirá mientras nos guarda (Sal. 121: 3).

Ahora bien, es importante que analicemos Romanos 1: 18 al 31: “Pues Dios muestra su ira castigando desde el cielo a toda la gente mala e injusta que con su injusticia mantiene prisionera la verdad...En lugar de la verdad de Dios, han buscado la mentira, y han honrado y adorado las cosas creadas por Dios y no a Dios mismo que las creó  y que merece alabanza por siempre. Amén. Por eso Dios los ha abandonado a pasiones vergonzosas...” (Nuevo Testamento Versión Popular Católica).  Vemos aquí que toda idolatría (poner el corazón en alguien o en algo antes que en Dios) así como alterar la doctrina de Dios cambiando la verdad contenida en los mandatos divinos por las mentiras de las creencias humanas, trae la ira de Dios sobre nosotros quien nos abandona a la esclavitud del pecado incontrolado. Debemos, pues, autoexaminarnos en qué forma de idolatría hemos caído y reconocerlo ante Dios (1ª Jn. 1: 9) para que Jesucristo nos limpie y nos dé de su poder sobre la tentación y el pecado (Jn. 15: 4-5). Una oración guía puede ser: Amado Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo Jesucristo, yo reconozco que he puesto mi corazón en personas, criaturas, creencias y cosas creadas, antes que en ti y tus mandatos. Yo te pido perdón por todo eso y renuncio a seguir relegándote a un segundo lugar en mi corazón. Pido que el poder de Aquel que venció al pecado, esto es, tu Hijo amado Jesús, venga en mi ayuda contra la tentación y me ayude a nacer de nuevo para obedecerte y servirte. Renuncio a todo pensamiento que no te glorifique, Padre Amado, amén y amén.

Ahora bien, la tentación siempre vendrá. Recordemos que el propio Jesús fue llevado por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado (Mt. 4: 1-4). El mismo Padre Celestial permitió que su Hijo fuera tentado para que quedara manifiesta la obediencia y la fidelidad de nuestro Redentor. Por eso el apóstol Santiago afirma: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stgo. 1: 12). Y la Escritura también dice: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (He. 12: 4). Es, pues, necesario que nosotros pongamos todo nuestro empeño en mejorar cada día. Él se complacerá en la disposición de nuestro corazón y el anhelo que tenemos de agradarle (Sal. 147: 10-11; Col. 1: 10; 1ª Tes. 4:1): . “Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él” (1ª Jn. 3 22); y no nos dejará ser tentados más de lo que podamos resistir (1ª Co. 10: 13). Pero si alguno hubiere pecado, “abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1ª Jn. 2: 1). “Si confesamos nuestros pecados, Él (Jesucristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad” (1ª Jn. 1: 9).

Como podemos ver es un parto prolongado y doloroso, una batalla en la que tendremos que reconocer como el apóstol Pablo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto... pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3: 12-14).

También es importante no dejar que la culpa nos haga retroceder y alejarnos de nuestro Padre Celestial. Cuando hemos sido vencidos por la tentación, a veces nos sentimos tan mal que llegamos a pensar que ya no tenemos  perdón de Dios.
Pero si vamos a Lucas en el capítulo 15 podemos comprender que el amor de nuestro Creador es ilimitado y que sus brazos amorosos siempre están extendidos hacia nosotros esperando que vayamos hacia él a reconocer nuestros pecados y aceptar su perdón.



EVALUACIÓN


Escribir al frente Falso o Verdadero según el caso y explique por qué:

1.    Nacer de nuevo significa morir al pecado y comenzar una nueva vida de sometimiento a la voluntad de Dios.


2.    Cuando recibimos a Cristo, nunca más volvemos a pecar porque nos volvemos perfectos como el apóstol Pablo.


3.    El “nuevo nacimiento” es un proceso y es una batalla en la que tendremos que clamar a Cristo para que nos ayude cada día a ser mejores.


4.    Arrepentimiento es igual que “nuevo nacimiento”.


5.    Jesucristo nos entiende porque Él nunca fue tentado


6.    Con base en la concordancia, haga un estudio acerca del arrepentimiento.





7.    Investigue el procesamiento total efectuado en una mata de caña de azúcar para que pueda llegar a convertirse en los diferentes productos industrializados que consumimos en el mercado. De igual manera, hágalo con la mata de café.


8.    Haga un estudio, paso a paso de las diferentes etapas de un parto normal, un parto con cesárea y un aborto, y compárelo con el presente tema.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

LA SALVACIÓN

LECCIÓN 3

“Y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).
OBJETIVOS:

Saber su significado y conocer la fuente de nuestra salvación.

3. 1. Qué es
Es poder ingresar en la presencia del Padre por la sangre de Cristo (Jn. 14: 6; Ef. 2: 4-6;  He. 10: 19-20) y tener acceso a su conocimiento (Jn. 17: 3). Es la vida eterna que no es otra cosa que permanecer en la presencia de Dios (Ef. 2: 1 y 6).

3. 2. Es sólo por la fe en Cristo

Jesucristo dijo: ”Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn l4:6).

Solamente por Jesucristo podemos llegar al Padre, porque sólo Jesucristo nos pudo redimir con el precio de su sangre derramada en la cruz (Ap. 1: 5 y 5: 9).

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3: 16).

Ni siquiera el Padre nos podía salvar porque el pecado había separado al hombre de Dios ( Is. 59: 2); por eso Él nos envió a su Hijo quien fue el único hombre que pudo vencer al pecado porque, aunque fue tentado en todo, nunca pecó, (Mt. 4: 1-11; 2ª Co. 5: 21; He. 4: 15).

El Espíritu Santo tampoco nos puede limpiar de nuestros pecados. Solamente nos da su fruto (Gá. 5: 22-23) y sus dones (Ro. 12: 6-8; 1ª Co. 12: 7-11) a través de los cuales nos brinda su poder (Hch. 1: 8) su guianza y su revelación (Jn. 16: 13; Ro. 8: 14, 26-27).

El perdón de pecados es única y exclusivamente por nuestra fe en Cristo (Hch. 26: 15-18; Ef. 2: 8-9). Esto es necesario tenerlo muy claro. Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, Él los lanzó de su presencia (Gn. 3) y desde entonces, el pecado hizo separación entre Dios y el hombre (Is. 59: 2). Solamente hasta que Cristo viene a hacerse hombre y a morir por nosotros, el hombre puede regresar al “Lugar santísimo”, esto es, a la presencia de Dios, por la sangre de Jesucristo (Mt. 27: 50-51; He. 9: 11-15; 10: l9-20), que nos limpia de todo pecado (Ef. 1: 7; Ap. 1: 5). Cristo  cuando resucitó, nos dio la victoria sobre la muerte física, la muerte espiritual y la muerte eterna: “ Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11: 25). “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6: 23); “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1ª Co. 15: 55-57); “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados...pero Dios que es rico en misericordia por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos) y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef. 2: 1-6). “...Dios quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2ª Ti. 1: 8-10). “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte...(Ap .21: 4)

Antes del sacrificio de Cristo, Dios no se había manifestado abiertamente en bendición plena, pues el hombre por haber pecado, no tenía libertad para entrar en su presencia. En el Antiguo Testamento Dios había ordenado que un velo aislara el lugar santísimo donde él moraba, y el hombre que entrara en ese lugar, moría por ser pecador (Ex. 26: 31-33; Lv. 16: 2;  2ª Cr. 3: 1 y 14). Cuando Cristo murió, el velo del templo se rasgó de arriba abajo (Mt. 27: 51; Mc. 15: 37-38) quitando la separación que el pecado había hecho entre Dios y el hombre, y permitiendo que la plena gracia de Dios pudiera venir a nosotros (Heb. 6: 17-20;  9: 8-15;  10: 19-20) cuando reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador (Jn. 1: 17; Ro. 10: 9; 2ª Co. 3: 14-16).

En términos matemáticos podríamos ilustrar que entre un conjunto llamado “hombre” y un conjunto llamado “Dios” la intersección perfecta la hace un conjunto llamado “Jesucristo” pues sólo Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre (Ver la lección “Conociendo más a nuestro Dios”).

Ahora sí podemos entender por qué Jesucristo afirma tan contundentemente “...nadie viene al Padre, sino por mí”. Por eso el apóstol Pedro hablando de Jesucristo nos confirma que en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4: 12) y el apóstol Pablo complementa diciendo que “hay un sólo Dios y un sólo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre“  (1ª Ti. 2: 5)

Y Jesucristo nos da una promesa: ”He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo”  (Ap. 3: 20). Es la cena de su presencia en nuestros corazones (Ef. 3: 17), controlando nuestra vida; es el perdón de pecados (Col. 1: 12-14); es el Espíritu Santo que viene con Cristo; es una nueva vida, la vida eterna (Jn. 10: 27-28) y abundante (Jn. 10: 10) que Él nos promete; es la potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn. 1: 12-13). Él nos hace nuevas criaturas (2ª Co. 5: 17) y su promesa de salvación se extiende a toda nuestra casa (Hch. 16: 31) pues por medio del Espíritu Santo conduce a nuestros familiares a la reconciliación con Dios, para que también ellos sean salvos (Jn. 16: 8).

Y junto con nuestros pecados, Cristo también llevó nuestras enfermedades y nuestros dolores (Is. 54: 4-6; 1ª P.2: 24) y anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, esto es, las maldiciones producto de nuestros pecados, crucificándola en la cruz (Gá. 3: 13; Col. 2: 13-15).

Sólo que para alcanzar todas sus bendiciones debemos aceptar a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Analicemos Lucas 23: 41-43. El malhechor que fue salvo, sólo tuvo que hacer dos cosas:

1.      Confesó  sus pecados cuando dijo: “Nosotros a la verdad justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lc. 23: 41). En 1ª  Jn. 1: 9 dice queSi confesamos nuestros pecados, Él (Jesucristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”.

2.    Reconoció que aquel hombre que estaba muriendo en la cruz era el Hijo de Dios que lo podía salvar. porque le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.

Y recibió la más extraordinaria de las respuestas: “De cierto te digo que HOY estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23: 43).

Trasladémonos ahora al libro de los Hechos, capítulo 10, y analicemos un poco la historia de Cornelio, el centurión. Era un “bienhechor” de obras, “piadoso y temeroso de Dios...que hacía muchas limosnas y oraba a Dios siempre” (Hch. 10: l-2). Pero a pesar de todo esto no era salvo. ¿Qué le faltaba? Reconocer a Cristo como su Salvador (Hch. 10: 36-43; Ro. 1: 17). Entonces vemos que tanto el bienhechor de obras como el malhechor, necesitan por igual reconocer a Cristo como Señor y Salvador para ser salvos. ¿Por qué?. ”¿Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3: 23-24). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2: 8-9) “Porque...todos nosotros somos como suciedad y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia” (Is. 64: 6). y porque “cualquiera que guardare la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable” (Stgo 2: 10). Porque aún cualquiera que le diga fatuo (a su hermano) quedará expuesto al infierno de fuego (Mt 5: 22). Como ya lo habíamos visto, no existe pecado chico ni grande sino que toda desobediencia a Dios, nos separa de su presencia y nos lleva a condenación, y somos justificados sólo por nuestra fe en Cristo (Gá. 2: 16).

Ahora bien, somos salvos con sólo confesar nuestros pecados, creyendo que Jesucristo es el Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados y resucitó de entre los muertos, reconociéndolo como nuestro Señor (Ro. 10: 9), pidiendo su clemencia como lo hizo el malhechor, antes de morir. Pero si dicho malhechor hubiera seguido vivo, habría tenido que “nacer de nuevo” (Jn 3: 3), o sea, rendir su vida en obediencia a Cristo, para permanecer en su presencia (Jn 15: 4-6) y el obedecer a Cristo incluye hacer buenas obras (Jn. l4: 12; Ef. 2: 9-10). Luego, las buenas  obras sin creer en Cristo no nos pueden salvar, pero la fe en Cristo sin hacer buenas obras, es muerta (Mt. 25: 34-46; Hch. 10: 4 y 11:14; Ro. 2: 6-8; Stgo. 2: l4-26); porque  las buenas obras son el fruto de nuestro amor por Cristo y de nuestro arrepentimiento; porque la fe obra por el amor y Jesucristo dijo “El que cree en mí las obras que yo hago él las hará también” (Jn. 14: 12), y “...en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25: 4).

Y antes de escribir una oración guía para dar el primer paso hacia la salvación (reconocer a Cristo como Señor y Salvador), leamos: “Por tanto  os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está que está en los cielos, os perdone a vosotros vuestras ofensas”. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará  también a vosotros vuestro Padre Celestial (Mr. 11:24-25); “Mas si no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Mt 6: 15).

Creer y perdonar. He aquí los requisitos que nos manda el Señor Jesús para que nuestra oración sea recibida. Ahora sí una oración guía para invitar a Jesucristo al corazón y reconocerlo como Señor y Salvador:

Señor Jesucristo, yo creo que tú eres el Hijo de Dios; que te hiciste hombre por mí, moriste en una cruz por mis pecados, pero resucitaste de entre los muertos por el poder de Dios Padre, para darme la vida eterna. Te abro la puerta de mi corazón y la puerta de mi casa. Entra Señor y toma control de mi vida. Lávame con tu sangre, inúndame con el Espíritu Santo y haz de mí lo que tú quieras. Yo te reconozco como mi Señor y mi Salvador; como mi sanador y mi restaurador. Dame tu amor y ayúdame a perdonar. Ahora yo decido perdonar a todos los que me han hecho daño. Los perdono de corazón y reconozco que he pecado de muchas maneras, pero confieso y creo que tu preciosa sangre me limpia completamente de todos mis pecados. Yo acepto tu sacrificio, Señor. Te entrego mi mente y recibo tu mente; te entrego mi voluntad para que sea tu voluntad la gobierne mi vida. Te consagro mi vida para que me hagas agradable a ti, Señor, desde ahora y para siempre. En tu nombre santo, Señor Jesucristo,  amén y amén.

Si hiciste esta oración, de corazón, sentirás que Cristo ha entrado en tu vida. ¡Felicitaciones! Dios te ha adoptado como su hijo:”Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su hijo, el cual clama ¡Abba Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Jesucristo” (Gá. 4: 4-7). Ahora has pasado a ser una nueva persona: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª Co. 5: 17). Cristo ha borrado todos tus pecados con su sangre redentora (Ap. 1: 5), el Padre Celestial los ha sepultado en lo profundo del mar (Mi. 7: 18-19) y nunca más se acordará de ellos (Is. 38: 17; 43: 25). ìGracias, Señor, por tu misericordia y tu gracia, amén y amén!


3. 3. Nuestra identidad como creyentes en Cristo.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1: 3)

Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador y decidimos rendirle nuestra vida, salimos inmediatamente del reino de tinieblas y entramos en el reino de la luz (Jn. 8: 12; Col. 1: 12-13; 1ª P. 2: 9) y automáticamente pasamos de muerte a vida (Ef .2: 1, 5;  Col. 2: 13).

Esto implica que hemos pasado a ser:

v  Linaje de Abraham por nuestra fe en Cristo y, por tanto, herederos de las promesas que dio Dios a Abraham y a su descendencia: “Bendeciré a los que te bendijeren y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12: 3; 28: 14; Gá. 3: 8-9).  “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gá. 3 : 29).
v  Bendecidos por Dios  (Is. 64: 4; 1ª Co. 2: 9) y bendición de Dios para otros (Gn. 12: 2; 39: 5).
v  Especial tesoro para el Señor (Ex. 19: 5).
v  De gran estima a los ojos de Dios (Is. 43: 4).
v  La niña de los ojos de Dios (Zac. 2: 8).
v  Amados de Dios (Jn. 3: 16; 15: 13;  1ª Jn. 3: 1).
v  Voceros de Dios (Jer. 1: 9; 15: 19).
v  Nuevas criaturas (2ª Co. 5: 17) o sea, niños sujetos a crianza (1ª P. 2: 2).
v  Hijos de Dios (Jn. 1: 12; Gá. 3: 26 y 4: 5-7).
v  Reconciliados con Dios (Col. 1: 19-23).
v  Linaje (familia) de Dios (Hch. 17: 29; Ef. 2: 19).
v  Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios (Ex. 19: 5-6; Dt. 7: 6; Ro. 9: 25-26; Tito 2: 14; 1 ª P. 2: 9-10; Ap. 5: 10).
v  Elegidos de Jesucristo (Jn. 15: 16; 1ª Co. 1: 26-30).
v  Justificados por el sacrificio de Jesucristo que borró nuestros pecados (Ro. 3: 24; 4: 24-25;  1ª Co. 1: 30; 2ª Co. 5: 21, Tito 3: 7; 1ª P. 2: 24).
v  Redimidos (rescatados, comprados) por la sangre de Cristo (Gá. 4: 4-5; Col. 1: 14; Tit. 2: 14; Ap. 5: 9).
v  Santificados (purificados) por Jesucristo (He.10: 10-14; Tito 3: 3-6) y llamados a ser santos (1ª Co. 1: 2;  Ef. 1: 4; 1ª P. 1: 2 y 15-16).
v  Herederos de la salvación, servidos por los ángeles (He. 1: 14).
v  Ovejas del buen pastor que dio su vida por nosotros (Jn. 10: 11, 14) para darnos vida eterna y de cuyas manos nadie nos podrá arrebatar (Jn. 10: 27-28).
v  La buena semilla (Mt. 13: 38).
v  El cuerpo de Cristo (1ª Co. 10: 17; 12: 27; Ef. 1:22-23; 5: 23, 30; Col. 1:18).
v  Discípulos de Cristo (Jn. 13: 35).
v  Soldados de Jesucristo (Sal. 18: 34 y 144: 1; 2ª Ti. 2: 3).
v  Llamados para ser enviados por Jesucristo (Mt. 28: 19-20; Mr. 16: 15).
v  Guiados por el Espíritu de Dios (Ro. 8: 14).
v  Guardados por Jesucristo (1ª Jn. 5: 18).
v  Amigos de Jesucristo (Jn. 15: 14-15).
v  Hermanos de Jesucristo (Mr. 3: 35).
v  Ungidos (llenos del Espíritu Santo) por Jesucristo (1ª Jn. 2: 27).
v  Escogidos de Dios (Ro. 8: 33; Ef. 1: 4).
v  Ciudadanos del cielo (Lc. 10: 20; Fil. 3: 20).
v  El templo del Dios viviente (1ª  Co. 3:16; 2ª Co. 6: 16; Ef. 2: 21-22) y por tanto el lugar santísimo donde Cristo ha de permanecer para siempre (Mt. 28: 20).
v  La esposa del Cordero (Ap. 19: 7; 21: 9) y el Cordero es Jesucristo (Jn. 1: 29).
v  Piedras vivas de la casa espiritual, cuya piedra principal  es Jesucristo (Hch. 4: 11; Ef. 2: 20; 1ª. P. 2: 5-6).
v  La iglesia de Jesucristo (Ef. 5: 22-30).
v  Santos, en el sentido de ser apartados, consagrados, elegidos, separados para Dios (Lv. 20: 26; 1ª P. 1: 2).
v  Muertos al pecado pero vivos para Dios (Ro. 6:11; Col. 3:3).
v  Labranza de Dios (1ª Co. 3:9) y nuestro labrador es el Padre Celestial (Jn. 15:1).
v  Edificio de Dios (1ª Co. 3: 9).
v  Colaboradores de Dios (1ª Co. 3: 9).
v  Servidores de Dios y administradores de sus misterios (Ro. 6: 22; 1ª Co. 4:1).
v  Pacificadores (Mt. 5: 9).
v  Creados para buenas obras (Ef. 2:10).
v  Hacedores de la palabra de Dios (Stg. 1:22).
v  Cartas leídas (2ª Co. 3: 2-3).
v  La sal de la tierra (Mt. 5: 13), llamados a dar sabor a la insipidez de los que no tienen a Cristo (Col. 4: 6) y a destruir la contaminación de su amargura (Mr. 9: 50;  He. 12: 15) y a producir sed de Cristo con nuestro testimonio (Jn. 4: 39-40; 1ª P. 2: 11-12)).
v  La luz del mundo (Mt. 5: 14) que debe borrar las tinieblas de los que no conocen a Dios (Mt. 5: 16; Hch. 13: 47; Fil. 2: 15).
v  Modificadores del mundo (Hch. 17: 10).
v  Espectáculo al mundo, a los ángeles  y a los hombres (1ª Co. 4: 9)
v  Dadores alegres (2ª Co. 9: 7).
v  Llamados a ser guerreros de oración (Ef. 6: 18; Fil. 4: 6; 1ª Tes. 5:17).
v  Olor grato para Dios (2ª Co. 2: 15; Ap. 5: 8).
v  Como el viento que va de un lugar a otro (Jn. 3: 8) esparciendo la semilla de la palabra de Dios (Mc. 4: 26-27; Lc. 8: 11).
v  Plantío del Señor (1ª Co. 3: 6-7), ramas cuyo tronco es Jesús (Jn. 15:5) quien nos diseñó para resistir tormentas (Mt 7:24-25).
v  Más que vencedores (Ro. 8: 37; 2ª Co. 2: 14).
v  Etc.



 EVALUACIÓN


Complete las siguientes oraciones:
1.      El perdón de pecados es única y exclusivamente por: _________________________ ______________________________________________________________________

2. Los dos requisitos que cumplió el malhechor para ser salvo, fueron:

 a___________________________________________________________________
b___________________________________________________________________

2.      Las ____________buenas solas no nos pueden salvar si no creemos en Cristo, pero la ____sin obras es muerta.

3.      De acuerdo a Mr. 11:24-26, los dos requisitos que debemos llenar para que nuestra oración sea efectiva, son: a:_______________;  b:_________________________.


4.      Utilice su concordancia para investigar qué dice la Biblia acerca de la salvación:


6. Coloree y trate de memorizar los textos escudriñados en el presente tema.