LECCIÓN 3
“Y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará
a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).
OBJETIVOS:
Saber su significado y
conocer la fuente de nuestra salvación.
3. 1. Qué es
Es
poder ingresar en la presencia del Padre por la sangre de Cristo (Jn. 14: 6;
Ef. 2: 4-6; He. 10: 19-20) y tener
acceso a su conocimiento (Jn. 17: 3). Es la vida eterna que no es otra cosa que
permanecer en la presencia de Dios (Ef. 2: 1 y 6).
3. 2. Es sólo por la fe en
Cristo
Jesucristo dijo: ”Yo
soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn l4:6).
Solamente por Jesucristo podemos llegar al Padre, porque sólo
Jesucristo nos pudo redimir con el precio de su sangre derramada en la cruz
(Ap. 1: 5 y 5: 9).
“Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3: 16).
Ni siquiera el Padre nos podía salvar porque el pecado había
separado al hombre de Dios ( Is. 59: 2); por eso Él nos envió a su Hijo quien
fue el único hombre que pudo vencer al pecado porque, aunque fue tentado en
todo, nunca pecó, (Mt. 4: 1-11; 2ª Co. 5: 21; He. 4: 15).
El Espíritu Santo tampoco nos puede limpiar de nuestros pecados.
Solamente nos da su fruto (Gá. 5: 22-23) y sus dones (Ro. 12: 6-8; 1ª Co. 12:
7-11) a través de los cuales nos brinda su poder (Hch. 1: 8) su guianza y su
revelación (Jn. 16: 13; Ro. 8: 14, 26-27).
El perdón de pecados es única y exclusivamente por nuestra fe en
Cristo (Hch. 26: 15-18; Ef. 2: 8-9). Esto es necesario tenerlo muy claro.
Cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, Él los lanzó de su presencia (Gn. 3) y
desde entonces, el pecado hizo separación entre Dios y el hombre (Is. 59: 2).
Solamente hasta que Cristo viene a hacerse hombre y a morir por nosotros, el
hombre puede regresar al “Lugar santísimo”, esto es, a la presencia de Dios,
por la sangre de Jesucristo (Mt. 27: 50-51; He. 9: 11-15; 10: l9-20), que nos
limpia de todo pecado (Ef. 1: 7; Ap. 1: 5). Cristo cuando resucitó, nos dio la victoria sobre la
muerte física, la muerte espiritual y la muerte eterna: “ Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la
Vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn.
11: 25). “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es
vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6: 23); “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro tu victoria?
Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas
gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo" (1ª Co. 15: 55-57); “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros
delitos y pecados...pero Dios que es rico en misericordia por su gran amor con
que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente
con Cristo (por gracia sois salvos) y juntamente con Él nos resucitó, y
asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Ef.
2: 1-6). “...Dios quien nos salvó y
llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el
propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los
tiempos de los siglos, pero ahora ha sido manifestada por la aparición de
nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio” (2ª Ti. 1: 8-10). “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte...(Ap .21: 4)
Antes del sacrificio de Cristo, Dios no se había manifestado
abiertamente en bendición plena, pues el hombre por haber pecado, no tenía
libertad para entrar en su presencia. En el Antiguo Testamento Dios había
ordenado que un velo aislara el lugar santísimo donde él moraba, y el hombre
que entrara en ese lugar, moría por ser pecador (Ex. 26: 31-33; Lv. 16: 2; 2ª Cr. 3: 1 y 14). Cuando Cristo murió, el
velo del templo se rasgó de arriba abajo (Mt. 27: 51; Mc. 15: 37-38) quitando
la separación que el pecado había hecho entre Dios y el hombre, y permitiendo
que la plena gracia de Dios pudiera venir a nosotros (Heb. 6: 17-20; 9: 8-15;
10: 19-20) cuando reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador
(Jn. 1: 17; Ro. 10: 9; 2ª Co. 3: 14-16).
En términos matemáticos podríamos ilustrar que entre un conjunto
llamado “hombre” y un conjunto llamado “Dios” la intersección perfecta la hace
un conjunto llamado “Jesucristo” pues sólo Jesucristo es verdadero Dios y
verdadero hombre (Ver la lección “Conociendo más a nuestro Dios”).
Ahora sí podemos entender por qué Jesucristo afirma tan
contundentemente “...nadie
viene al Padre, sino por mí”. Por eso el apóstol Pedro hablando de
Jesucristo nos confirma que “en ningún
otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4: 12) y el apóstol
Pablo complementa diciendo que “hay
un sólo Dios y un sólo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre“ (1ª Ti. 2: 5)
Y Jesucristo nos da una promesa: ”He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre
la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo” (Ap. 3: 20). Es la cena de su presencia en
nuestros corazones (Ef. 3: 17), controlando nuestra vida; es el perdón de
pecados (Col. 1: 12-14); es el Espíritu Santo que viene con Cristo; es una
nueva vida, la vida eterna (Jn. 10: 27-28) y abundante (Jn. 10: 10) que Él nos
promete; es la potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn. 1: 12-13). Él nos hace
nuevas criaturas (2ª Co. 5: 17) y su promesa de salvación se extiende a toda
nuestra casa (Hch. 16: 31) pues por medio del Espíritu Santo conduce a nuestros
familiares a la reconciliación con Dios, para que también ellos sean salvos
(Jn. 16: 8).
Y junto con nuestros pecados, Cristo también llevó nuestras
enfermedades y nuestros dolores (Is. 54: 4-6; 1ª P.2: 24) y anuló el acta de
los decretos que había contra nosotros, esto es, las maldiciones producto de
nuestros pecados, crucificándola en la cruz (Gá. 3: 13; Col. 2: 13-15).
Sólo que para alcanzar todas sus bendiciones debemos aceptar a
Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Analicemos Lucas 23: 41-43. El
malhechor que fue salvo, sólo tuvo que hacer dos cosas:
1.
Confesó sus pecados
cuando dijo: “Nosotros a la verdad justamente
padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos” (Lc. 23: 41). En
1ª Jn. 1: 9 dice que “Si confesamos nuestros pecados, Él (Jesucristo) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos
de toda maldad”.
2.
Reconoció que aquel hombre que estaba muriendo
en la cruz era el Hijo de Dios que lo podía salvar. porque le dijo: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.
Y
recibió la más extraordinaria de las respuestas: “De cierto te digo que HOY estarás conmigo en el paraíso” (Lc.
23: 43).
Trasladémonos ahora al libro de los Hechos, capítulo 10, y
analicemos un poco la historia de Cornelio, el centurión. Era un “bienhechor”
de obras, “piadoso y temeroso de
Dios...que hacía muchas limosnas y oraba a Dios siempre” (Hch.
10: l-2). Pero a pesar de todo esto no era salvo. ¿Qué le faltaba? Reconocer a
Cristo como su Salvador (Hch. 10: 36-43; Ro. 1: 17). Entonces vemos que tanto
el bienhechor de obras como el malhechor,
necesitan por igual reconocer a Cristo como Señor y Salvador para ser salvos.
¿Por qué?. ”¿Por cuanto todos pecaron
y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por
su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro.
3: 23-24). “Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por
obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2: 8-9) “Porque...todos nosotros somos como suciedad y todas nuestras
justicias como trapos de inmundicia” (Is. 64: 6). y porque “cualquiera que guardare la ley, pero ofendiere
en un punto, se hace culpable” (Stgo 2: 10). Porque aún “cualquiera que le diga fatuo (a su
hermano) quedará expuesto al
infierno de fuego” (Mt
5: 22). Como ya lo habíamos visto, no existe pecado chico ni grande sino que
toda desobediencia a Dios, nos separa de su presencia y nos lleva a
condenación, y somos justificados sólo por nuestra fe en Cristo (Gá. 2: 16).
Ahora bien, somos salvos con sólo confesar nuestros pecados,
creyendo que Jesucristo es el Hijo de Dios, que murió por nuestros pecados y
resucitó de entre los muertos, reconociéndolo como nuestro Señor (Ro. 10: 9),
pidiendo su clemencia como lo hizo el malhechor, antes de morir. Pero si dicho
malhechor hubiera seguido vivo, habría tenido que “nacer de nuevo” (Jn 3: 3), o sea, rendir su vida en obediencia
a Cristo, para permanecer en su presencia (Jn 15: 4-6) y el obedecer a Cristo
incluye hacer buenas obras (Jn. l4: 12; Ef. 2: 9-10). Luego, las buenas obras sin creer en Cristo no nos pueden
salvar, pero la fe en Cristo sin hacer buenas obras, es muerta (Mt. 25: 34-46;
Hch. 10: 4 y 11:14; Ro. 2: 6-8; Stgo. 2: l4-26); porque las buenas obras son el fruto de nuestro amor
por Cristo y de nuestro arrepentimiento; porque la fe obra por el amor y
Jesucristo dijo “El
que cree en mí las obras que yo hago él las hará también” (Jn.
14: 12), y “...en cuanto lo hicisteis
a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt.
25: 4).
Y antes de escribir una oración guía para dar el primer paso hacia
la salvación (reconocer a Cristo como Señor y Salvador), leamos: “Por tanto
os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os
vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para
que también vuestro Padre que está que está en los cielos, os perdone a
vosotros vuestras ofensas”. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro
Padre Celestial (Mr. 11:24-25); “Mas si no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los
cielos os perdonará vuestras ofensas” (Mt 6: 15).
Creer y perdonar. He aquí los requisitos que nos manda el Señor
Jesús para que nuestra oración sea recibida. Ahora sí una oración guía para invitar a Jesucristo al corazón y
reconocerlo como Señor y Salvador:
Señor Jesucristo, yo creo
que tú eres el Hijo de Dios; que te hiciste hombre por mí, moriste en una cruz
por mis pecados, pero resucitaste de entre los muertos por el poder de Dios
Padre, para darme la vida eterna. Te abro la puerta de mi corazón y la puerta
de mi casa. Entra Señor y toma control de mi vida. Lávame con tu sangre, inúndame con el Espíritu Santo
y haz de mí lo que tú quieras. Yo te reconozco como mi Señor y mi Salvador;
como mi sanador y mi restaurador. Dame tu amor y ayúdame a perdonar. Ahora yo
decido perdonar a todos los que me han hecho daño. Los perdono de corazón y
reconozco que he pecado de muchas maneras, pero confieso y creo que tu preciosa
sangre me limpia completamente de todos mis pecados. Yo acepto tu sacrificio,
Señor. Te entrego mi mente y recibo tu mente; te entrego mi voluntad para que
sea tu voluntad la gobierne mi vida. Te consagro mi vida para que me hagas
agradable a ti, Señor, desde ahora y para siempre. En tu nombre santo, Señor
Jesucristo, amén y amén.
Si hiciste esta oración, de corazón, sentirás que Cristo ha
entrado en tu vida. ¡Felicitaciones! Dios te ha adoptado como su hijo:”Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese
a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su hijo,
el cual clama ¡Abba Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero de Dios por medio de Jesucristo” (Gá.
4: 4-7). Ahora has pasado a ser una nueva persona: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ª
Co. 5: 17). Cristo ha borrado todos tus pecados con su sangre redentora (Ap. 1:
5), el Padre Celestial los ha sepultado en lo profundo del mar (Mi. 7: 18-19) y
nunca más se acordará de ellos (Is. 38: 17; 43: 25). ìGracias, Señor, por tu
misericordia y tu gracia, amén y amén!
3. 3. Nuestra identidad como creyentes en Cristo.
“Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1: 3)
Cuando aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador y
decidimos rendirle nuestra vida, salimos inmediatamente del reino de tinieblas
y entramos en el reino de la luz (Jn. 8: 12; Col. 1: 12-13; 1ª P. 2: 9) y
automáticamente pasamos de muerte a vida (Ef .2: 1, 5; Col. 2: 13).
Esto implica que hemos pasado a ser:
v
Linaje de Abraham por nuestra fe en Cristo y,
por tanto, herederos de las promesas que dio Dios a Abraham y a su
descendencia: “Bendeciré a los que te
bendijeren y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas
las familias de la tierra” (Gn.
12: 3; 28: 14; Gá. 3: 8-9). “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente
linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gá.
3 : 29).
v
Bendecidos por Dios (Is. 64: 4; 1ª Co. 2: 9) y bendición de Dios
para otros (Gn. 12: 2; 39: 5).
v
Especial tesoro para el Señor (Ex. 19: 5).
v
De gran estima a los ojos de Dios (Is. 43: 4).
v
La niña de los ojos de Dios (Zac. 2: 8).
v
Amados de Dios (Jn. 3: 16; 15: 13; 1ª Jn. 3: 1).
v
Voceros de Dios (Jer. 1: 9; 15: 19).
v
Nuevas criaturas (2ª Co. 5: 17) o sea, niños
sujetos a crianza (1ª P. 2: 2).
v
Hijos de Dios (Jn. 1: 12; Gá. 3: 26 y 4: 5-7).
v
Reconciliados con Dios (Col. 1: 19-23).
v
Linaje (familia) de Dios (Hch. 17: 29; Ef. 2:
19).
v
Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios (Ex. 19: 5-6; Dt. 7: 6; Ro. 9: 25-26; Tito 2: 14; 1 ª
P. 2: 9-10; Ap. 5: 10).
v
Elegidos de Jesucristo (Jn. 15: 16; 1ª Co. 1:
26-30).
v
Justificados por el sacrificio de Jesucristo que
borró nuestros pecados (Ro. 3: 24; 4: 24-25;
1ª Co. 1: 30; 2ª Co. 5: 21, Tito 3: 7; 1ª P. 2: 24).
v
Redimidos (rescatados, comprados) por la sangre
de Cristo (Gá. 4: 4-5; Col. 1: 14; Tit. 2: 14; Ap. 5: 9).
v
Santificados (purificados) por Jesucristo
(He.10: 10-14; Tito 3: 3-6) y llamados a ser santos (1ª Co. 1: 2; Ef. 1: 4; 1ª P. 1: 2 y 15-16).
v
Herederos de la salvación, servidos por los
ángeles (He. 1: 14).
v
Ovejas del buen pastor que dio su vida por
nosotros (Jn. 10: 11, 14) para darnos vida eterna y de cuyas manos nadie nos
podrá arrebatar (Jn. 10: 27-28).
v
La buena semilla (Mt. 13: 38).
v
El cuerpo de Cristo (1ª Co. 10: 17; 12: 27; Ef.
1:22-23; 5: 23, 30; Col. 1:18).
v
Discípulos de Cristo (Jn. 13: 35).
v
Soldados de Jesucristo (Sal. 18: 34 y 144: 1; 2ª
Ti. 2: 3).
v
Llamados para ser enviados por Jesucristo (Mt.
28: 19-20; Mr. 16: 15).
v
Guiados por el Espíritu de Dios (Ro. 8: 14).
v
Guardados por Jesucristo (1ª Jn. 5: 18).
v
Amigos de Jesucristo (Jn. 15: 14-15).
v
Hermanos de Jesucristo (Mr. 3: 35).
v
Ungidos (llenos del Espíritu Santo) por
Jesucristo (1ª Jn. 2: 27).
v
Escogidos de Dios (Ro. 8: 33; Ef. 1: 4).
v
Ciudadanos del cielo (Lc. 10: 20; Fil. 3: 20).
v
El templo del Dios viviente (1ª Co. 3:16; 2ª Co. 6: 16; Ef. 2: 21-22) y por
tanto el lugar santísimo donde Cristo ha de permanecer para siempre (Mt. 28:
20).
v
La esposa del Cordero (Ap. 19: 7; 21: 9) y el
Cordero es Jesucristo (Jn. 1: 29).
v
Piedras vivas de la casa espiritual, cuya piedra
principal es Jesucristo (Hch. 4: 11; Ef.
2: 20; 1ª. P. 2: 5-6).
v
La iglesia de Jesucristo (Ef. 5: 22-30).
v
Santos, en el sentido de ser apartados,
consagrados, elegidos, separados para Dios (Lv. 20: 26; 1ª P. 1: 2).
v
Muertos al pecado pero vivos para Dios (Ro.
6:11; Col. 3:3).
v
Labranza de Dios (1ª Co. 3:9) y nuestro labrador
es el Padre Celestial (Jn. 15:1).
v
Edificio de Dios (1ª Co. 3: 9).
v
Colaboradores de Dios (1ª Co. 3: 9).
v
Servidores de Dios y administradores de sus
misterios (Ro. 6: 22; 1ª Co. 4:1).
v
Pacificadores (Mt. 5: 9).
v
Creados para buenas obras (Ef. 2:10).
v
Hacedores de la palabra de Dios (Stg. 1:22).
v
Cartas leídas (2ª Co. 3: 2-3).
v
La sal de la tierra (Mt. 5: 13), llamados a dar
sabor a la insipidez de los que no tienen a Cristo (Col. 4: 6) y a destruir la
contaminación de su amargura (Mr. 9: 50;
He. 12: 15) y a producir sed de Cristo con nuestro testimonio (Jn. 4:
39-40; 1ª P. 2: 11-12)).
v
La luz del mundo (Mt. 5: 14) que debe borrar las
tinieblas de los que no conocen a Dios (Mt. 5: 16; Hch. 13: 47; Fil. 2: 15).
v
Modificadores del mundo (Hch. 17: 10).
v
Espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres (1ª Co. 4: 9)
v
Dadores alegres (2ª Co. 9: 7).
v
Llamados a ser guerreros de oración (Ef. 6: 18;
Fil. 4: 6; 1ª Tes. 5:17).
v
Olor grato para Dios (2ª Co. 2: 15; Ap. 5: 8).
v
Como el viento que va de un lugar a otro (Jn. 3:
8) esparciendo la semilla de la palabra de Dios (Mc. 4: 26-27; Lc. 8: 11).
v
Plantío del Señor (1ª Co. 3: 6-7), ramas cuyo
tronco es Jesús (Jn. 15:5) quien nos diseñó para resistir tormentas (Mt
7:24-25).
v
Más que vencedores (Ro. 8: 37; 2ª Co. 2: 14).
v
Etc.
EVALUACIÓN
Complete las
siguientes oraciones:
1. El perdón de pecados es única y
exclusivamente por: _________________________
______________________________________________________________________
2.
Los dos requisitos que cumplió el malhechor para ser salvo, fueron:
a___________________________________________________________________
b___________________________________________________________________
2. Las ____________buenas solas no nos
pueden salvar si no creemos en Cristo, pero la ____sin obras es muerta.
3. De acuerdo a Mr. 11:24-26, los dos
requisitos que debemos llenar para que nuestra oración sea efectiva, son:
a:_______________;
b:_________________________.
4.
Utilice su concordancia para investigar qué dice la Biblia
acerca de la salvación:
6. Coloree y trate de memorizar los textos
escudriñados en el presente tema.