LECCIÓN 8
“Todo lo que pidiereis orando,
creed que lo recibiréis y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si
tenéis algo contra alguno” (Mr. 11: 24-25).
OBJETIVOS:
Iniciar en el creyente el
proceso de sanidad y restauración que nos brinda el Señor Jesucristo, mediante
dos grandes secretos bíblicos: el perdón y la fe.
8. 1. Cómo sanar las heridas del alma
Hay heridas en el alma que
fueron causadas por las personas que nos rodearon o por el medio en que crecimos
y que nos están ocasionando mucho daño en diferentes áreas de nuestra vida e
impidiendo el crecimiento espiritual en nuestra relación con Dios y con las
personas que nos rodean. El Señor Jesucristo nos da la sanidad a través de dos
medicamentos poderosos que ya habíamos mencionado antes: el perdón y la fe (Mr.
11: 22-25). Debemos comenzar reconociendo como pecado la falta de perdón (Mt.
18:23-35; Sal. 32: 3-5).
Es necesario perdonar
recuerdos dolorosos, aun desde el vientre de nuestra madre, pues allí el niño
percibe muchas cosas que suceden en el mundo exterior y que le pueden afectar
profundamente. Asimismo, cualquier sufrimiento de la madre puede ser percibido
por el bebé y llega a alterar su comportamiento aun después de adulto,
impidiéndole vivir la vida abundante que Cristo nos promete (Jn. 10: 10)
8. 2. Traumas más frecuentes
Los traumas más frecuentes
que afectan a las personas, y que pueden tener origen en la falta de perdón,
las podemos dividir en los siguientes grupos:
8. 2. 1. Temor: Trae ansiedad, preocupación (ocuparse del
problema antes de tiempo), inseguridad, irritabilidad, agresividad como medio
de defensa, brusquedad, falta de iniciativa, negativismo, complejos de
persecución, autoritarismo, sudor excesivo, temblor, tartamudeo, mareos,
dolores musculares, el comerse las uñas, el chuparse los dedos, insomnio,
pesadillas, sobresalto, fobias en general, enfermedades de diferentes
características, tales como artritis, úlceras, alteraciones en el sistema
nervioso en general, problemas cardiacos y psiquiátricos, etc.
v
La ansiedad puede ser transitoria, crónica o
irracional:
·
Transitoria: se da sólo en determinadas
circunstancias.
·
Crónica: Se da continuamente y presenta síntomas
nerviosos.
·
Irracional: Es obsesiva y conduce a la depresión
y a trastornos psiquiátricos, con todas sus consecuencias.
Jesucristo
nos dice al respecto: “Venid
a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar. Llevad
mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mt.
11: 28-30). Y el apóstol Pedro complementa diciendo que hay vivir “...echando toda vuestra ansiedad sobre Él,
porque Él tiene cuidado de vosotros” (1ª P. 5: 7).
8. 2. 2. Rechazo: Trae como manifestaciones, rebeldía,
inseguridad, complejos de inferioridad, o de superioridad como medio de
defensa; sonambulismo, miedo, baja estima, autoconmiseración (lástima de sí
mismo), depresión, falta de fe en Dios, ensimismamiento (centrarse en sí
mismo), énfasis en lo material, negativismo, pesimismo, intolerancia hacia las
opiniones de los demás, orgullo, enojo excesivo, violencia, celos excesivos y
\o infundados, envidia, tendencia a comer y a dormir exageradamente, o al
contrario, falta de apetito; pulcritud excesiva, temor al qué dirán, acelere;
además limitan a Dios (incredulidad); son malos para escuchar y para perder; se
impresionan por títulos, honores, condecoraciones, grados, logros, etc.
8. 2. 3. Ira: Viene acompañada de soberbia, resentimiento y
violencia.
·
La soberbia se manifiesta con altivez,
arrogancia, orgullo.
·
El resentimiento (rechazo y odio hacia otros)
debilita nuestra fe, produce ceguera espiritual que nos impide ver lo bueno en
los demás; también trae envidia, engaño, hipocresía, malicia, falta de perdón,
intolerancia, calumnia, celos, odio, deseos de venganza, crítica, sarcasmos,
chismes, etc. Cuando no hemos perdonado a alguien, le hemos dado ventaja a
satanás (2ª Co. 2: 10-11) y él nos hará ver a esa persona con sus acusadores
ojos (Job 1: 9-11; 2: 4-5). Pero si hemos perdonado, permitiremos que el amor
de Dios fluya en nosotros y podamos ver a la misma persona como Dios nos ve
(Job 1: 8; 2: 3; Cnt. 2: 2; 6: 9).
·
La amargura (no aceptarse a sí mismo) nos impide
amarnos y ver lo bueno de nosotros mismos, y nos insensibiliza, no nos deja
crecer, nos aleja de Dios y de las demás personas, produce en nosotros
autorechazo y baja autoestima, y es altamente contaminante (He. 12: 15).
8. 2. 4. Culpa: Puede ser real o infundada
·
La real es el arrepentimiento, viene del
Espíritu Santo y acepta el perdón de Dios (Sal 51:1-2; 1ª Jn. 1: 8-9).
·
La falsa es el remordimiento, viene del enemigo
y rechaza el perdón de Dios aunque ya Dios nos haya perdonado, e impide que la
paz venga al corazón.
·
La culpa hace que la persona se aleje de Dios y
de la iglesia, y provoca enfermedades graves, juicio excesivo hacia los demás
(Mt. 7:1-5) y hacia sí mismo, insomnio, temor, depresión, trastornos
psiquiátricos, alcoholismo y drogadicción
(autodestrucción), y pueden conducir aun al suicidio (Mt. 27:5).
8. 2. 5. Violación sexual: Provoca trastornos
psicosexuales funestos.
·
Un niño varón violado puede convertirse en
homosexual, promiscuo y\o depravado sexual, en algunos casos, o en un impotente
sexual, en otros.
·
Una niña violada, de igual manera recibe traumas
sexuales que le pueden ocasionar sexo descontrolado y\o aberrante en unos
casos, o rechazo al sexo (frigidez), en otros.
·
Además las violaciones traen a la víctima ira,
deseos de venganza, temores, inseguridad y sentimientos de culpa, entre otros
traumas.
·
El sentimiento de culpa que deja una violación
sexual, puede conducir a los jóvenes a drogadicción, alcoholismo, trastornos
psiquiátricos y suicidio. La violación incestuosa (de padres a hijas, hermanos
consanguíneos, tíos a sobrinas, etc.), produce además de lo anterior, cadenas
aberrantes de sexo, de funestas consecuencias.
·
El aborto puede traer como consecuencias para la
mujer que ha abortado, temor, rechazo, culpa, autodestrucción, deseos de
morir, y enfermedades como cáncer,
úlceras, hipertensión, artritis, afecciones cardiacas, etc. Cuando la mujer
desconoce la palabra de Dios, llega a sentir tanta angustia por creer que su
hijo ha ido al “limbo” que fácilmente se enferma del corazón. Sólo cuando
entiende que de los niños es el reino de
los cielos (Mc. 10: 14-15) y acepta el perdón de Dios y el de su hijo, y se
perdona ella misma, puede recuperar la paz.
8. 3. El médico es
Jesucristo
Gracias a Dios que nos
envió a su hijo Jesucristo (Jn. 3:16) y Él vino a librar a los cautivos (Lc.
4:8; Hch. 10:38-43) y a llevar cautiva la cautividad (Ef. 4:8). No hay trauma
que Él no pueda sanar, ni problema que Él no pueda resolver. Sólo tenemos que
entregarle en oración nuestros recuerdos, perdonando a cada persona que nos ha
hecho daño en cualquiera de estas áreas, y recibiendo su perdón por cada hecho
que sembró en nuestro corazón sentimientos de culpa, pidiendo que nos limpie
con su preciosa sangre, de toda contaminación que hayamos recibido, y que sane
nuestras heridas con su amor.
Cuando hemos pedido el perdón divino por determinado pecado, y seguimos
sintiendo culpa, es cuando necesitamos confesar perdón para nosotros mismos y
confesar y creer sus promesas de perdón (Is. 43:18, 25; Mi. 7: 18-19; 1ª Jn. 1:
9, etc.).
Lo más inaudito es que a
veces como hijos de Dios que somos, nos duele tanto que el Señor haya permitido
tanto sufrimiento en nuestras vidas, también debemos confesar perdón por esto.
A veces es la única manera de ser libres de una herida del alma. El profeta
Jeremías estaba tan indignado porque sus enemigos lo maldecían (Jer. l5:17) lo
escarnecían y se burlaban de él y Dios lo permitía (Jer. 20: 7), que se enfermó
de una “herida desahuciada” (¿cáncer
tal vez?) que no admitía curación (Jer. 15: 17-18), y el Señor le dice que
tiene que convertirse (Jer. 15:19), o sea que tiene que cambiar de actitud
(perdonando) para que Dios lo restaure. Y esto en un profeta de Dios lleno del
Espíritu Santo.
Algo que hiere especialmente son las palabras de rechazo, calumnia, o
humillación. En estos casos es necesario anular el poder de dichas palabras y
romper las ataduras con que nos encadenaron (Pr. 12: 18; 18: 20-21; 25: 18).
Sólo así podremos recibir la sanidad en nuestro corazón. Es una realidad que
cuando a pesar de confesar perdón para nuestra autoridad espiritual, no
recibimos sanidad, debemos decirle a Papá Dios, que perdonamos que Él hubiera
permitido que nuestra autoridad nos hiriera, así como el tener que sujetarnos a
dicha autoridad. Tal es el caso de muchas esposas que se sienten incapaces de
sujetarse a sus maridos cuando estos son autoritarios, humillantes, violentos,
adúlteros, etc. Cuando ellas perdonan el hecho de haberlas colocado nuestro
Padre Todopoderoso bajo la autoridad de semejantes especímenes, sanan de la
rebeldía que sienten contra ellos.
A continuación viene una
oración guía para ser sanados de recuerdos dolorosos. Debemos hacerla
lentamente, trayendo cada recuerdo individualmente y mencionando cada persona y
cada detalle:
Señor Jesucristo, yo te entrego todos los recuerdos dolorosos que
han dañado mi vida y perdono a cada persona que aun desde el vientre de mi
madre me haya traumatizado. Todo el daño que me han hecho. Si fui hijo
rechazado y me hirieron con palabras ofensivas, yo perdono todo rechazo, anulo
el poder de esas palabras y rompo esas ataduras. Recibo ahora tu amor sanando
esas heridas y te doy gracias porque a ti te agradó darme la vida. Si recibí
violencia, golpes, maldiciones, a través del vientre de mi madre, yo te entrego
el temor, la ira, el resentimiento que todo esto provocó en mí, y perdono a
esas personas que me dañaron y dañaron a mi madre, y convierto toda maldición
en bendición para mi vida. Recibo ahora tu amor sanando esas heridas y te doy
gracias porque tú peleaste por mi vida. Gracias, Señor por tu amor.
Si en el momento de nacer sentí el rechazo de los que me rodearon
y no recibí amor ni protección, o rechazaron mi sexo, o mi físico, y se
burlaron de mí, yo perdono todo eso y te entrego todo el dolor que esto me
produjo, y recibo de tu amor en abundancia sanando todas estas heridas y
llenando todos esos vacíos de mi corazón. Gracias, señor.
Si en mi infancia me golpearon, me humillaron, me hirieron con
palabras ofensivas, yo perdono todo eso y anulo el poder de esas palabras que
tanto daño me hicieron, y te entrego el temor, la ira, la amargura, el
resentimiento, el dolor que todo esto trajo a mi corazón y recibo de tu amor,
sanando esas heridas, y te doy gracias, Señor, por tu sanidad.
Si anularon mi
personalidad al llevarme la contraria en todo lo que yo quería y desecharon mi
capacidad para tomar decisiones y trajeron rebeldía a mi corazón, yo perdono
todo eso y te entrego esa rebeldía y esa ira y te pido que sanes esas heridas
con tu amor. Gracias, Señor.
Si fui separado de mi padre o de mi madre y me vi enfrentado al
desamparo, y padecí hambre, frío o cualquiera otra carencia, yo te entrego el
temor, la inseguridad, la baja autoestima, los complejos y todos los traumas
con que todas estas situaciones marcaron mi vida y pido ahora que el amor del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo llenen mi corazón, sanando esas heridas y
echando fuera el temor (1ª Jn. 4:18). Perdono todo ese pasado y todo lo que he tenido que sufrir en la
vida, y te pido perdón si todas estas circunstancias llenaron mi corazón de
rebeldía contra ti. recibo tu perdón, en tu nombre Señor Jesucristo, amén y
amén.
Si fui violado (a) o vi escenas de sexo que contaminaron mi
corazón, yo perdono a esas personas por esas violaciones, y entrego bajo tus
pies la contaminación que recibí: Toda lujuria, toda obsesión y desenfrene
sexual; arrojo de mi vida y renuncio a toda esta inmundicia y te pido que me
limpies con tu sangre, y recibo tu perdón, y tu amor. Y ahora que tú me has
perdonado yo también me perdono. Creo que todo ese pasado ha quedado sepultado
en lo profundo del mar y borrado por tu sangre redentora. Gracias, Señor.
También te entrego todo temor al sexo y todo rechazo al matrimonio ocasionado
por esos traumas y acepto tu voluntad en mi relación de pareja, en tu nombre
Señor Jesucristo, amén y amén.
Ahora, señor Jesucristo te entrego todos los recuerdos de mi
juventud y perdono todos los rechazos, la violencia, las violaciones. las
palabras que me hirieron y me ataron, yo las anulo y rompo esas ataduras y
perdono a esas personas, y recibo tu amor sanando mi corazón. Perdono las
preferencias de mis padres para mis otros hermanos y perdono a mis hermanos que
usurparon todo el amor de mis padres, y te entrego la envidia que esto sembró
en mi corazón, la inseguridad, la timidez, el temor a ser rechazado, los
complejos por mi físico, los sentimientos de culpa por no ser como mis hermanos
y la rebeldía que nació en mi corazón; te pido perdón y recibo tu perdón y
ahora que tú me has perdonado, yo mismo me perdono y te entrego todas estas
heridas para que tú las sanes con tu amor. Gracias, Señor.
Si hirieron mis sentimientos y me traicionaron o me rechazaron, o
me engañaron con falsas promesas, yo perdono todo eso y te entrego los celos
que la traición trajo a mi corazón, la desconfianza, el temor a amar, que estas
traiciones produjeron en mí y te entrego todos mis sueños rotos y todas estas
heridas para que tú las sanes con tu amor y recibo tu sanidad. Gracias, Señor.
De igual manera, si mi padre y mi madre se traicionaron, y/o se
hirieron de palabra o de hecho, yo los perdono y te entrego la desconfianza que
invadió mi corazón, el temor, la inseguridad, la falta de identidad, los
sentimientos de culpa si me sentí culpable por los conflictos de ellos. Si
realmente fui culpable, te pido perdón y yo también me perdono y dejo ahora que
tu amor sane mi corazón y recibo tu paz. Gracias, Señor.
Si mi padre y/o mi madre fueron alcohólicos o drogadictos o
viciosos de alguna manera o si fueron narcotraficantes, o criminales, o
idólatras o usureros o malvados en general, y estos pecados trajeron
maldición para nuestras vidas, yo te
pido perdón por todos esos pecados y ahora declaro rotas esas maldiciones por
el poder de tu sangre, Señor Jesucristo y en tu nombre bendito, amén y amén. Y
a ti, Padre Celestial, te doy gracias, porque ahora tú eres mi verdadero Padre
y por tanto cesa toda maldición en mi vida y yo paso a ser heredero de todas
tus bendiciones (Jer. 32:18; Jn. 1: 12-13).
Si sufrí accidentes que me produjeron temor, te entrego esos
recuerdos; te entrego el pánico que traumatizó mi corazón, la ansiedad, el no
saber qué hacer, la desesperación, la angustia y todo lo que me marcó
psicológicamente, y recibo tu perfecto amor, echando fuera el temor.
Si el temor fue provocado intencionalmente por otra o por otras
personas, yo perdono a esa o a esas personas y te entrego la ira, el odio, el
pánico la desesperación, la angustia, el no saber qué hacer, y recibo tu
perfecto amor echando fuera el temor y sanando mi corazón. Gracias, señor.
Si tuve que permanecer en encierro obligado y eso trajo a mi
corazón claustrofobia o si sufrí algún incidente que me traumatizó con temor a
las alturas, yo te entrego esos recuerdos, perdono si esto fue provocado por
otros y te entrego esos traumas de pánico y pido que el perfecto amor del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, llenen mi corazón echando fuera el temor.
En tu nombre, Señor Jesucristo, amén y amén.
De igual manera yo perdono todo los agravios recibidos cada etapa
de mi vida (enumerarlos todos) y te
entrego todos los recuerdos que hayan herido mi corazón, y recibo tu perdón y
ahora que tú me has perdonado, yo mismo me perdono y acepto tu sanidad.
Gracias, señor.
Y ahora reconozco que como hijo tuyo
me he dolido muchas veces por el sufrimiento que tú has permitido en mi vida y
que muchas veces te pedí cosas que tú no me concediste y esto trajo
incredulidad a mi corazón. Yo te pido perdón por no haberme sometido a tu
voluntad y te entrego esas cargas que he llevado sin comprenderlas, y perdono
todo esto que tuve que vivir y que tanto dolor me causó. Perdono los sueños
rotos, los anhelos no realizados y todo el daño que tú permitiste que me
hicieran los demás. Perdóname, señor, por haberme herido contigo, y sana mi
corazón con tu amor, amén y amén.
Si corté una vida o varias vidas en gestación, o ya nacidas,
reconozco mi pecado delante de ti y te pido perdón, y recibo tu perdón. Pido la
limpieza de tu sangre redentora, y ahora que tú me has perdonado, yo también me
perdono y te doy gracias porque es por tu misericordia, que ahora soy libre de culpa
(Sal. 103: 8-14).
Gracias, Señor Jesucristo. en tu nombre santo, amén y amén.
Es necesario enumerar todos
los recuerdos individualmente y perdonar específicamente a cada persona que nos
hizo daño, y cada hecho que hirió nuestro corazón. El anterior es sólo un
ejemplo de oración que debe variar de acuerdo con las circunstancias que hemos
tenido que pasar. Siempre debemos terminar recibiendo el amor de Dios y
entregándole todas las heridas para que Él las sane, y dándole gracias por la
sanidad.
Cuando hemos confesado
perdón por alguien y no sentimos sanidad, lo más seguro es que nos falta anular
las palabras con que esa persona nos hirió o simplemente nos herimos con Papá
Dios por haber permitido que esa persona nos dañara. Cuando reconocemos delante
del Señor que nos herimos con Él y le entregamos esa carga, y perdonamos el
detalle y pedimos su perdón, somos libres de la herida y recibimos su paz que
sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4: 7).
Como creyentes auténticos,
mientras más queremos agradar a Dios, pero como humanos caemos, los
sentimientos de culpa a veces llegan a afectarnos y a deprimirnos de tal manera
que podemos fácilmente llegar a enfermarnos gravemente y la única forma de ser
libres es confesando nuestro pecado al Señor y perdonándonos a nosotros mismos.
Cuando hemos perdonado de
corazón, automáticamente le hemos cerrado las puertas al enemigo (2ª Co. 2:
10-11) y estamos en condiciones de recibir sanidad tanto en el cuerpo como en
el alma (3ª Jn 1: 2), por medio de la fe.
8 .3. La fe
Es la “ certeza de lo que se espera, la convicción de
lo que no se ve” (He 11: 1).
Yo no necesito fe para
decir que el sol alumbra, cuando lo estoy viendo alumbrar. Tampoco necesito fe
para decir que estoy sano, cuando no me siento enfermo.
Fe es creer que soy sano
cuando veo mi cuerpo enfermo, porque fe es la “convicción de lo que no se ve”,
Fe es creer que el dolor
que me está atormentando se va de mi cuerpo, porque se lo estoy ordenando en el
nombre de Jesucristo, por que fe es “ la
certeza de lo que se espera”.
Fe es tener la plena
seguridad de que Dios es capaz de darme la salida en cada situación difícil que
se me presenta y que su amor y su misericordia no tienen límites para conmigo
(Jer. 29: 11- 12 y 32: 27; Lc. 1: 37; Jn. 11: 40).
Fe es creer lo que no vemos
ni sentimos, pero se lo hemos pedido al Padre celestial en el nombre de su Hijo
Jesucristo, conforme a sus promesas (Mt. 21: 22; Mr. 11: 22-24; 16: 17-18; Jn.
15: 16; 1ª Jn. 5: 18)).
Fe es llamar las cosa que
no son como si lo fueran (Ro. 4: 17).
Fe es mirar las cosa que no
se ven (2ª Co. 4: 18; 5 : 7).
Fe es creer que Dios existe
y premia a los que le buscan (He. 11: 6).
Fe es reconocer que soy
justificado sólo por mi fe en Cristo(Ro. 1: 17; 4: 24-26; Ef. 2: 8) y que esta
fe me conduce a la victoria (1ª Jn. 5: 4)
Las bendiciones de Dios ya
fueron adquiridas para nosotros a precio de sangre por nuestro Señor
Jesucristo. Pero así como cuando alguien nos envía un regalo por correo
recomendado, para poder recibirlo debo ir a la oficina correspondiente y
presentar mi documento de identidad solicitando me sea entregado, así mismo mi
documento espiritual para poder recibir los regalos de mi Padre Celestial es mi
fe. Es creer que aquello que le estoy pidiendo ya es un hecho y yo sólo debo
agradecérselo como si ya lo hubiera recibido (Fil. 4: 6).
Recordemos que las dos
cosas que asombraron a Jesús fueron la fe y la incredulidad del pueblo (Mc. 6:
6; Lc. 7: 9).
En Juan 20: 25-29 podemos
encontrar la diferencia entre el creyente y el incrédulo: El incrédulo es el
que tiene que ver para creer, pero el creyente es aquel que sin ver, cree.
Y para poner nuestra fe en
práctica, es el momento de confesar en fe, sanidad y libertad total en todas
las áreas:
Padre Celestial, en el nombre de tu
Hijo Jesucristo, yo creo y confieso que soy libre de todo pecado, de toda
maldición, de toda enfermedad del alma y del cuerpo; que todo temor, ira,
rechazo, culpa, obsesiones, opresiones y cualquier otra obra del enemigo, salen
de mi vida para siempre. Me declaro libre y sano en todas las áreas de mi vida
y creo que Cristo me guarda y el maligno no me puede tocar. En el nombre de tu
Hijo Jesucristo. Amén y amén.
Si después de haber seguido
los anteriores pasos no recibimos la anhelada sanidad y liberación y nos
seguimos sintiendo oprimidos por alguna manifestación desagradable, es prudente
buscar la ayuda de personas capacitadas en guerra espiritual y liberación de
posesiones demoniacas. Nuestra oración debe ser dirigida por la palabra de Dios
siguiendo las siguientes pautas enseñadas por Jesucristo y sus discípulos:
8. 3. 1. Atando al “hombre
fuerte” temor, ira, rechazo, culpa, incesto, inmoralidad sexual, muerte,
enfermedad, etc. (Mt. 12: 29; Lc. 11: 21-22).
8. 3. 2. Reprendiéndolo
(Mt. 17: 18; Mc. 1: 25-26; 4: 37-41; Lc. 4: 35).
8. 3. 3. Arrojándolo al
abismo (Mc. 11: 23; Lc. 8: 27-33).
8. 3. 4. Ordenándole que no
regrese (Mc. 9: 25).
8. 3. 5. Confesando las
promesas de protección divinas (Lc. 10: 19; 1ª. Jn. 5: 18).
8. 3. 6. Todo en el nombre
de Jesucristo (Mc. 16: 17; Lc. 10: 17; Hch. 16: 16-18).
NOTA: El “hombre fuerte” es
un enviado del reino de las tinieblas, un demonio que maneja a otros espíritus inmundos
para que vengan a atormentarnos cuando nosotros por ignorancia de la palabra de
Dios o por desobedientes a los mandatos divinos, le abrimos las puertas a
satanás (2ª Co. 2: 10-11; Ef. 4: 26-32; Stgo. 4: 7; 1ª Jn. 5: 18). Por tanto,
será inútil ordenarle a los demonios que se vayan de nuestra vida si antes no
nos hemos sometido en obediencia a Cristo y a sus mandatos. Es indispensable
habernos humillado delante de Dios reconociendo nuestros pecados (2ª. Cr. 7:
14; 1ª Jn. 1: 8-9) y los pecados de nuestros antepasados (Ex. 20: 5; Sal. 37:
28 b; Jer 32: 18), perdonando a todos los que nos han dañado y renunciando a
todo pacto o rito que nos haya ligado a las tinieblas. En la siguiente lección
encontraremos el complemento del presente tema, pues todas las ataduras vistas
hasta ahora se pueden dar también por prácticas de ocultismo tales como
agüeros, consagraciones, hechicerías, falsas doctrinas, pactos con palabras o
ritos, ocultismo y satanismo en general.
Una oración guía en general
siguiendo los pasos enunciados podía ser:
En el nombre de Jesucristo, con su poder y autoridad, yo ato,
encadeno, reprendo y arrojo a lo más profundo de los abismos todo hombre fuerte
temor, culpa, rechazo, ira, inmoralidad sexual, o cualquiera otro enviado de
las tinieblas que esté contaminando mi vida y los arrojo a lo más profundo de
los abismos, y les ordeno que no regresen más a mi vida. Renuncio a todos ellos
para siempre, en el nombre de mi único señor, Jesucristo, amén y amén.
Gracias señor Jesucristo porque tú me has dado autoridad para
pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo y nada me
podrá dañar; por que tú me guardas y el maligno no me puede tocar; gracias
Señor, porque tú me has hecho libre, para siempre; en tu nombre santo Señor Jesucristo,
amén y amén.
8. 4. La fe también es un paso de obediencia
En el Antiguo Testamento
encontramos extraordinarios hechos producto de la fe y la obediencia a Dios:
Unos de tantos ejemplos son:
v
Noé, fue salvado del diluvio junto con su
familia, gracias a que fue obediente a la voz de Dios cuando le ordenó
construir el arca (Gn. 6: 13- 8: 19.
v
Abraham fue bendecido por Dios cuando decidió
sacrificar a su único hijo obedeciendo lo que Dios le ordenó para probarlo (Gn.
22: 1-18).
v
El Mar Rojo se abrió sólo después que Moisés
levantó su vara y extendió su mano como Dios le había ordenado (Ex. 14: 15-16,
21-30) y la peña no produjo agua hasta después que Moisés la golpeó con su vara
conforme el Señor le había mandado (Ex. 17: 5-6).
v
La muralla de Jericó se desplomó luego que Josué
y el pueblo de Israel obedecieron la orden del Señor de dar las siete vueltas y
gritar a viva voz (Jos. 6: 1-20).
v
Naamán, fue un general enfermo de lepra, que
sólo hasta que se somete a obedecer las órdenes del profeta Eliseo de lavarse
en el río Jordán, recibe la sanidad divina (2° R. 5: 1-14).
En el Nuevo Testamento, si
analizamos algunos milagros de Jesús, encontramos que se dieron sólo después de
un paso de obediencia. Ejemplos:
v
En la bodas de Caná, María les dio a los sirvientes
la clave para que los milagros se puedan realizar en nuestra vida: “Hagan lo que Él (Jesucristo) les ordene” (Jn.
2: 5). Y eso es lo que en realidad muchas veces necesitamos, para recibir los
favores de Dios: obedecerle. Y siguiendo el análisis de este primer milagro de
Jesús, pensemos por un momento qué hubiera sucedido si los criados no hubieran
llenado las tinajas de agua ni las hubieran llevado al encargado de servir el
vino. Es obvio que Jesús no hubiera hecho el milagro ante la incredulidad de ellos
(Mt. 13: 58).
v
El hombre de la mano seca, antes de ser
restaurado recibió tres órdenes terminantes de Jesús: “Levántate y ponte en medio” (Mc.
3: 3) y “Extiende tu mano” (Mc.
3: 5).
v
El ciego de nacimiento que recuperó la vista,
sólo lo logró después de cumplir la orden de Jesús: “Ve a lavarte en el estanque de Siloé” (Jn.
9: 7,11).
v
La pesca milagrosa que logró Pedro se convirtió
en realidad sólo cuando el discípulo obedeció las instrucciones de Divino
Maestro: “Boga mar adentro, y
echad vuestras redes para pescar” ( Lc. 5 :4-6).
v
Ananías tuvo que vencer el pánico que sentía
ante Saulo de Tarso e ir a cumplir la orden del Señor de colocar sus manos
sobre el famoso perseguidor de los cristianos, para que éste recuperara la
vista (Hch. 9:10-18).
En Mt. 13: 58 y Mc. 6: 5-6
dice que Jesucristo no hizo muchos milagros en Nazaret a causa de la
incredulidad de la gente. Y es obvio que nuestra incredulidad es el mayor
impedimento para que Jesús pueda manifestar su gloria en nuestras vidas. Fue lo
que le sucedió a Pedro cuando estaba caminando sobre las aguas como Jesús le
había dicho, pero permitió que la duda lo hiciera hundirse y dañar el milagro
divino (Mt. 14: 28-31). Y como la falta de fe
también es pecado (Ro. 14: 23) es conveniente entonces hacer una oración
pidiendo perdón por nuestra incredulidad:
Amado Padre Celestial, yo
te pido perdón por mi incredulidad y porque no he permitido muchas veces que tu
gloria se pueda manifestar en mi vida. Te pido por favor que aumentes mi fe y
me muestres con claridad qué debo hacer para recibir los milagros que tú
quieres hacer en mí. En el nombre de tu Hijo Jesucristo, amén y amén.
EVALUACIÓN
1.
Enumere
las principales ataduras que necesitan ser rotas por el perdón.
2.
Mencione cuántas clases de ansiedad se pueden dar.
3.
Escriba
las dos clases de culpa y sus características.
4. Haga un estudio sobre lo que dice la
Biblia de la fe.